Bunkyō City Attractions [Parque de diversiones]

No me había pasado desapercibido que Rockefeller la había persignado, me pregunté por sus creencias aunque no era algo que me interesara realmente, simplemente me pareció curioso, digamos que de mis amigos nadie lo hacía, ni sus familiares, así que era algo completamente atípico en lo que me correspondía de existencia.

—Deberían pagarnos por el servicio social.

Eché luego un vistazo general al parque, mirando los juegos de nuevo. El imbécil de Craig no tenía pinta ya de aparecer, y me pregunté que tan real era eso de que se sentía enfermo, ya hasta empezaba a creer que había montado todo este circo a propósito, parecía que dudaba de mis habilidades sociales, lo cual era una ridiculez.

—Bueno señora que se pierde en una casa de espejos, ¿a dónde apunta la brújula? —estiré el labio hacia la izquierda, se me descubrió la mitad de la dentadura en una especie de sonrisa autosuficiente.

Estaba ajeno en totalidad a la historia de la niña, por lo que en parte me pregunté qué dependencia tenía con el hermano que andaba buscándolo en un parque de diversiones, que pare ser absurdo yo solía hacer lo mismo con mi hermana cuando salíamos de paseo. Ridiculamente de pequeño no quería separarme mucho timpo de ella, así mantuviese yo con mala cara, al ser ella la mayor sentía que me cuidaba y la seguridad me permeaba el cuerpo en ese entonces.

El tiempo pasaba condenadamente rápido para ella estar ahora en la universidad y yo al otro lado del mundo.

>>Eres hija única, eso me dijiste antes, ¿o estoy equivocado de persona? —repasé sus facciones entre tanto—. ¿No te hubiese gustado tener un hermano?

 

Que dijera lo del servicio social me hizo soltar una risa por la nariz, me encogí de hombros y antes de estirar el brazo con tal de tomar el suyo. Con eso hecho comencé a caminar sin objetivo por el momento, ni siquiera cuando me preguntó a dónde apuntaba la brújula de la que se perdía en la casa de espejos. Aproveché el recorrido para observar las luces de los juegos, escuchar los sonidos y tratar de reconocer algo menos mecánico entre ellos, sin demasiado éxito.

—¿Qué piensas de las montañas rusas? —pregunté al aire, husmeando un puesto de golosinas sin intención real de comprar algo—. ¿Y de los juegos acuáticos?

Bien podría haberle explicado a Paimon todo el asunto de Sota, pero me pareció que era privado, incluso si la madre de la niña me lo había terminado diciendo. Bajo esa lógica me lo reservé y porque no creía que a él le importara demasiado en realidad que no dijera nada. Su pregunta me alcanzó después, haciendo que girar el rostro en su dirección y asentí con la cabeza a la primera parte, lo de que era hija única.

—Nunca lo pensé mucho. Tenía muchos vecinos con los que jugar, así que supongo que nunca me alcanzó esa clase de deseo —respondí dedicándole una caricia liviana en el brazo, no fui realmente consciente de ella—. ¿Has pensado en cómo habría sido si fueras hijo único?

La pregunta era un poco rara, la gente no solía responderla con sinceridad y lo sabía, implicaba demasiadas cosas morales. Sin embargo, por lo mismo creía que Paimon sí podía responderla sin pensar en esa clase de cuestiones, porque no le preocupaban para empezar.

 

Rockefeller se enganchó a mi brazo. La niña era pegajosa, la cuestión era que a diferencia del resto de gente que osaba ponerme alguna mano encima -sin yo tener interés sexual como el caso de Shiori-, al ser ella no me fastidiaba, aunque no es como si le diese vueltas al por qué del asunto, lo asignaba a que era probable que en parte la consideraba no sé, una niña perdida de pueblo en la gran ciudad.

—Es básicamente lo mismo, solo que unos te mojas y en otros no —reolví con respecto a las montañas rusas y juegos acuáticos—, aún tengo el cabello medio húmedo así que me da lo mismo —tenía presente que traía con ella ese bolsito mágico de dónde sacaba de todo.

Las mujeres solían llevar consigo ciertas cosas que nosotros de por sí no, como paños, maquillaje, cremas, y sabrá el diablo qué más, por lo que en caso de terminar empapado no me extrañaría que trajese algo que pudiese resolver la noche que se iba abriendo paso. Ya luego me dió algo de contexto de su infancia, que tenía muchos niños a su alrededor para jugar, entre tanto no me pasó desapercibida el tacto de sus dedos, aunque me puse a mirar de manera distraída el espacio mientras caminábamos.

—Probablemente sería más odioso y cruel de lo que dicen que soy —me encogí de hombros enterrando la mano libre en el bolsillo—. De pequeño mi hermana solía llorar por todo, así que yo la molestaba cantándole una canción que decía que el mundo se iba a acabar y no sé qué —me relamí los labios ocultando a media una sonrisa—, y bueno, ella lloraba más y me acusaba con mi padre, pero si me pongo a pensar en su ausencia, el ruido de su llanto me haría falta.

Además de que me cuidaba más de lo que hubiese pedido. Mantenía pendiente cuando mamá nos iba a visitar, pese a solo ser un año mayor parecía estar atenta a que dicha mujer no me convenciera de irme a vivir con ella, como una chihuahua que a la más miníma amenaza me tomaba de la mano y me halaba en sentido contrario. Si lo pensaba un poco, sabía que mis aspiraciones serían totalmente contrarias a lo que quería ser de adulto con la crianza de mi viejo.

—Así que, no sé, si fuese hijo único no nos hubiesemos conocido siquiera, Rockefeller —la miré de perfil—. Y te haría falta, claro está —la molesté con la presunción de siempre.

 

Que dijera que los juegos acuáticos eran iguales a las montañas rusas me dio algo de risa, digamos que tenía razón y a la vez no. Una buena parte de los juegos que tenían agua tenían trayectos incluso más cortos que las montañas rusas o, en su defecto, más largos y menos acelerados, pero sí era cierto que involucraban un ascenso y una caída. Es más, puesto en perspectiva todos los parques de atracciones funcionaban de acuerdo a esa lógica en realidad.

Ascenso y caída.

Justo como en la vida, pero a mucha mayor velocidad.​

La caída nos vaciaba el estómago, nos llenaba el cuerpo de adrenalina y al volver al suelo, vivos, sentíamos una correntada de euforia comparable con la de algunas drogas. El caso era que aquí uno jugaba con esos límites de forma consiste.

De la manera que fuese, Pai en efecto respondió sin molestarse en cuestiones morales. Admitió que sería más cruel que ahora, que su hermana lloraba por todo y él le cantaba una canción que lo empeoraba; suponía que los niños eran crueles de por sí, pero Pai era un poco especialito con eso y lo reconocía a pesar de lo poco que lo conocía. Digamos que lo llevaba escrito en su cara de moco.

—Puede que no —resolví a lo de que seguramente no nos hubiésemos conocido y desvié los pasos hacia la fila de una de las atracciones acuáticas—. Y claro, me harías una falta tremenda. ¿Qué haría yo sin haber conocido al tan carismático Orn Paimon?

Me permití un suspiro de lo más melodramático, quiso darme risa, pero mantuve el teatro y me solté de su brazo ya estando en la fila. Me llevé una mano al pecho, contrariada, y exhalé como si acabara de recibir una noticia terrible.

—Qué vacía sería mi vida de no haber recibido aquel tour. Es que no me lo quiero ni imaginar.

 

A la final decidió ir por una atracción de agua así que hicimos la fila en una de dichas atracciones. Esperaba no volver a recibir un baño en todo el sentido de la palabra, ya que le había dicho a la mujer del servicio que saldría a atender un asunto, por lo que el hecho de que mi padre -en caso de estar en casa-, me viese llegar con la roma húmeda calificaría de extraño.

No iría a decirle que estaba en un parque de diversiones, no pintaba nada.

—Un desastre —apañé sobre el qué haría sin haberme conocido.

Suspiró y le seguí el hilo de su dramatismo con la mirada. Se soltó estando en la fila y pude notar que el grupo delante de nosotros la estaba mirando también, al igual que la pareja que acababa de llegar formándose atrás nuestro. La niña tímida del primer día se había disuelto con ligereza.

Y llamaba bastante la atención sin siquiera darse cuenta. En parte por el acto, en otra parte por su físico.

—No hubieras tenido la oportunidad de aprender a bailar —murmuré pasando de las miradas ajenas, aunque vete a saber qué habría dicho a sus amigas sobre ese primer día.

Probablemente ya estaría pintado de amargado.

>>No te lo imagines, ya estoy aquí contigo, ¿no? —solté el aire por la nariz con cierto sarcasmo aunque nada iba enserio. Y por ahí de paso, con el ojo público de japoneses chismosos solté como si nada—: Aprovéchame, Rockefeller.

Al regresar mi mentón al frente, el grupito se giró fingiendo no haber visto ni escuchado nada, murmurando entre ellos, parecían avergonzados o una estupidez similar digna de mediocridad.

 

Podía parecer estúpida, pero no lo era, sabía que llamaba la atención en general, era lo que había pasado en mi primer año aquí y había detonado otras cosas, los rumores de los chicos de la escuela mixta, el rechazo de las chicas de la femenina y así hasta parar de contar. Comentarios incómodos, insinuaciones y mentiras, una detrás de la otra. Con el tiempo me había forzado a habituarme, ¿por qué?

Porque no iba a vivir incómoda el resto de mi vida.

Era más fácil cuando tenía a alguien conmigo, claro, lo noté cuando comencé a formar amistad con las gemelas Minami y Mei y ahora digamos que aplicaba a Paimon. Pensaba un poco menos en las implicaciones de mis acciones así y lo demás no podía solucionarlo, ¿qué iba a hacer por ser una rubia americana en pleno Japón? ¿Pintarme el pelo y ponerme lentillas? Lo sentía mucho, pero no.

—¿Perdón? Tú no habrías aprendido a bailar —repliqué ignorando los ojos que sentía encima—. ¿Qué podrías bailar tú además de algo aburrido de salón?

Cuando dijo que ya estaba conmigo seguí el teatro, me desinflé los pulmones con un alivio de lo más exagerado y me giré para mirarlo, el agradecimiento que reflejé en la mirada fue impostado. El muy descarado soltó allí, en plena fila de una atracción, que lo aprovechara y la sonrisa se me estiró con un dejo de satisfacción que bien podría quedar a su criterio si fue teatro o no.

—¿No es por eso que estás aquí acaso? —atajé todavía con la sonrisa pegada al rostro—. Porque te estoy aprovechando. Ya veremos qué se me ocurre después, lo pienso con calma.

Me llegaron los murmuros de las personas de enfrente, me tragué una risa y me mantuve cerca de Paimon, ya no faltaba mucho de la fila, pero el parque se había llenado un poco más.

 

La muy osada me cuestionó que sabía bailar yo además de... ¿de aburridos bailes de salón? Se notaba que la niña le hacía falta una buena reunión social, que bueno, no faltaba mucho para eso con la llegaba de mi hermana en el verano. Ya se lo había mencionado a Craig, el que también estaría su ex-novia de visita y él tenía conocimiento que mi padre siempre me ponía una chica que sacaban de las mangas de no sé quién, puras fastidiosas, por lo que tenía presente a Rockefeller cuando llegase ese momento.

—¿El rock cuenta? —pregunté como sino fuese algo capscioso.

La niña siguió en su teatro, me miró con cierto agradecimiento que me tomé enserio aunque no lo fuese porque así era, y ya luego noté el cómo la sonrisa se le estiró, aunque no reaccioné lo tomé enserio, pero de una manera no jocosa como lo anterior; se me antojó entretenida la situación con esto nuevo, por qué en realidad qué hacía yo aquí en un parque de diversiones rodeado de gente molesta, ¿acaso quería algo de ella?

De una estadounidense ruidosa, con ojos bonitos.

Cuando terminó de hablar hicieron pasar al grupito de adelante, quedando nosotros de primeros, la miré de perfil entonces.

>>¿Traes alguna toalla en tu bolso mágico? Porque al bajarnos no quiero estar todo empapado lo que resta de tiempo.

 

Cuando preguntó si el rock contaba me tragué una risa, encogiéndome de hombros, y lo dejé a su criterio también. Había que admitir que cualquier cosa podía ser bailable si uno deliraba o le gustaba lo suficiente, porque no todo baile era una cosa coreografiada. Mecerse al ritmo de la música valía como baile, así que los que se movían al tempo de las baterías del rock contaban en cierta medida.

No dijo nada más del teatro, así que yo también lo dejé morir incluso si, digamos sin planearlo, había amenazado con abrir otra puerta. No era muy honrado de mi parte, pero ya estaba visto que me deslizaba por los límites ajenos tanto como me lo permitieran. Entraba al club de Joey, bailaba y cantaba con él en el cuarto oscuro, le daba una carta de respuesta a Cayden y la soltaba estas estupideces a Paimon.

Ni siquiera me detenía a pensarlo en realidad.

—Tengo una muy pequeña en realidad, no pude meter otra por la ropa de cambio, pero como yo puedo ponerme ropa seca te la dejo a ti para que te seques lo mejor que puedas —contesté mientras nos hacían pasar—. Al aire te secarás rápido igual, no es que haga frío ni nada.

Ya dentro del área de la atracción el juego se dividía en dos toboganes completamente cerrados y en cada uno había una balsa donde cabían dos personas, aunque una debía acomodarse de espaldas entre las piernas de la otra. La caída de los toboganes era relativamente importante, eso había que decirlo.

Contenido oculto: explicaciones en las que tuve que pensar por días

No le puse nombre al jueguito porque no me da la neurona para más (?) Imagen ilustrativa porque mi descripción fue bien pedorra además

Vamos a usar una serie de dados, pero la tirada la vas a hacer todas en un solo post. Also debieron subir escaleras para llegar, pero pues solo imaginemos que lo hicieron JAJAJ

1d2:
Este define dónde se sienta cada uno, porque me gusta dejar las cosas al azar (?) lo lanzas tú, obvio que dónde quede Pai define dónde irá Ila
1. Adelante
2. Atrás

1d20:
Define qué tan empapados salen del juego.
1-8: Completitos
9-15: Piernas y poco del torso
15-20: Solo los pies (F los zapatos)

y 1d20 más:
Este es solo para demarcar qué tanto les afecta la altura y velocidad de la caída por el tobogán, 1 es pifia absoluta y toca sentarse a recuperar el alma del cuerpo, superior a 15 no les afecta en nada. Todo entre 2-14 es que sí les afectó, pero no demasiado. Este dado lo tiras tú y también yo

 

¿Qué al aire me secaría rápido? Como si fuese una secadera portátil o algo, nada que ver. Pero por otra parte ella venía bastante preparada, porque para traer un cambio de ropa... Yo por mi parte no me había encartado con ninguna mochila, porque no tenía mucha intención de venir inicialmente, y segundo porque no creía terminar subiéndome a algo que incluyera el agua.

En lo que concluíamos la fila y nos tomaban el registro de la manilla discerní la altura de los toboganes. No era fan de la adrenalina ni mucho menos, podía pasar perfectamente de taciturno con solo verme, por lo que más que el agua había que ver que era -hasta ahora-, la atracción con más riesgo. Tenía toda la intención de que Rockefeller se hiciera adelante, pues porque era como lo obvio, pero el tipo nos indicó como organizarnos, empujándome a mi primero a lo que fruncí ligeramente el ceño.

Terminé adelante, le extendí la mano a Ilana para que se pudiera sostener en lo que se subía atrás, y bueno, con toda la confianza del mundo me moví hacia ella aprovechando sus piernas abiertas, recosté la espalda en su pecho y descansé mis manos en sus muslos sobre la tela del jean, con la vista al frente igual porque no me quedaba de otra.

—Parece que recibiré todo el agua aquí delante, al menos deberías agradecerme de una u otra forma.

El tipo de la atracción preguntó por la radio si los anteriores a nosotros ya habían descendido, le respondieron afirmativamente y con el pie nos impulsó en lo que la balsa sonó, como si la parte inferior se enganchara con algo mecánico dentro del tobogán. Relajé los hombros, más porque ya estaba aceptando lo que nos esperaba de bajada. Al iniciar el aparato nos movimos con lentitud, al menos los primeros cinco segundos, de ahí en adelante el vacío me llegó directo a las costillas, terminé recostando la cabeza en el hueco de su cuello y fruncí nuevamente el ceño, manteniendo mis manos sobre sus piernas en lo que algo similar a una sonrisa en negación por la adrenalina se me trastabillaba en las facciones.

En algún punto parpadeé con fastidio al sentir el agua bañarnos de pies a cabeza en la caída.

 

Podría juzgarme lo que quisiera, pero no era mentira, estando en movimiento y con la temperatura de los últimos días acabaría secándose antes de siquiera darse cuenta. Por demás, si tanto le preocupaba el agua podría solo haberme dicho que no, ¿cierto? En el mundo existía el libre albedrío y Pai parecía de esa gente que decía que no con una facilidad absurda, pero aquí estábamos.

Al llegar a arriba el encargado le indicó a Pai que se colocara delante y supuse que había sido la travesura del día del tipo, porque iba a mojarse de lo lindo allí. Como fuese, recibí su mano cuando me la ofreció, él se acomodó entre mis piernas y sentí el peso de su espalda en el pecho, la estupidez me avergonzó un poco, pero ni modo, porque encima puso las manos en mis piernas. Este idiota iba a salir volando de la balsa, la verdad.

—Pues pon un precio —murmuré a lo de que debería agradecerle—. Podrías haber dicho que no.

Apenas había terminado de decir eso cuando nos enviaron por el tobogán, que se tragó la luz del exterior y avanzó lento antes de descender a toda velocidad. Sentí el vacío en el estómago, pero no fue nada demasiado trágico y mi risa rebotó contra el acrílico del juego, regresando a mí, fue cuando noté a Paimon más pegado a mí que antes y, para terminar de hacerla, pronto estuvimos empapados.

La última caída fue más brusca que las anteriores y fue allí donde nos empapamos hasta la cabeza, pero la balsa se detuvo algunos metros más allá en una parte plana. Digamos que la falta de reacción ya una vez bajamos lo delato, así que me las arreglé para salir de la balsa, más que todo porque él estaba delante y busqué sus manos para ayudarlo a salir.

—Arriba, cielo. Tienes una pinta fatal, vamos a sentarnos —dije luego de hacerle una seña al otro hombre que avisaba a la gente de arriba para que no nos fueran a dejar caer la balsa siguiente encima.

 

¿Que pusiera un precio? Luego se defendió con que podía negarme, cosa que era cierta pero no me interesaba deparar en eso, mejor me quedaba con lo primero. Digamos que pensé tipo en decirle que cocinara algo, no le tenía nada de fé, y probablemente lo terminaría regalando a Craig en clases, pero por la gracia me parecía un trato justo, al menos hasta que la balsa despegó, me quedé en mi posición en lo que la adrenalina se abría paso en mi estómago.

Fruncí el ceño al sentirme empapado como un gato que le echan un balde encima, casi incrédulo de esta porquería de juego y cómo la gente decidía divertirse aquí. Además que de seguro a alguien con padecimiento del corazón terminaría muerto de un infarto. Rockefeller salió primero empujándome un poco pues porque le tenía parte de mi peso encima, la miré luego, recibiendo sus manos como apoyo.

Al bajarme me noté pálido, más que de costumbre.

Saqué mi móvil del bolsillo, estaba cubierto en gotas de agua y la miré luego, pasándoselo en lo que me sentaba, me quité la camisa ahí frente a todo mundo que pasaba porque necesitaba escurrirla, que fue basicamente lo que hice, notando como salía la cantidad de humedad como si la hubiese sacado de la lavadora; la miré desde mi posición, torcí la sonrisa:

—Puedes empezar pagándome el celular, Rockefeller —la molesté al ser éste resistente al agua, el reloj que traía de mano si había muerto totalmente—. Una ensalada de frutas como compensación no suena mal, me la llevas a la escuela un día de estos, aprovechando que llega el molesto verano.

Volví la vista a la camisa, la abrí, la sacudí un poco y volví a ponérmela. Se había ceñido a mi cuerpo y me sentía un poco fastidiado e incómodo.

 

Lo de que pusiera un precio era una tontería, en sí lo que pidiera no acabaría alcanzando sus estándares de niño estirado, así que daba un poco igual. El asunto era que igual se había casi infartado, así que cuando lo saqué de la balsa estaba con el ceño fruncido y recordaba bastante a un gato mojado, con tremenda cara de moco. Me ahorré el reírme porque me preocupaba más lo pálido que estaba.

Se sacó el teléfono del bolsillo, me lo alcanzó y se sentó para quitarse la camisa y escurrirla. No pensé nada al respecto en verdad, era un privilegio masculino y ya estaba, como siempre. Me miró desde allí, se le torció la sonrisa y miré el móvil cuando me dijo lo de pagárselo.

—¿Pretendes que me crea que tú de toda la gente no tiene un teléfono contra agua? —cuestioné guardándolo en el bolsillo de mi pantalón.

Ya hasta los teléfonos de gama media venían con resistencia al agua, así que no iba yo a pagar ningún aparato tecnológico, qué va. Con las manos libres me solté la mochila de la espalda, la abrí, también abrí una bolsa plástica que traía dentro y saqué una toalla mediana que le lancé encima de la cabeza antes de acercarme para secarlo con cuidado.

—¿Ensalada de frutas? —pregunté mientras le ajustaba la toalla al cuello—. Pues como quieras.

 

—Resistente, no sumergible. Casi entramos a una piscina —murmuré exagerando porque era lo que había, quejándome a medias por terminar empapado hasta las orejas.

Sacudí las manos después por el exceso de agua, con la mirada en mis zapatillas. Cuando llegase a casa no quería ni ver la cara de mi padre, porque no le diría que estaba en un parque de diversiones, era atípico y de seguro comenzaría a husmear en cosas que no debían importarle. Ya luego llamaría a la mujer del servicio para que me tuviese listo un cambio de ropa sobre la cama, recién plancahdo y eso.

Fue entre la pérdida de pensamientos que sentí algo en la cabeza, me cubrió parte de visibilidad en lo que enderezaba el cuello. Iba a decir algo pero la niña se puso a secarme y bueno, me dejé hacer en silencio.

Accedió a la ensalada de frutas y dejé morir el tema ahí.

—Terminemos el paseo con algo caliente —eché un vistazo desinteresado por los puestos tipo feria de comida. Porque bueno, no seguiría subiéndome a atracciones así todo emparamado, y creía que ya había cedido lo suficiente por hoy.

Quisquilloso como siempre, preferí optar por una bebida que intoxicarme con comida de este lugar. Ubiqué un espacio donde vendían cafés y postres con base -también- de café.

—Allá, Rockefeller.

 

—¡Discute eso con idiotas, no conmigo! —apañé a lo de que el teléfono era resistente, no sumergible—. Todo teléfono resistente soporta caerse en una piscina, nos metimos a un juego de agua, no hicimos buceo a profundidad en aguas con alta salinidad y minerales que pueden oxidar el interior de un teléfono.

Igual mi reclamo fue tan fingido como lo exagerado de su propia necedad en el teléfono mojado y pronto estuve secando a Pai con la toalla, incluso si sabía que posiblemente cuando llegara a su casa alguien le tendría una muda de ropa seca a Mister Estirado. Paimon y yo estábamos en escalas diferenciadas de una escala, incluso si mis padres había trabajado para permitirnos estar en Japón y mi reciente cambio de escuela, la forma en que había crecido era muy distinta a la de este muchacho. Lo suficiente para que creyera que había nacido en un tronco podrido o algo así.

Hice un sonido afirmativo cuando sugirió terminar el paseo con algo caliente, le quité la toalla del cuello y me solté el cabello antes de usarla para secarlo un poco. Con eso hecho lo dejé suelto, que terminara de secar al aire, y guardé la toalla ya mojada en la bolsa de la que la había sacado. Me cambiaría la ropa cuando nos fuéramos, por ahora no me incomodaba especialmente, pero me interesaba saber que me iría seca.

Caminamos hasta donde vendían comidas y bebidas a base de café, porque obviamente este chico no comería nada de un parque de diversiones. Me acomodé en una de las filas con la idea de pedirme algo, pero nada de esos cafés super empalagosos que compraba Mei, solo un latte normal y corriente y quizás un panecillo. Me gustaba el café aunque no era la fan número uno tampoco.

—Gracias por venir, Pai —dije de repente, mirando una de las atracciones lejanas que se elevaban por el cielo—. Debió ser una molestia, pero yo me divertí así que eso. Gracias.

 

Podía pensar que era una niñita de bosque y lo que quisiera, pero la niñita sabía defenderse aunque fuese en chiste y mi tono de voz fuese sarcástico. Era peculiar, tenía su encanto. Como fuese, terminamos en un punto donde el centro de atención era el café, tenían expuesto el menú casi de letrero por lo que di una repasón solo por costumbre, aunque supiese ya que pediría.

Ilana hizo la fila y me quedé a su lado mientras tanto, mirando como preparaban lo que pedía el grupito de adelante, pensando en nada en realidad hasta que su voz me alcanzó. Giré ligeramente el mentón para mirar su perfil; las luces de los juegos causaban cierto destello en el color rosa de sus pupilas. Regresé la vista al frente en lo que sacaba la billetera, luego la tarjeta para alcanzársela al chico de la caja. Pedí un americano y esperé a que ella hiciera su solicitud para pagar. En lo que lo preparaban nos hicimos a un lado para que los de atrás pudiesen pagar lo suyo igual.

Esperé con la indiferencia de siempre hasta que nos llamaron, recibí el café, di un sorbo y ya luego murmuré:

>>No fue una molestia.

Lo había disfrutado, pero ella no tenía porqué saberlo.

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Por aquí mi cierre, gracias por aceptar la salida, me reí mucho acosta de mi hijo

 

Creía que una de las cosas más importantes del mundo era la gratitud, agradecerle a los demás por lo que hacían por nosotros, el tiempo que nos prestaban y demás; por eso agradecía el cuidado y amor de mis padres, también que Pai viniera hasta aquí aunque no fuese algo que estuviera en su lista de opciones. Viniendo de un cara de moco como él, era casi algo que aplaudirle.

Al decirlo en voz alta noté que me miraba, sentí sus ojos encima y lo dejé estar, pues no duró demasiado. Ordené, lo vi pagar y también lo dejé suceder, como dejaba ocurrir otras cosas últimamente y cuando recibí el latte que pedí le di un sorbo, asumiendo que él no diría nada. En sí no esperaba la gran cosa de Paimon, como tal vez la esperaba de otros.

Por eso cuando lo escuché decirme que no había sido una molestia sonreí, ligeramente enternecida, y suspiré antes de buscar su brazo para que camináramos un poco por ahí. Fue solo cuando estuvimos cerca de una banca que apoyé el vaso de café allí para liberarme las manos y las estiré hacia él, envolviéndolo en un abrazo al unirlas detrás de su cuello. Estábamos mojados, debía ser un poco incómodo y quizás estaba abusando demasiado de las confianzas, pero me dio igual.

—Me alegra que te asignaran como mi guía en ese tour —murmuré.

No estiré demasiado el abrazo, lo solté algunos segundos después y tomé de nuevo mi café como si nada hubiese pasado. Tenía pinta de que al llegar a casa acabaría durmiéndome apenas tocar la cama.

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fue un placer torturar a Pai (?? por acá cierro uwu