Ciudad Libertad

Tema en 'Región de Gérie' iniciado por MrJake, 4 Julio 2021.

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    Andysaster

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    Si no me molestó que pagase nuestros helados fue porque no imaginaba otra respuesta de su parte. Pidió un cono y yo decidí escoger una tarrina de helado de baya Meloc, añadiéndole algo de sirope por encima. De repente me apetecía algo dulce, y aquello era todo cuanto necesitaba. Podía darme por satisfecha.

    —¿Hm? ¿Con Nikolah?

    Habíamos tomado asiento bajo la sombra de los árboles y soplaba una brisa de lo más agradable. Varios niños correteaban persiguiendo a un Poochyena regional y seguí su recorrido con la vista, la cucharilla aún entre los labios. Dejé escapar un "hm~" muy bajo, degustando su sabor, y volví el rostro hacia ella.

    No era estúpida, podía imaginar la razón por la que me soltaba una pregunta tan específica de repente. Mis sentimientos aún no estaban del todo claros, pero podía notar cómo algo había cambiado desde su honesto y desinteresado monólogo en los laboratorios. Cómo sus palabras habían traspasado las barreras de mis miedos y habían calado hondo de alguna forma inexplicable.

    Yo, que creía que había perdido ese tren hacía tanto tiempo.

    —Me ofreció viajar con él durante un tiempo y simplemente no pude negarme. Casi parecieron unas mini vacaciones... Ni siquiera me di cuenta de cuánto las necesitaba hasta entonces —relaté pero me detuve al poco tiempo. Solté una risa nasal producto de los propios nervios. Apenas lo estaba asimilando, pero ella parecía tenerlo claro.

    El rubor me cosquilleó ligeramente las mejillas.

    >>¿...De verdad soy tan obvia?
     
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    Me llevé la mano a la mejilla y la escuché con interés, lamiendo de tanto en tanto el helado. Pizza, helado... me estaba pasando un poquito. Pero no era como si me fuera a martirizar a mí misma. Estaba delicioso.

    En cualquier caso fui testigo del ligero rubor que le asoló las mejillas a medida que me hablaba de él. Si me quedaba alguna duda—no de hecho, pero si lo hiciera—eso simplemente las disolvió como un azucarillo en una taza de té. Resultaba tierno hasta para mí. Yo, la que le había dado de comer sus sentimientos románticos a su Luxray.

    —Cielo, sería ilegal si fuera más obvio—le solté como si nada y se me escapó una risa ligera—. Puedo ver a kilómetros como el bobo gigante amable se bebe los vientos por ti. Aunque dudo que siquiera se lo haya planteado.

    Conociéndole... ¿seguro se haría una idea siquiera de lo que sentía? Nikolah era genuino y transparente como el cristal pero también era más simple que un Ditto. No fingía, claramente era así. Como si hubiera pasado toda su vida debajo de una roca.

    >>Es como un niño grande, ya lo sabes. Puedes terminar por espantarle si no tienes paciencia con él. Por suerte para ti...—le di otra probada al helado y cerré los ojos con un bajo "mmm~", encantada con su sabor—sé que de eso tienes de sobra.
     
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    Andysaster

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    Escuché su respuesta con notable expectación. Era... la primera vez que hablaba de esto con alguien. La primera vez que lo convertía en una realidad factible y no en un pensamiento pasajero. Suponía que saltaba de primera en primeras veces con ella. Conocer su perspectiva me hizo sentir más ligera, sí, pero también algo inquieta.

    Espantarlo... No quería hacer algo así.

    —Quería mandarle un mensaje, pero ni siquiera sé qué decir. O si debería hacerlo en primer lugar. Apenas nos separamos hace unos días... —No quería parecer desesperada. Había comenzado a jugar distraída con el helado en la tarrina mientras hablaba, y terminé por inclinarme hacia atrás, cerrando los ojos y soltando un suspiro—. Arceus, qué desastre.

    Usualmente no era insegura en absoluto. Derrochaba confianza por cada poro de mi piel y no perdía la oportunidad cuando se me tendía en bandeja de plata. Pero en temas como ese era un completo manojo de miedos y dudas. Más aún cuando había creído durante tantos años que no volvería a pasar por algo así jamás.

    Sea como fuere me recargué en el respaldo y observé de soslayo cómo Mimi parecía disfrutar de su helado de la misma forma que yo. Dejando por un instante mis dudas existenciales de adolescente extendí la cucharilla en el aire, hacia su propio cono, y la miré con cierta curiosidad.

    >>¿Puedo?
     
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    La miré por el rabillo del ojo mientras disfrutaba del helado. Me resultaba innegablemente tierno... pero lo mejor que podía hacer ahora era permitir que las cosas se dieran solas. Si yo estaba en lo cierto, él volvería a ella tarde o temprano. En cuanto a mandarle mensajes... no tenía idea. Yo llevaba meses peleada con Alpha, no habíamos vuelto a hablar para nada. Y aunque el motivo de nuestra discusión seguía presente, había podido pensar con la cabeza fría... y aún así seguía siendo incapaz de encontrar las palabras.

    El silencio sobrevino después de eso. Tan solo era perturbado por el rumor de la brisa entre las hojas de los árboles y las risas y conversaciones diversas de los visitantes del parque. Entonces, volví a escuchar la voz de Liza.

    —¿H-huh...?—murmuré.

    Parpadeé con lentitud al comprender sus intenciones, tomada por sorpresa. ¿Quería probar del mismo helado que yo estaba comiendo? Incluso juraría que cierto rubor escaló hasta mis mejillas. Sin embargo pronto resolví la situación de la mejor forma que se me ocurrió.

    Relajé mis gestos.

    —Todo tuyo, es demasiado para mí—respondí con un suspiro y le extendí el cono. Con mi otra mano, sin embargo, le quité la cucharilla de las manos y probé de su propia tarrina de helado sin mayor problema. Nos habíamos besado, ¿qué importaba ya? Con la cucharilla en los labios cerré los ojos y me concentré en el sabor. Era dulce... demasiado quizá—. Hmm~ No está mal, pero el mío está mejor.

    Le saqué la lengua con clara jocosidad y me incorporé del banco. Arceus... lo había hecho para devolverle la gracia porque ella sabía que sugerir probar de mi propio helado podía terminar sonrojándome... pero había sido jodidamente vergonzoso.

    Me aclaré la voz.

    >>Bueno, ¿a dónde quieres ir ahora?—cuestioné—. Es tu turno de elegir.
     
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    Mi pregunta le tomó por sorpresa pero no varié mi expresión inocentona en ningún momento. En su lugar extendí la sonrisa, tranquila, aguardando paciente por una respuesta. El rubor volvió a asolar sus mejillas pero no tuve tiempo de hacer ningún comentario al respecto, pues para mi propio desconcierto me tendió el cono en su totalidad.

    Dejé la tarrina en mi regazo y lo tomé con mi mano libre. No iba a decirle que no a un helado, debía ser estúpida como para negarme a algo así, pero apenas se había tomado la mitad.

    —¿Estás segura de que no lo...? —Mientras preguntaba aquello noté que me quitaba la cucharilla y probaba mi propio helado, saboreándolo con toda la naturalidad del mundo. Me tensé ligeramente. Pensaba probar su helado con la cucharilla y no con la lengua, pero aquello había sido muchísimo mas directo.

    Esa idiota... ¡Qué vergüenza!

    >>U-Uhm... —Me tomé unos segundos para reorganizarme con los dos helados (pues no tenía manos suficientes) y resolví dejar la tarrina en la papelera, dado que apenas le quedaba contenido ya. Tiré también la cucharilla (porque parecía que nos habíamos tomado aquello como un reto más) y le di una probada mientras barajaba nuestras opciones—. El Castillo Libertad suena bien. ¿Puedes indicarnos el camino, Dex?

    El helado de Latano y Frambu sabía bien... Pero seguiría prefiriendo algo más dulce.


    ***


    El Castillo Libertad se alzaba majestuoso e imponente dentro de sus muros, si bien reformados con el fin de lograr preservarlos en el tiempo. Un extenso jardín rodeaba sus inmediaciones, con curiosos signos hendidos sobre el césped recién cortado. Sobresalía tan solo un único torreón, que hacía las veces de mirador turístico. Me palpé los bolsillos. Echaría una moneda más tarde.

    Dex nos contó a medida que nos adentrábamos por el portón que aquella atracción turística, después de una importante remodelación, comenzó a usarse como centro de artes. Sus mejores salas eran empleadas para realizar conferencias, así como la cripta real, y conciertos ocasionales eran ofrecidos en sus alrededores.

    Recorrimos los extensos y lujosos pasillos deteniéndonos, o más bien deteniéndome a cada instante allá donde encontraba placas con la información turística pertinente. Enfoqué la enorme lámpara de araña que iluminaba la estancia, repleta de adornos y detalles superfluos, y al bajar la cámara capté a Mimi distraída, sacándole una foto de improviso con una expresión bastante graciosa encima.

    Solté una risa baja cuando se percató de ello, y disimulé mi acción al escuchar música provenir de no muy lejos.

    —Ah, están tocando. ¿Crees que son los Ecos de Gérie?
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    El Castillo Libertad resultó no ser tan ruinoso como había pensado en un inicio. De hecho estaba bastante bien conservado aun si solo permanecía en pie un torreón. Sus interiores extensos y lujosos, reformados como centro de artes, eran el recuerdo vívido de un pasado de caballeros y reyes. La pequeña Mimi se hubiera sentido como una princesa allí. Incluso mi yo de diecisiete años a ratos de sentía como una noble geriense. Con mi corte, mis vasallos y mi trono real. Era imposible recorder sus pasillos y estancias y no sentirse parte de algo.

    Imaginaba que encontrándose en la capital aquel castillo había sido en su momento sede de la antigua monarquía de Gérie. El escudo de armas permanecía intacto así como la armaduras expuestas de los caballeros. Sus expocisiones eran diferentes pero todas trataban sin dudas de reflejar la grandeza de la región.

    Me entretuve observando mi alrededor e imaginando que como hija legítima del rey todo aquello me pertenecía. En determinado momento empecé a tararear una melodía clásica mientras observaba las distintas exposiciones. Aquel lugar... me hacía feliz.

    Entonces escuché el click de la cámara y con una exclamación ahogada de sorpresa me volví hacia White. Me había perdido en mis propios pensamientos así que podía hacerme una idea de la expresión soñadora que debía haber tenido encima. Mis mejillas ruborizaron de súbito al sentirme pillada in fraganti.

    —¿Qué has—?

    Pretendía acercarme para ver qué clase de foto me había tomado cuando escuché la música y detuve mis pasos para prestarle atención.


    Definitivamente era la típica de la región con sus ritmos vertiginosos y sus solos de gaita. Era un canto al pasado, a los bosques y tierras vírgenes y a las grandes batallas. Fueran o no los Ecos de Gérie quienes interpretaban estaban tocando bastante cerca y no lo hacían nada mal.

    Busqué los ojos de Liz olvidando la foto momentáneamente.

    —Vamos a verlos—le dije y bajamos las escaleras hasta el patio.

    Era una banda pequeña pero atraía la misma atención que lo haría un grupo tan famoso como los Ecos de Gérie. Estaban tocando en el patio frontal rodeados por los verdes jardines del castillo y algunos curiosos se habían acercado también. Incluso había gente bailando... y entonces se me ocurrió algo. Probablemente por el ambiente distendido y la confianza que nos teníamos pero apareció en mi cabeza con una claridad absurda.

    Estaba haciendo muchas locuras últimamente.

    —Lady White—la llamé con la mayor galantería que mi conocimiento en historias me otorgaba y extendí mi mano en su dirección—. ¿Me concedería el honor de este baile?

    Era innegable que estaba sonriendo o de hecho aguantándome la risa mientras lo decía. Era estúpidamente vergonzoso, sí, pero me hizo gracia en su momento. Añadí en voz baja:

    >>No me preguntes cómo se baila esto.

    No tenía idea.


    They are so cute bye
     
    Última edición: 7 Noviembre 2021
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    Decidimos descender las escaleras y conocer a los autores de aquella mágica melodía en persona. Quizás no eran los afamados Ecos de Gérie, pero el público congregado aquella mañana en los jardines reales sabía reconocer su talento. Algunos, incluso, habían comenzado a danzar al son de la música, ya fuera en parejas o en solitario, creando un ambiente propio de un cuento de hadas.

    Alcé las cejas cuando noté la mano que Mimi extendía en mi dirección, y la miré durante un breve instante. No sabía bailar... ¿Pero acaso eso importaba? Reflejé su sonrisa finalmente, y sin pensármelo dos veces crucé una de mis piernas tras la otra, flexionando la rodilla en una inclinación propia de la más alta alcurnia.

    Extendí la esquina de mi chaqueta como si se tratase de un lujoso vestido de seda y la miré desde abajo, con aire solemne.

    —Será un placer, lady Honda.

    Dada nuestra ignorancia en esa clase de bailes nos tomamos el tiempo de observar al resto de parejas e imitar así su postura. Llevé una de mis manos a su cintura con delicadeza, y coloqué su brazo sobre mi hombro. Nuestras manos libres se entrelazaron, con los brazos flexionados ligeramente hacia arriba.

    Nuestro baile empezó siendo un completo desastre. Parecíamos tener dos pies izquierdos, que se cruzaban y pisaban la mayor parte del tiempo. En ocasiones dejaba escapar algún que otro quejido; otras, era ella quien me reprochaba a mí. Pero era difícil tomárselo en serio cuando, cada vez que nos mirábamos a los ojos, hacíamos un esfuerzo sobrehumano por tratar de contener la risa.

    —¡...Lo sentimos! —exclamé cuando, en mitad de nuestro desastroso vals, chocamos brevemente con otra de las parejas. Al alejarnos terminamos inevitablemente por compartir una carcajada. ¡Menuda expresión habían puesto!

    Con el paso de los minutos nuestros pies se fueron soltando. Ya no seguían un ritmo atropellado si no uno mucho más fluido, sincronizado. Envuelta por aquel ambiente distendido y su música terminé por meterme en mi propio personaje, reuniendo toda la galantería de la que fui consciente en ese instante.

    Me aclaré la voz.

    —Está usted encantadora el día de hoy, milady —dije, con aquel tono pomposo y grandilocuente. Con algo más de confianza en mis movimientos me atreví a darle un giro sobre su eje. Volví a sostenerla con cuidado y le dediqué una sonrisa ligera, significativa.

    Tan solo sígueme el rollo.

    >>Aunque imagino que se lo dicen a menudo, ¿me equivoco?
     
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    Yugen

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    Me hizo gracia la forma en la que aceptó. Vaya, se metía muy rápido en el papel ¿eh? No estaba nada mal.

    Solo estábamos haciendo un poco el idiota... pero era innegablemente divertido y podía dejar la vergüenza de lado y simplemente dejarme llevar por el momento y la melodía. No era complicado porque me hacía sentir segura y en confianza. Generalmente no haría esa clase de cosas porque sí, tan a la ligera... pero la situación lo ameritaba.

    Así que eso hice.

    Si bien empezó horrible. Y horrible podía ser un eufemismo. Tropezábamos cada dos pasos y terminábamos por pisarnos porque no lográbamos sincronizarnos. Era evidente que White no sabía ni lo más básico en cuanto a danza... y aunque en ocasiones hubo quejidos y reproches, nada era en serio. En cuanto volvíamos a mirarnos nos dábamos cuenta del ridículo que hacíamos y teníamos que esforzarnos por contener la risa. De hecho estallamos en carcajadas más de una vez hasta que el paso del tiempo ayudó algo.

    La miré cuando se aclaró la voz y enarqué una ceja con suspicacia. La situación, el castillo, la música... todo fingía como el escenario de un cuento perfecto. Se me escapó una risa por lo bajo, dulce incluso, cuando continuó el teatro.

    Podía dejarme llevar con una facilidad ridícula.

    —Oh, merci. El vestido es cortesía del Duque de Galar—respondí con la misma grandilocuencia de las altas clases de antaño. Ni siquiera llevaba puesto un vestido. Le permití darme una vuelta sobre mi eje y nos deslizamos por el patio empedrado como si lleváramos esa música en las venas.

    Yo estaba versada en la danza clásica y sabía bailar ese tipo de cosas... ¿pero algo como eso? Escapaba totalmente a mi conocimiento. Su ritmo vertiginoso me hacía pensar más en una taberna que en una corte real... pero me metí en el papel porque en definitiva calzaba conmigo como un guante.

    Busqué sus ojos desde aquella corta distancia y reflejé su sonrisa significativa como un espejo.

    —Debo admitir que no lo suficiente—respondí— porque ansío volver a oírlo de sus labios, Lady White.

    >>¿Pero qué decir de vos? Rivalizaría con la gracia de la mejor bailarina de la corte.
     
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    Mimi me siguió el teatro con la misma facilidad con la que yo lo había iniciado en primer lugar y no se lo negué. ¿Cómo hacerlo cuando lo estaba disfrutando de esa forma? Fluyendo al son de la música y el canto hacia tiempos pasados terminamos por construir alrededor nuestro propio cuento de hadas. Los músicos perdieron su escenario y se convirtieron en trovadores; el público dejó de serlo, para representar a la ostentosa y refinada nobleza de Gérie.

    Encontré sus ojos, aquella mirada cómplice escrita en ellos, y me aferré de nuevo al papel que interpretaba como si fuese parte de mí.

    —Sus palabras me halagan profundamente, Lady Honda. Pero quizás deberíamos bajar la voz, pues no me gustaría causar malentendidos —Incliné ligeramente mi rostro hacia la derecha, como si compartiese con ella un secreto del que nadie más debía ser consciente—. Recuerde que está usted comprometida.

    Al erguirme de vuelta apreté los labios, tragándome mi propia gracia, y me eché encima ese manto de genuino desasosiego. Las paredes tenían ojos y en la corte habían afilado sus sentidos.

    Pero nosotras no dejábamos de ser parte.

    >>¿Ha escuchado los rumores? Se dice que los Condes de Sereno están teniendo contratiempos conyugales —susurré, y señalé con la cabeza a una pareja que parecía discutir por cómo debían sostenerse en el baile—. Los Duques de Aqualia parecen haber perdido parte de la riqueza de antaño... —Enfoqué a una familia negando comprar un peluche de precios desorbitados en el museo—. Y los Marqueses de Cruce se enfrentan quizás a la maldición de una terrible bestia.

    Pero tan solo era un Sentret de Gérie mordisqueando el bolso de su entrenadora.

    La melodía comenzaba a rasgar su cúlmen, y el momento distendido llegaba a su fin. Estábamos haciendo el idiota como las grandes y probablemente nos habíamos llevado alguna mirada encima, ¿pero importaba acaso? Había sido estúpidamente divertido.

    Aprovechando los últimos momentos de la canción volví a dirigirme hacia ella.

    —Ha sido una hermosa velada, milady. ¿Tendré el placer de volver a verla algún día?
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    —Oh no, por todos los Furfrou de la corte. ¡Qué despropósito!—solté con fingida indignación al dirigir mi mirada hacia la pareja y fallé estrepitosamente al aguantar la risa.

    ¿Pero cómo de tontas podíamos ser? Me estaba dejando llevar contagiada por el ambiente y la música y cada vez que Liz hacía un comentario yo le seguía el rollo sin mayores problemas. La pareja que compraba el peluche, el Sentret mordisqueando el bolso...

    Simplemente fluíamos.

    Seguimos danzando por el patio. Aquí y allá. Nuestros pies ya no chocaban ni terminaban pisándose y aunque la música quizás era demasiado movida para el pseudo vals que mostrábamos, encajaba. Podía sonar estúpido y probablemente lo era pero tenía algo de mágico.

    Yo, la que había creído ser una princesa por tanto tiempo me sentía realmente una. Nunca me había parecido estar tan cerca de la nobleza como en ese momento.

    No faltaron las risas ni las miradas cómplices cada vez que dábamos un paso, por supuesto. ¿Quién iba a pensar que lograríamos una relación tan buena teniendo en cuenta lo desastroso que había sido nuestro primer encuentro?

    Éramos totalmente dispares. Mundos opuestos que se complementaban y las pulseras que compartíamos tintinearon en nuestras muñecas al dar una vuelta. Pero allí estábamos, manos entrelazadas, bailando como el par de niñas que éramos en el fondo. Era agradable y refrescante no importarme fallar o dar un paso en falso. Me daba igual estar haciendo el ridículo porque era genuino, puro como el cristal, y no sentía la necesidad de imponer murallas ni protegerme.

    Enfoqué sus ojos nuevamente cuando volvió a dirigirse a mí.

    —Por supuesto. Después de todo estoy comprometida con un hombre al que no amo. Solo por su dote—rodé los ojos de forma teatral y dramática. Relajé mis facciones entonces y aprovechando nuestra cercanía me acerqué a su oído y susurré—: Vos sabéis que me atraeis. ¿No os interesaría ser mi amante?

    La música se detuvo en ese momento y la multitud estalló en aplausos y vítores. El hechizo acabó con ello y regresamos a nuestros tiempo. Ya no había corte ni trovadores. Nuevamente estábamos en el patio de un antiguo castillo ahora reformado como centro de artes, haciendo un tour turístico por la ciudad.

    Me di cuenta de que la gente no solo aplaudía a los intérpretes si no también a los bailarines. Algunos, fervientes, también nos aplaudían a nosotras. Parpadeé con lentitud como despertando de un extraño sueño—¿de verdad nos aplaudían a nosotras?— y separándome de Liz los encaré, sostuve los pliegues de mi falda como si se tratase de un largo vestido y flexioné mis piernas en una reverencia promposa y grandilocuente. La sonrisa amplia y genuina permanecía imborrable en mis labios.

    Arceus... ¡ese había sido probablemente uno de los momentos más ridículos y más divertidos de mi vida!
     
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    Finalmente la música se detuvo, y el hechizo se disipó. La burbuja que habíamos creado sobre nosotras desapareció permitiéndonos reparar en el público, en sus vítores y aplausos. Me sorprendió ver que algunos eran dirigidos a nosotras. Se suponía que era un desastre bailando, y lo era... Pero la compañía a veces hacía milagros.

    Me llevé una mano al pecho con naturalidad, y realicé una reverencia como parte del teatro. Al encontrar los ojos de Mimi desde abajo compartimos una sonrisa cómplice, significativa.

    ¡Aquello había sido de lo más divertido!


    ***

    La música continuó reverberando en la distancia, amortiguada por los amplios pasillos y salas del castillo. Antes de marcharnos me apeteció contemplar las vistas de la enorme macrópolis desde el torreón, restaurado ahora como un mirador abierto al público, de modo que dirigimos hacia allí nuestros pasos. Después del ritmo frenético y vertiginoso del baile y de las emociones que trajo consigo, algo de paz siempre era bienvenida.

    La brisa me azotó el cabello en cuanto pusimos un pie fuera, por suerte aún lo llevaba recogido. La altura y el espacio abierto permitían que las corrientes de aire agitasen nuestra ropa de vez en cuando, pero no resultaba tan molesto como imaginé en un principio. La afluencia de personas allí arriba era notoria y el mirador parecía ocupado en ese instante, de modo que encendí mi cámara y comencé a vagar por los límites de las paredes rocosas sin un rumbo fijo.

    Desde allí arriba, tal como imaginé, las vistas eran preciosas. Podía contemplar los edificios en la distancia, el río que lo atravesaba, sus diminutos habitantes ocupados con sus quehaceres diarios. Ciudad Libertad era enorme, y contemplarla desde las alturas te otorgaba una sensación de triunfo. Se sentía como haber alcanzado el último peldaño de una larga escalera de caracol; te permitía volver la vista atrás y recordar el camino que te había llevado hasta allí.

    Era, si se quiere, una alegoría a nuestro propio viaje. A su inminente fin.

    Apoyé los codos en el muro, mi mejilla en la palma de mi mano, y comencé a pasar distraída las fotos que había hecho con mi cámara, sintiendo la brisa acariciar mis mejillas de vez en cuando. El C.C Freedom, el Parque del Fénix, el Castillo Libertad. Algunas eran buenas; otras... no tanto. Arceus, ¿qué clase de pulso era ese?

    Noté por el rabillo del ojo que Mimi se acercaba entre los visitantes, y le hice un hueco a mi lado.

    —¿Cómo crees que le esté yendo a los demás? —cuestioné, sin apartar la atención de la pantalla. Solté una risa baja al encontrar una foto del Sentret tratando de volver a atentar contra la estética y la moda—. He escuchado que Ian también está aquí. Quién lo diría, ¿habrá abandonado finalmente su banco?

    En ese instante apareció la foto que le había hecho a Mimi cuando estaba distraída, recorriendo el interior del castillo. Tenía esa expresión soñadora encima, casi dulce, y se la mostré con cierto aire jocoso, sin intención de ser hiriente.

    >>Ahora eres tú la que parece una niña —murmuré, y extendí mi mano hasta que piqué su mejilla con uno de mis dedos, divertida y enternecida a partes iguales—. Te ves muy mona así.
     
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    Aunque había sido ridículamente divertido nuestro paseo turístico no terminaba ahí. De modo que Liza decidió subir hasta el torreón, el único que se mantenía en pie, ese que había sido reformado como mirador. Subir las escaleras después del enérgico baile me resultó agotador pero cuando alcanzamos la cúspide y la brisa me acarició la mejillas, la vista hizo que mereciese la pena.

    Era probablemente el lugar más alto de toda Ciudad Libertad y permitía una vista panorámica de la misma y sus inmediaciones. Incluso podía ver Cruce y el río que la atravesaba de parte a parte.

    Lógicamente era bastante concurrido y el mirador estaba en ese momento ocupado por una familia y su Boltund. De modo que seguí a Liza hasta las almenas donde se colocó para revisar las fotos en su cámara. El espacio entre estas era suficiente para que cupiéramos las dos y flexionando el codo apoyé mi mano en la mejilla para observar el paisaje de forma ditraída. La brisa me meció el cabello.

    ¿Cómo le estaría yendo a los demás, decía? Bien, ni por instante lo dudé. Eran entrenadores experimentados y serían todo un desafío si me enfrentaba a ellos en la Liga. Emily, Lucas...

    Ian.

    Mi mano sobre la pared rocosa se cerró en un puño.

    —Lockhart... lo voy a destrozar si nos enfrentamos—apreté los dientes, rabiosa—. Él es el culpable de—

    No.

    Él no era el culpable de nada. Mi pelea con Alpha no tenía que ver con él, ni con su actitud prepotente ni con sus estúpidos comentarios. Mi pelea con Alpha era el resultado de una comunicación deficiente, de una actitud orgullosa y malcriada y del arrepentimiento. Que Ian la hubiese propiciado no importaba nada. No podría haber iniciado un incendio si la chispa no hubiera tenido por donde propagarse en primer lugar.

    Y en nuestro caso la tierra que pisábamos parecía estar empapada de combustible.

    Cerré los ojos y suspiré destensando mis músculos y serenando mi mente. Estaba siendo un buen día, no iba a permitir que la mención de Ian lo estropease. Mi mirada vagó más allá de las murallas, sobre la línea del horizonte. Era una vista hermosa. Desde el torreón podía verse toda Ciudad Libertad, vasta e inmensa. Y allí en su centro... el estadio.

    El final del viaje.

    Me perdí tanto en mis pensamientos que tardé un breve segundo en entender lo que White me mostraba. Era... una foto. La miré de soslayo, curiosa, y entonces palidecí. Un momento... ¡Era mi foto!

    El labio inferior me tembló y balbuceé algo incomprensible, nerviosa y ruborizada, cuando su dedo tocó mi mejilla. ¡Era aún más vergonzosa de lo que había pensado! Tenía una sonrisa enternecida y boba y una mirada llena de dulzura. Todo lo que alcancé a farfullar, presa de la vergüenza, fue un gritito incomprensible más propio de un Pokémon que de una persona.

    Pero sonaba muy similar a:

    —¡B-b-bórrala!
     
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    Andysaster

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    No me pasó desapercibido cómo su expresión se ensombreció al mencionar a Lockhart. La mano que sostenía su mejilla se cerró en un puño prieto. La miré de soslayo, algo preocupada, si bien continué trasteando con la cámara al poco tiempo. Mimi sabía que la escucharía siempre que lo necesitase, pero si no veía necesario hacerlo no tenía por qué indagar en primer lugar. No lo sentí adecuado.

    Su posterior exabrupto, no obstante, me tomó completamente por sorpresa. Abrí los ojos, como si no procesase la imagen que tenía ante mí; la había visto nerviosa alguna que otra vez, sí, pero nada se asemejaba a algo como eso. El rubor se había extendido por todo su rostro y sus balbuceos, apenas inteligibles, se asemejaban más al sonido que haría un pokémon más que a un idioma en concreto.

    —Pfft... —Tensé los labios, pero me fue imposible contener la risa. Me vibró en el pecho, cristalina, pero a pesar de lograr encontrar mi voz al poco tiempo no pude detenerla del todo—. Tenías que haberte visto... ¡Parecías un Octillery cocido al sol!

    Mientras recordaba la escena (y volvía a darme la risa en consecuencia) seleccioné los ajustes de la imagen, y terminé por borrar la foto frente a sus ojos. De hecho le mostré la pantalla para que se quedase tranquila; mi intención no había sido esa, después de todo.

    Apoyé la espalda contra la pared rocosa, y me sequé alguna que otra lagrimilla rezagada.

    >>Ya está, ya está. ¿Satisfecha? —cuestioné, sin que sonase realmente como un reproche porque no lo era. Volví la vista hacia la familia y el Boltund, aún ocupando el mirador, y alcé la mirada hacia el cielo despejado en su totalidad. Cerré los ojos, sintiendo la brisa de cerca—. Ahora mi galería tendrá un vacío irrecuperable. Pero quizás una foto juntas arregle ese hueco un poquito...

    Y permanecí allí, con los ojos cerrados y las cejas alzadas, sugerente. Y a su misma vez como si aquello no fuese conmigo en lo más mínimo.
     
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    Yugen

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    Se rió. No podía creer que se riera. En consecuencia solo me puso más nerviosa y abrumada por la vergüenza, abochorbada más bien, cerré los ojos con fuerza y le espeté que se callase.

    Terminó borrando la foto, sí, pero no estaba del todo satisfecha con eso. Aún estaba un poco picada porque se había reído. ¿Le resultaba cómica mi situación? ¿Porque parecía un octillery cocido? ¡Esa tonta!

    Molesta y sintiendo aún el rubor en las mejillas—acrecentado por la intensidad del sol de la mañana— apoyé mi espalda sobre la pared de piedra de la almena y crucé mis brazos con los ojos cerrados y las cejas fruncidas con indignación.

    No me importaba que me tomasen fotos. Pero me molestaba que lo hiciesen a traición y sin mi consentimiento. Cuando me tomaban desprevenida en mis momentos de mayor debilidad... no lo soportaba. De modo que permanecí allí, cruzada de brazos y en silencio, hasta que escuché su sutil comentario.

    ¿Un vacío irrecuperable?

    —¿Huh?—murmuré y abrí un ojo para dirigirle una mirada de soslayo. ¿Una foto juntas? ¿En aquel lugar? Me quedé en silencio durante un par de segundos, sopesando mis opciones... y terminé por suspirar y descruzar los brazos—. Ah... de acuerdo.

    Entonces me acerqué a ella y tomando prestada la cámara de sus manos nos tomé una foto a ambas. Ahora la desprevenida fue ella. Porque yo aparecía con una sonrisa falsamente inocentona, muy consciente de mi pequeña venganza personal. Victoriosa le sonreí con la mayor soberbia que tenía en mi arsenal cuando se dio cuenta de todo.

    Nuestra relación era así. Una rivalidad constante que en el fondo no tenía nada de rivalidad. Porque como habíamos demostrado en el patio, solo éramos un par de niñas haciendo el idiota.

    Me quedé allí viendo distraídamente el resto de fotos que tenía en su cámara digital. Había tomado fotografías del C.C. Freedom, del parque Fénix y la estatua amorfa. Parecía haber tenido en cuenta el enfoque y la luz en lugar de hacer fotografías al azar, como tendían a hacer los turistas. La exposición, el enfoque, el juego entre luces y sombras...

    Mi expresión se suavizó considerablemente a medida que pasaban foto tras foto y me daba cuenta del inmenso talento que tenía.

    >>¿Hace mucho que haces fotos, Liz?—cuestioné entonces, curiosa. Podían ser fotos no profesionales pero algunas, exceptuando aquellas un poco movidas, estaban muy bien hechas—. Estas... son muy buenas.

    >>Podría contratarte como mi fotógrafa profesional cuando me dedique al modelaje. ¿Lo imaginas? Yo, siendo la portada de revistas... y tú, siendo la autora de esas fotografías.

    Se me acaba de ocurrir un fic, ara ara~ 7u7
     
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    Andysaster

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    A pesar de su berrinche terminó por aceptar y... Ni siquiera logré enfocar el mundo del todo cuando me sonrió, con aquella soberbia tan suya. Confusa busqué mi cámara pero esta reposaba ahora en sus manos, con la foto ya creada. Salía obviamente con los ojos cerrados, pero Mimi parecía satisfecha con su fechoría, sonrisa de wooloo degollado y todo.

    Le dirigí una mirada de circunstancias. Mi intención había sido guardar un recuerdo genuino de aquel día, no... una de sus estúpidas venganzas. No le gustaba que la comparase como una cría pero a veces parecía una. En cualquier caso le permití juguetear con la cámara y apoyé los codos de vuelta.

    Suponía que en el fondo me lo merecía, ¿no?

    Me distraje con las vistas en los minutos posteriores. Las voces de los turistas me llegaban de vez en cuando, conversaciones banales aquí y allá, pero la familia del Boltund seguía acaparando el mirador. Les miré con disimulo. ¿Habrían echado más de una moneda? Ah, como sea. En cualquier caso paciencia era algo que me sobraba.

    —¿Hm? —La voz de Mimi captó mi atención de vueta y giré el rostro hacia ella. Observé las fotos por encima de su hombro—. Dante me contagió la costumbre de tomar fotos, no lo hago desde hace mucho. ¿De verdad te gustan?

    De mi afán por conservar recuerdos había terminado por congelarlos en el tiempo a través de la imagen. No eran una captación del entorno en sí si no que iba más allá. Era la habilidad para transmitir algo con muy poco. Jugar con la posición de la cámara, el enfoque, los degradados o la exposición era esencial para lograr algo así.

    Pero aún estaba aprendiendo.

    —Dudo que llegase a ver esto como algo más que un hobby... Pero se agradece el halago —sonreí para mí misma y le di un toquecito en la cabeza, similar a una caricia rápida al pasar por su lado—. No obstante podría aceptar algún que otro encargo como favor personal~.

    Mientras hablábamos el mirador se había despejado, de modo que aproveché el momento para sacar mi moneda y abrir así la lente. El prismático tenía un alcance notable, pero me costó ubicarme en un principio.

    >>Te dejo al cuidado de la cámara —le dije entonces, moviendo la máquina con cuidado concentrada en lo que hacía—. Tienes permiso para hacer lo que quieras con ella mientras regrese sana y salva.
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    La respuesta de Liz de que solo era un hobby me hizo fruncir ligeramente el ceño pero no con molestia si no con extrañeza.

    —¿En serio?—cuestioné sin apartar la mirada de la cámara—. Es una lástima. Podrías ganarte la vida así.

    Definitivamente tenía talento. Quizás fuera solo un hobby... ¿pero no era un poco un desperdicio dejarlo correr cuando se le daba tan bien?

    En cualquier caso no mencioné nada más. Mientras se entretenía con el mirador ya libre me dejó la cámara y me sentí como una niña con un juguete nuevo. Entretenida me tomé una foto a mí misma con el paisaje de fondo. El cielo azul, las montañas al norte... Cuando posaba, por supuesto, no me importaba tomarme fotos. Y me tomé como unas... diecisiete selfies seguidas. Con cada click cambiaba la pose y así saqué fotos donde sonreía, donde sacaba la lengua, donde guiñaba un ojo, donde hacía la señal de victoria con los dedos y dónde fingía andar distraída cuando era evidente que la foto la había tomado yo misma.

    Arceus, podía ser tan tonta.

    Cuando me aburrí de tenerme como modelo miré a través de la cámara a mi alrededor hasta que apunté el objetivo a White. Enfoqué. Estaba observando el entorno por el mirador concentrada en la vista sonriendo con la misma emoción que había tenido yo en el castillo y pretendía sacarle una foto cuando oí una voz.

    —¡Mira tío! ¡Allí! ¡Son Liza White y Mimiko Honda!

    —¿Eh? ¡Claro que no!—respondió otra—. ¡Los famosos no vienen a estos sitios! ¡Están muy ocupados con sus mansiones y sus yates para preocuparse por la cultura!

    Tuve que afinar el oído para escuchar lo siguiente. Pero lo oí con una claridad absurda a pesar de la multitud congregada a nuestro alrededor.

    —Yo te digo que las famosas estas son super fáciles. Te apuesto treinta pavos, chaval.

    ¿Perdón?

    Irritada por la situación bajé la cámara y me topé de frente con dos chicos que rondarían nuestra edad. Era totalmente irrelevante como fueran físicamente esos idiotas.

    —¡Ah!—exclamó uno de ellos entonces, señalándome—. ¡Es ella! ¡Te lo dije Alan!

    El denominado Alan pareció sorprendido de verme. Abrió como platos sus ojos verdes y se acercó a mí prácticamente corriendo. Repentinamente parecía un Herdier moviendo la cola ante su entrenadora y fruncí el ceño molesta por su cercanía repentina. ¿Habían oído hablar de la proxémica, el espacio vital personal de cada individuo?

    —¡De verdad eres tú! ¡Tía, me molas un montón!—me soltó como si nada. Me pregunté por un momento si lo decía en serio o solo estaba fingiendo para llevarse los treinta arlines que le dijo su amigo. Lo entendí pronto—. Oye, que sé que igual esto es súper repentino y tal... ¿pero por qué no venís tú y tu amiga a tomar algo con unos colegas? Es aquí al lado, será rapidito.

    Intercambió una mirada significativa con su amigo y una sonrisa socarrona que me puso los pelos de punta. ¿Qué se pensaban que éramos? ¿Unas prostituta de barrio? ¿Que tenían el derecho de acercarse en nuestro tiempo libre y jodernos el día solo porque éramos un par de chicas solas?

    —No.

    La respuesta fue escueta, rápida y contundente. Acerada y fría como el hielo, no admitía réplicas. Pero su cerebro de Joltik debía estar demasiado lleno de mierda como para entenderla.

    —¿Eh?

    —Dije que no.

    Confusos, demasiado acostumbrados a salirse con la suya, intercambiaron una mirada. Uno de ellos fijó sus ojos en Liz y tuve que contenerme para no soltarle una patada.

    —¿Y tu ami—?

    —Mi amiga está muy tranquila—cortante, no le dejé terminar. Inconscientemente tal vez o quizás más consciente de lo que creía di un par de pasos y me interpuse entre ellos y el mirador. Eran un poco más altos que yo pero les sutuve la mirada sin titubear—. No necesita que vengan a joderle un par de cabrones babosos.

    Aquello pareció molestarles profundamente. Les pegó duro en el orgullo de machito hormonado y el tal Alan frunció el ceño y se me encaró.

    —¡Oye zorra! ¿Cómo te atre—?

    Click.

    El flash los tomó desprevenidos y dieron un paso atrás. Había sido rápida porque aunque era impulsiva por naturaleza podía ser sorprendentemente calculadora y fría bajo presión. Además tenía muy poca paciencia.

    Especialmente con los de su calaña.

    Bajé la cámara.

    —Tengo vuestras asquerosas caras grabadas para la posteridad en una fotografía—dije—. Me pregunto si le gustará a la policía cuando os denuncie por acoso.

    —¡No te estamos acosando, te estamos invitando a sal...!

    —Y yo dije que no—torcí de forma agria—. Eso debería ser suficiente. Vuelve a la guardería si no entiendes el significado de algo tan simple.

    El tipo apretó los dientes, furioso. Su cara enrojeció de la pura indignación. ¿Dónde se había ido todo su encanto de plástico? Miró a un lado y a otro y sintiéndose acorralado terminó por chasquear la lengua.

    —Vámonos Alan, las famosas son todas unas estrechas.

    Los seguí con la mirada hasta que se marcharon desapareciendo entre la multitud congregada en el torreón. La sangre me hervía en las venas como fuego vivo y todo mi buen humor se había ido por el caño. ¿Por qué tenía que existir gente tan detestable? ¿Era tan difícil de entender que 'no' significaba 'no'?

    Solo cuando desaparecieron por completo tomé la cámara y borré la fotografía. No necesitaba sus asquerosas caras manchando las maravillosas fotos que había tomado White.
     
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    Andysaster

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    Al principio me costó orientar la lente y todo cuanto recibía era el azul del cielo, el del mar o el gris borroso de algunos edificios. A medida que iba descendiendo el aparato y jugaba con las rueditas en su costado la imagen fue cobrando nitidez, y comencé a distinguir personas y pokémon. Incluso pude alcanzar a ver ciudades aledañas. Era como sobrevolar la región con Zazú pero desde una perspectiva distinta.

    Me entretenía como una cría.

    Había logrado identificar los Prados Reales en la distancia, aquella mancha verde y extensa que terminaba desembocando en la Calle Victoria cuando me pareció escuchar que pronunciaban mi nombre. Curiosa alcé la vista del aparato, y mi ceño se frunció ligeramente en confusión al ver que Mimi se encontraba hablando con dos chicos. No me sonaban de nada, y un escalofrío anticipado me recorrió la espalda cuando uno de ellos posó su mirada en mí.

    Disimuladamente volví la atención al aparato. Pero ya ni siquiera pude concentrarme en la mira, claramente intranquila. ¿Serían fans? ¿Le estarían pidiendo un autógrafo? No era algo extraño en nosotras pero había algo raro en todo eso. No podía escucharlos desde aquella posición pero lo sentí en sus miradas. En las sonrisas cómplices, prepotentes. Si Mimi no me diese la espalda desde allí lo habría entendido todo mucho más rápido.

    Pero no fue necesario. Al deslizar una vez más la mirada hacia allí pude ver cómo ambos se marchaban, molestos e impotentes, y les seguí hasta que se perdieron entre la muchedumbre. Si bien podía defenderme sola era un detalle que Honda se hubiese encargado por ambas. Tipos como ellos nunca faltaban en nuestros viajes pero siempre resultaba igual de desagradable encontrarlos.

    Chasqueé la lengua con disgusto y me dispuse a seguir mirando por la lente. Pero no pude hacerlo con esa sensación de desasosiego en el pecho. Preferí ver cómo estaba.

    —Disculpa... Aún no terminó tu turno —El siguiente en la fila para el mirador se percató de ello cuando me aparté y le dirigí una breve mirada.

    Señalé el aparato con un gesto vago de mi mano.

    —Todo suyo, aprovéchelo por mí.

    El hombre parpadeó, sin comprender absolutamente nada, pero no tardó demasiado en utilizar la oportunidad que le brindaba. En cualquier caso caminé hacia donde estaba Mimi, notando su ceño fruncido al vuelo y resolví fingir entonces que no había visto nada.

    Avivar las brasas solo estropearía nuestro día... Sería un desperdicio después de todo lo que hicimos hasta ahora.

    —¿Y bien? ¿Cuántas fotos te sacaste? —No la había visto pero la conocía lo suficiente como para saber que no utilizaría la lente para captar paisajes precisamente. Dado que seguía visiblemente malhumorada (y con razón) opté por sostener su mano libre y le di un suave apretón, buscando sus ojos—. Oye, alegra esa cara. Es tu turno de escoger, ¿recuerdas?
     
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    Yugen

    Yugen D e p r e s s e d | m e s s

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    Mimi Honda

    No supe cuánto tiempo estuve allí de pie, irritada y profundamente molesta, pero en algún momento escuché la voz de Liz. Había dejado su lugar en el mirador y se había acercado... y me pregunté si había visto algo de todo el patético numerito que se habían montado aquel par de imbéciles. Si lo había hecho no lo mencionó.

    Sentí su mano darle un apretón a la mía y aunque mi humor no cambió con ello, al menos sí suavizó algo mi expresión.

    —Que les den, no van a fastidiarme el día—resolví por mí misma y me giré hacia White de una vez. Y entonces entregándole la cámara sonreí, inocentona—. Oh, casi veinte.

    >>Tenemos dos opciones. Podemos ir al museo o... regresar al C.C. Freedom. Y me vendría genial hacer algunas compras ahora.

    Así regresamos nuevamente al centro comercial. Hice varias compras sin importancia, ropa en su mayoría, y cargada con las bolsas decidí tomar asiento en un banco junto a una de sus fuentes y sus múltiples zonas verdes. Pasar un rato gastanto los fondos de mi tarjeta me había ayudado a despejarme y mi humor se había elevado quizás una octava parte de su total.

    Cerré los ojos y con un suspiro apoyé la cabeza sobre el respaldo del banco. Comprar siempre lograba despejarme. No por nada había sido desde siempre mi mecanismo de escape y la forma de llenar los muchos vacíos emocionales que me había dejado mi padre. Además, era simplemente entretenido para mí.

    Sin embargo... White era totalmente ajena a todo eso y sentí la necesidad de pedirle perdón por haberla arrastrado nuevamente a un lugar donde no se sentía del todo cómoda.

    —Disculpa—dije entonces—. Necesitaba esto.

    Hubo un pequeño silencio interrumpido tan solo por el rumor del agua de la fuente y las conversaciones banales del resto de visitantes del centro. No era un silencio incómodo en sí mismo, de hecho resultaba reparador.

    Pero entonces... ese silencio fue roto por algo más.

    Un sonido gutural y sumamente vergonzoso proveniente de mi estómago.

    ... Ugh.

    ¿Justo en un momento así? ¿En serio? ¡Habíamos comido helado hacía como media hora! ¿Era el día de avergonzar a Mimi y yo no estaba enterada?

    >>V-vaya, es casi la hora de almorzar—mencioné como si no fuera conmigo y de forma nerviosa jugueteé con uno de mis mechones rubios enredándolo y desenredandolo en mi índice. Se me escapó una risa nerviosa—. ¿No... tienes hambre?

    Un helado estaba bien... pero nunca podría sustituir una comida completa. Y mi estómago lo sabía de sobra.
     
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    Andysaster

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    Fue así como terminamos regresando al C.C Freedom. Mimi quería hacer un par de compras, suponía que motivada por lo que acababa de suceder y yo no se lo negué. Sería egoísta hacerlo cuando habíamos pasado la mañana visitando los lugares que me interesaban.

    Recorrimos un par de tiendas aquí y allá. Ni siquiera parecía tener una idea clara de lo que buscaba, de modo que mientras recorría la tienda hice tiempo vagando entre los maniquíes, observando las diferentes prendas con desinterés hasta que, de vez en cuando, alguna llamaba ligeramente mi atención. El proceso siempre era el mismo: la sujetaba, me miraba a un espejo, revisaba el precio algo más convencida... y lo dejaba en su lugar, completamente pálida.

    Arceus... ¿En qué clase de tiendas se metía esta chica?

    Tiempo después tomamos asiento en uno de los bancos de la zona de descanso. Observé un tanto abstraída cómo la fuente era iluminada por diversos focos de colores, rotativos, y a su vez esta lanzaba chorros de agua desde su base, creando un espectáculo de luces y formas de lo más llamativo. Estaba por capturarlo con la cámara cuando la voz de Mimi me llegó, si bien algo lejana, y negué la cabeza con suavidad.

    Los mechones castaños me cosquillearon las mejillas con el movimiento.

    —M-hm —respondí—. Está bien.

    Al menos parecía sentirse mejor.

    El silencio que se sucedió después amplificó quizás el gruñido de su estómago y me giré para mirarla, claramente divertida con su respuesta. Estaba especialmente susceptible aquel día, ¿huh? No sería yo quien se quejase. Me levanté, tomando alguna que otra de las bolsas que llevaba encima y me estiré como un Litten, relajando los músculos poco después.

    —Vayamos a por algo de comer, entonces. Antes vi un restaurante que... —Pero las palabras murieron en mis labios cuando sentí que mi videomisor vibraba en mi muñeca. Curiosa, me detuve para revisar de qué o quién se trataba. ¿Sería el aviso de la Liga? Pero cuando el nombre de aquella persona apareció en la pantalla junto a varios buzones de voz y un mensaje el corazón me dio un ligero vuelco en el pecho. Mi primera reacción fue tironear a Mimi de la manga de su blusa, abrumada e ilusionada a partes iguales—. ¡Ah! ¡Mims, es él!

    Nikolah me había enviado un mensaje. Varios, de hecho, pero eso era usual en él. Parecía tener una costante lucha con la máquina de la que aún no había logrado salir victorioso. Pero era ciertamente tierno que hubiésemos pensado lo mismo. Estuve tentada a abrirlo pero aún debíamos buscar el restaurante, de modo que me armé de paciencia y lo aplacé... Un par de minutos.

    >>Vamos a tomar asiento primero. Creo que era por aquí.

    Y con un gesto de mi cabeza emprendimos la marcha, bastante más decidida que las otras veces. Parecía haber olvidado lo mucho que me agobiaba aquel sitio... Ni siquiera me percaté de la sonrisa que dibujé en mis labios en ese instante.
     
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    Yugen

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    Mimi Honda

    La seguí con la mirada cuando se incorporó y recogió un par de las bolsas de ropa. ¿Iba a ofrecerse a llevarlas? Desde luego no iba a quejarme porque me dolían ya los brazos de tanto ir y venir con ellas. Relajé mi gesto agradecida por el detalle y cuando mencionó que iríamos a comer algo juraría que sonreí. Así, con el rubor aún ligero y todo en el rostro.

    Arceus... me moría de hambre. Me apetecía tanto un filet mignon o algo que no fuera excesivamente grasiento... Sin embargo cuando me incorporé—recogiendo el otro par de bolsas restante—, White se detuvo al oír el sonido característico de un mensaje desde su holomisor. Su expresión se iluminó de golpe e incluso me dio tironcitos en la manga.

    Mi mente había estado tan dispersa que en un principio no lo entendí.

    —¿Él? ¿Quién?—repetí extrañada y fruncí ligeramente el ceño con confusión. Debía ser el hambre ¿no? Me faltaban vitaminas y nutrientes. Por suerte mi cerebro fruncionó rápido y terminé por soltar las bolsas de ropa de la sorpresa—. ¡Oh, él!

    Nikolah.

    Efectivamente había terminado por venir, tal y como predije. ¿No era increíble lo perceptiva que podía ser? Él había dado el paso así que no debía haber problemas si Liza le respondía ahora. Él y solo él había escogido sus propios ritmos.

    Qué mono, no había podido con la presión.

    Contagiada por su emoción me acerqué—más que nada por estar a su lado cuando abriera el mensaje— pero todo lo que hizo fue recoger las bolsas y seguir caminando. ¿Quería buscar primero el restaurante? ¿No le causaba ni un poquito de curiosidad?

    —¿Huh?

    Suspiré y recogí las bolsas que yo misma había dejado caer. Cuando se le metía algo entre ceja y ceja era implacable.

    Pero eso tenía su parte buena. Si se le había metido en la cabeza conquistar a Nikolah, definitivamente lo iba a lograr.

    Como si no lo hubiera logrado ya.

    ***

    Llegamos así al restaurante y tomamos asiento en una de sus muchas mesas. Mesa para dos ¿qué más? Teníamos un asunto importante entre manos que no requería más ojos curiosos. De hecho... yo estaba allí en calidad de celestina, poco más. Y no me desagradaba para nada el trabajo. Que yo ya no le tuviera fe al amor no implicaba que el resto no pudiese disfrutar de él.

    Resultaba reconfortante de alguna extraña forma.

    El restaurante era... un lugar pintoresco. No era uno de lujo pero tenía cierto encanto rural. La luz suave, el entorno recogido. Me recordaba un poco al restaurante de Atracadero.

    Curioso... en un restaurante me habló sobre sus dudas. Y ahora, en un restaurante iba a resolver otras. Estaba segura de que en esa misiva estaba la clave que definiría su relación a partir de entonces. ¿Le preguntaría como estaba? ¿Le pediría volver a viajar juntos? ¿Le diría que la extrañaba?

    Cualquiera de esas cosas indicaba que iban por buen camino. Vaya par de bobos enamorados.

    Apoyé mi mano en la mejilla y la miré en silencio incapaz de ocultar la sonrisa de circunstancias. No iba a pedirle que leyese en voz alta porque no sabía el contenido del mensaje y no quería meterme en asuntos que no me incumbían. Pero me moría de curiosidad.

    *grita internamente*
     
    Última edición: 12 Noviembre 2021
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