Bunkyō City Attractions [Parque de diversiones]

Había terminado más de mal humor que cualquier cosa, el que me mancharan la ropa no me importaba de a mucho, podría tirarla y tendría diez más en el closet, pero la viscosidad del producto me causaba repugnancia. Estaba con el entrecejo fruncido hasta que sentí el contacto con lo que tenía Rockefeller en la mano, relajé apenas las facciones dejándola hacer, hasta moví un poco el mentón para que se asegurara de que no me quedase nada en la mejilla.

Cuando terminó ahí me preguntó por el cabello, solté el aire por la nariz denotando la cantidad de gente al rededor por el rabillo del ojo, y no iba a hacer una reverencia aquí que nadie ameritaba, tampoco me iba a arrodillar para que pudiese verme si tenía restos del producto verde en mis hebras, por lo que señalé las escaleras de un espacio cercano.

—Allá me miras —me encaminé esperando que me siguiera el par de pasos, ya luego me senté en una de ellas y descansé el antebrazo en mi rodilla, reposando mi mentón sobre la palma abierta de mi mano, esperando no sé, que mirase mi cabello y en caso de tener alguna porquería que me la quitara.

Mientras tanto me dispuse a distraerme con el sonar de los otros juegos mecánicos. Habían unos de agua, otro que la casa de los espejos, por allá el típico de los caballitos y bueno, mucho más. Entre tanto me vibró el móvil, lo saqué en algún punto y noté que Craig me había dejado un sticker, deslicé la pantalla táctil para visualizar el sticker de un mosquito muerto, solté el aire por la nariz con algo de jocosidad y bloqueé el aparato.

El imbécil de alguna forma se había enterado que si había venido pese a que nunca le confirmé, por lo que probablemente estaría pensando que me había estado haciéndome el que no quería venir. Moví los dedos contra mi piel y la busqué a ella desde mi posición con la mirada.

—Y bien, ¿qué sigue?

 

Pensar en solo tirar la ropa tenía que ser la idea más pretenciosa y consumista que uno podía tener, pero así eran las cabezas de las personas que siempre habían estado en un entorno donde siempre habían estado rodeado de esa clase de, podríamos llamarle, comodidades. Nadie se preocupaba mucho por algo cuando podía recurrir a un reemplazo inmediato, ¿cierto? Aplicaba a cosas y relaciones humanas, por desgracia.

Por otro lado, a veces los hombres eran bastante exagerados, ¿no? De repente bajar la cabeza en público parecía una pena federal o algo, muchos eran iguales en ese sentido y era entre gracioso y ridículo. De cualquier manera no dije nada, lo seguí a la banca y revisé su cabello; resultó que sí quedaba algo de la porquería verde del inicio, así que volví a sacar el pañuelo, una de las botellas de agua y lo humedecía luego de retroceder unos pasos para no ir a echarle el agua encima.

Regresé entonces, usé la tela húmeda para quitar los restos de... lo que fuera, slime barato o cualquier cosa; quizás por eso mismo no se le había apelmazado tanto en el cabello. Pude quitarlo al separar con cuidado mechones muy finos de cabello, hasta que no quedó rastro y retrocedí, sonriendo bastante satisfecha con mi trabajo.

—Listo~ —canturreé mientras otra vez guardaba el pañuelo y también la botella de agua.

Al terminar giré el cuerpo para echarle un ojo a las atracciones más cercanas, descarté las que involucraban agua de momento, porque recién llegábamos, pero no tardé mucho en enfocar la mirada en uno. Me sonreí, divertida, y para cuando Pai preguntó que seguía ya yo estaba girando el rostro para mirarlo desde mi posición.

—¿Has entrado alguna vez a un Mirror Maze? —le pregunté antes de señalar la atracción con un movimiento de cabeza.

 

A la final parecía que si me había quedado algo en el cabello. Rockefeller quitó los restos con suavidad porque no me haló las hebras en ningún momento y ya antes de que terminara la estaba mirando, sonrió satisfecha a lo que mi sonrisa se torció ligeramente hacia la izquierda. Noté que se dedicó a mirar el espacio, con las atracciones más cercanas por lo que esperé su respuesta sin prisa.

Pestañeé con lentitud al tener ya su mirada encima, la desvié para observar la entrada del lugar al que hacía referencia.

—Cuando era niño.

Me levanté sacudiendo mi ropa en el proceso, enterré las manos en los bolsillos y caminé hasta llegar a su lado.

—Procura no perderte, porque dudo encontrarte —murmuré para molestarla más que nada, retomando el paso hacia la casa de los espejos. Sino mal recordaba cuando niño si que me había perdido, pero había sido hace bastante, cuando aún confiaba en mi madre; vaya idiota.

 

La verdad era que no me detenía demasiado a pensar hasta qué punto Paimon era, bueno, ¿Paimon? Con las demás personas, no dejaba de ser serio, prejuicioso y callado, pero lo veía estar pendiente de Suiren y dejarse arrastrar por mis tonterías. A mi ver quizás fuese algo... excéntrico, para un chico de nuestra edad, pero eso era todo. Imagina que también era un poco ruleta rusa, si le parecías digno de tratar contigo o no.

A lo que iba era que a pesar de que algunos de sus gestos eran un poco cuestionables, les desprendía de su tinte para quedarme solo con las cosas agradables, graciosas o útiles, por decir algo. Si estaba bien no lo sabía, pero tampoco le veía mucho problema en este momento. Me hacía feliz saber que estaba logrando hacer amigos, contrario al primer año en la escuela femenina.

—¿Mini-Pai? —pregunté casi en voz baja cuando mencionó haber entrado a un laberinto de espejos cuando era niño y la imagen mental consiguió arrancarme una risa—. That's kinda cute.

Otra risa se me escapó por la nariz al oírlo decir que si me perdía no creía poder encontrarme, me encogí de hombros para restarle importancia y seguí caminando a su lado. Conforme nos acercábamos giré apenas el rostro en su dirección y una sonrisa divertida me estiró los labios.

—Procura no perderte tú —dije como si nada, apenas un segundo antes de soltar otra tontería—. ¿O tendré que llevarte de la mano?

 

La miré de perfil en lo que supuse y me estaba imaginando de niño. No cambiaba mucho, era lo mismo pero en miniatura, quizá un poco más curioso de lo que ya no era en realidad, un poco más ingenuo también. Vaya, en definitiva no quería regresar a ese entonces, aunque suponía que había sido una infancia de lo que se consideraba común, al menos con el acompañamiento de mi padre y la llorona de mi hermana. No dije nada de igual manera, deteniéndome en la atracción
seleccionada.

Escuché reir a la confianzuda y la sombra de una sonrisa me alcanzó las facciones.

—Ya quisieras tomar mi mano de nuevo.

Estiré la muñeca hacia la mujer que nos recibió en la entrada, pasó un sensor sobre la manilla, hizo lo mismo con Rockefeller y nos dió la bienvenida. Inicié el andar dentro del lugar, no era muy grande, es más, parecía que no se habían esforzado mucho en esta atracción en particular.

—Parece un circo —critiqué sin vergüenza alguna. Habían luces baratas, quién sabe si cumplían una función o solo se les ocurrió que así se podía perder alguien aquí dentro.

Mediocridades había en toda parte, hasta aquí suponía.

Observé nuestros reflejos en los cristales, dividiéndose en dos caminos.

—¿Derecha o izquierda?

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¡Bienvenidos a la casa de los espejos!



La luz azul baña los espacios, los espejos están decorados al igual que los pasadizos, por lo que es posible chocar con los cristales.

NA: El sitio no es muy grande como dijo el sr sabelotodo, por lo que la idea es lanzar 2 dados, 1 que corresponde a la dirección que tomarán, otro que corresponde a si es la decisión correcta o no (Impar = se pierden ; Par = van por el camino correcto)

Con dos pares seguidos consiguen salir de la atracción (uno por post). Le corresponde a Ila lanzar los daditos <3

 

No iba a detenerme aquí a hacerle un estudio de personalidad a Paimon, de hecho ni aquí ni en ninguna parte, el chico era lo que era y solo él sabría por qué. Mi opinión se basaba solo en la idea de imaginarlo pequeño, porque creía que todos de pequeños éramos tiernos, porque todos los niños me lo parecían casi siempre y ya está. Igual él no dijo nada al respecto, solo acotó algo a mi siguiente estupidez y me encogí de hombros.

—Como para mí no implica la gran cosa, me daría igual —solté como si nada.

En cualquier caso, nos acercamos a la casa de los espejos, nos dejaron pasar al escanear el brazalete y pudimos entrar al laberinto como tal. La decoración no era nada muy loco, pero cumplía su función de desorientar al mantener la simetría que creaba pasillos infinitos. Era un truco viejo como el mundo mismo, pero no perdía su efecto, era como crear ilusiones sin magia.

—Tal vez —dije a su comentario sin filtro del circo y señalé los bordes de los espejos con una mano—. Simple o no, la simetría de las decoraciones permite continuar la ilusión de pasillos infinitos.

Al menos la primera bifurcación estaba bastante clara, así que no había manera de chocarnos con un espejo apenas empezar. Observé ambos lados, tranquila, antes de finalmente tomar una decisión y comenzar a caminar hacia la derecha.

—Vamos por aquí, Pai.

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1. Derecha
2. Izquierda

 

La seguí. Dudaba que nos perdieramos aquí dentro e imaginaba que está niña para venir de pueblo debía tener más sentido de la orientación que cualquiera.

Observé mientras tanto el reflejo en los espejos, parecía que se deformaban medianamente en algunos cristales, probablemente estaban en mal estado por lo que supuse y no le estaban haciendo mantenimiento a este juego en particular.

Cómo fuese, noté que Rockefeller parecía haber elegido el camino correcto porque no estábamos en el inicio, llegando a otro punto de nuevamente, dos direcciones. La miré de perfil.

—¿Y ahora por dónde?

¿Le estaba dejando la responsabilidad de esta atracción? Obviamente.

 

Confirma en mi sentido de la orientación por mi contexto era, para variar, otro prejuicio tácito de Paimon. Abriera o no la boca ese chico encasillaba cosas en categorías estereotipadas con una facilidad rídicula, uno hasta podría preguntarse si lo hacía porque era así o porque directamente le hacía la vida más fácil al ahorrarle minutos de pensamiento. En fin, cada loco con su cosa, como siempre.

Observé nuestro reflejo en los espejos, la ligera distorsión en algunos de ellos, y por un instante me quise marear. Igual no le di mucha importancia porque en apariencia había elegido el camino correcto, al menos para no perdernos apenas empezar, y llegamos a otra intersección donde me detuve a observar los reflejos con algo más de detenimiento.

Ahora solo veíamos pasillos infinitos desde todas las direcciones, así que la elección era más complicada. Al final suspiré, giré el cuerpo y elegí la derecha una vez más.

—Me estás dejando a mí la responsabilidad para luego echarme la culpa si nos perdemos —dije con un tono de queja bastante impostado.

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jajas me olvidé del segundo dado antes, ahora sí viene bien

edit: ya se perdieron JAJAJAJA

 

Eligió la derecha, no me pareció buena idea seguir el mismo lugar dos veces seguidas pero era ella a la que había designado de brújula humana, por lo que me encogí de hombros siguiendo su indicación.

Noté con el pasar de los pasos que llegábamos a un lugar que no parecía estar cerca a la salida, ella se quejó de que le estaba dejando la responsabilidad y la sombra de una sonrisa me alcanzó, pues efectivamente era su culpa. La miré con cierta ironía, fue entonces que alguien haló mi camisa, giré el rostro notando a la pequeña niña que aferraba su puño a mi prenda.

—Pe-perdón, creo que me perdí.

No suavicé mis facciones ni nada, si acaso regresé a la expresión plana de siempre.

—Yo igual, no te preocupes, es culpa de ella —señalé a Rockefeller con el mentón, la pequeña se rió con las mejillas coloradas, asomando la cabeza tras de mí.

Sus orbes cafés buscaron los orbes de Ilana con timidez, regresando luego a los míos, me murmuró si podía andar con nosotros a lo que asentí. La niña igual no se me despegó en ningún momento, lo cual por ridículo que fuese no era algo nuevo, mi hermana me solía decir que no comprendía porque los mocosos se me acercaban si tenía cara de pocos amigos.

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Posiblemente si me soltaras en un bosque me ubicara mucho mejor que en un laberinto de espejos, porque allí había cosas que diferenciar, señales que leer y tal; en los espejos no había nada más que nuestros propios cuerpos, estaba diseñado para no dejarte salir. Quizás mi noción de los espejos, solos o en un conjunto, fuese bastante diferente a la que tenían algunas de las personas que me rodeaban. Algunos parecía necesitar de los reflejos para reconocerse y sentirse menos solos, yo creía necesitar de una conexión física con el mundo. Una que no siempre venía de las personas.

¿Pero entonces de qué?

A pesar de todo percibí una sensación de lejanía, así que no tardé mucho en asumir que ya nos habíamos perdido. En algún momento creí percibir movimiento desde todos los reflejos y giré el cuerpo hacia Pai, solo para darme cuenta de que una niña había acabado perdiéndose con nosotros. A él la expresión no le cambió en ninguna dirección, ni siquiera cuando la niña se disculpó y le explicó que estaba perdida, solo me echó la culpa y yo suspiré. A la chiquilla le vino en gracia, hasta se le colorearon las mejillas.

Sonreí, resignada y me acompasé al ritmo de ambos. Los niños eran un poco extraños, a veces se pegaban a las personas más serias y tal, así que no me pareció extraño del todo. Seguí andando, me detuve a pensar en qué dirección seguíamos ahora para ver si salíamos de aquí, me decidí esta vez por ir a la izquierda y mientras tanto volví a mirar a la pequeña, dedicándole una sonrisa.

—¿Perdiste a tu familia en el laberinto? —Tanteé aunque era evidente al ver que nadie la había seguido—. ¿Cómo te llamas? Mi apellido parece un trabalenguas, así que puedes decirme Ilana y este muchacho que me echa las culpas es Paimon.

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edit: que Pai se haga una nota mental de no ir con Ilana a un laberinto de ninguna clase nunca más

 

No creí que nos tomaría más de diez minutos cruzar el lugar pero ya empezaba a dudarlo, tampoco es que tuviese prisa ni mucho menos incomodidad por los espejos, me daban relativamente lo mismo, al menos hasta que apareció la chiquilla. Lo primero que hice fue notar que no venia ningún adulto con ella, y podía sonar desconfiado pero estaba en contra de que adolescentes y niños compartieran espacios cerrados sin supervisión.

Continuamos con las nuevas decisiones de Rockefeller, seguíamos perdidos por lo que solté el aire por la nariz y miré de manera distraída los reflejos que nos rodeaban en lo que la rubia le hablaba a la chiquilla, que seguía con su mano arrugando mi camisa.

—No, en realidad los perdí antes de entrar... —no sostuvo la miradaz desviándola al suelo—. Los ví de espaldas al entrar; él se parece a mi hermano... Creí que era él y po-por eso estoy aquí.

Alzó las cejas al escuchar lo de trabalenguas, con curiosidad evidente.

—Mi nombre es Senju Kaoru, u-un gusto, Paimon-san, Ilana-san... ¿su apellido, cuál es?

—Rockefeller, es como una mezcla de Rock con Feller —la pequeña se rió con timidez.

—Es muy bonito, ¡como algo único!

—A mí también me gusta —regresé los orbes negros a los cuarzos de Ilana—. ¿Y bien? ¿Ahora por dónde?

 

A ver, esto de dejar a una niña pequeña dar vueltas en un laberinto de espejos era cuestionable, pero también era cierto que a veces pasaba. Fuese que los chicos se soltaran de sus familiares, entraran sin permiso o lo que fuese, pero eso era más de los laberintos de las ferias de pueblo. Esto estaba dentro de un parque de atracciones.

Como fuese, resultó que la niña los perdió antes de entrar, solo los vio de espaldas y luego confundió a Paimon con su hermano, lo que explicó que se pegara a él de inmediato. Mantuve la sonrisa, solo la torné un poco más comprensiva, y seguí tratando de ubicarnos en este mundo de pasillos infinitos que tal vez se pareciera bastante a un mundo de sueños. Abstracto y sin aparente fin.

—Senju-chan —repetí, tranquila, para aprenderme el nombre.

De la nada estuvieron los dos hablando de mi apellido. No era realmente tan complicado, pasaba que por el cambio de idioma en los japoneses siempre sonaba un poco enredado. La niña soltó que era muy bonito, que era único, y pensé que si la pobre criatura supiera algo de historia de Estados Unidos dejaría de sonar así. El asunto con el apellido de papá era... complicado, era un embrollo complejo que la abuela en los delirios de su demencia poco antes de morir seguía empeñada en defender. Nadie quiso discutirle nada a una mujer que recordaba las propiedades de hierbas silvestres, pero a veces olvidaba a su única nieta.

El tema fue que Pai soltó que a él también le gustaba, lo que me hizo mirarlo antes de que me preguntara por donde seguir. No me avergoncé ni nada, solamente me limité a mirarlo y al volver los ojos a los espejos sonreí.

—Veamos si podemos salir de aquí o si encontramos a la familia de Senju-chan.

Traté de pensarlo un rato prudencial, pero volví a doblar a la izquierda, esperando que nos llevara a algún sitio.

 

Aguardamos a que Rockefeller tomara el camino correcto, basicamente siguió girando hacia la izquierda y nosotros simplemente la seguimos, fue entonces que el color oscuro del cielo fue visible, el atardecer se había esfumado por lo que las luces exteriores hacían gala de presencia. La niña sonrió abiertamente al ver que habíamos logrado salir, se desprendió de la tela de mi camisa y apretó un poco los labios.

—¡Sí! Ilana-san lo lo-logró —pareció avergonzarse de su repentina emoción, volviendo a prendarse de mi ropa.

Eché un vistazo general al los juegos de atracciones cercanos. Ella dijo haber venido con su madre, así que me dediqué a mirar si había alguna mujer con facciones similares a las suyas, pero no logré ubicar a nadie, además de que el gentío había aumentado pese a ser día de semana lo que complicaba un poco la cuestión.

—Vamos con un guarda de seguridad, podrán ayudarnos a encontrar a tu familiar.

La chiquilla pareció titilar en duda, o algo más que no logré descifrar. Pareció notar que no me importaba mucho su capricho y miró a Ilana con ojos de cachorro.

—¿Podemos primero ir al juego de los caballitos? Por favor...

 

Cuando noté el color del cielo afuera, la separación de los pasillos infinitos, suspiré con alivio y reí al escuchar lo que decía Senju luego de soltarse de Pai. Igual le ganó la vergüenza, porque volvió a sujetarse de su ropa y tuve que contener otra risa. Que se pareciera a su hermano no significaba que lo fuera, aunque no creía que importara mucho ahora, por suerte nos había encontrado a nosotros.

Igual una vez afuera busqué a alguien que se pareciera a ella, pero no tuve éxito así que desistí y me rasqué las raíces del cabello cerca de la base de la coleta. Cuando Paimon dijo lo de buscar a alguien de seguridad asentí con la cabeza, pues me parecía lo más prudente, ya que la madre de la chica debía estar por caminar por las paredes al no encontrarla, pero Senju... Bueno, de repente le parecieron más importantes los caballitos.

Me miró con ojos de cachorro mojado y aunque era una niña, aunque fuese esperable y comprensible, la intención me recordó a Cayden el día que me dejó las galletas, me pidió el favor del silencio y siguió por la vida pensando que eso, que la cara de no pisar hormigas sin llorar, lo libraba de cualquier responsabilidad. Tomé aire profundamente, me agaché un poco a la altura de Senju y le sonreí, comprensiva.

—Tu familia debe estar preocupada, ¿no crees, Senju-chan? —le dije con suavidad—. Yo seguro lo estaría si mi hermanita se perdiera en un lugar tan grande. Pai y yo te podemos acompañar a los caballitos, pero luego de intentar encontrar a tu familia.

 

La chiquilla se resguardó un poco más cuando Ilana se acercó, se agachó a su altura y bueno, la gente comenzaba a mirarnos como si fuésemos qué, los hermanos de esta chiquilla. Me dispuse entonces a seguir observando los alrededores, imaginé la pobre mujer angustiada mientras la pequeña pensaba en montarse a otro juego mecánico.

—¿Si encontramos a mamá no se irán? —murmuró con los ojitos llorosos.

Sentí que me haló la camisa y regresé el mentón hasta ella, no entendía el por qué parecía tener un grado de angustia, con dos extraños que acababa de conocer. Estuve por decir algo algo pero noté por el rabillo del ojo una señora acercándose a uno de los que tenía el uniforme de empleado del parque, la mujer se veía alterada. Llamé a Rockefeller, haciendo un movimiento de cabeza hacia la mujer que tenía en sus brazos una chaqueta roja de talla infantil. El señor que la escuchaba comenzó a hablar por la radio, fue cuando los que daban ingresos a los juegos se conectaron a la vez por el radio.

El de los espejos nos ubicó visualmente y pareció decir algo por el aparato, en lo que la mujer comenzó a caminar con prisa hacia nosotros.

—¡Kaoru! ¡Kaoru! ¡Kaoru!

—Mamá...

La niña se soltó en lo que la señora se arrodillaba a su altura y la abrazaba como quien no la hubiese visto en años, la apretó, la dio besos en la mejilla, y casi lloró. La niña pareció susurrarle algo y ella nos miró por unos segundos, primero a Rockefeller y luego deparó en mí. Sus facciones se suavizaron, se levantó del suelo manteniendo un agarre con la mano de Senju, hizo una reverencia.

—Muchas gracias. Discúlpenla, por favor.

—Mamá, yo quiero estar más tiempo con ellos... ir a los caballitos.

—No Kaoru, no más.

—Pero mamá...

La mujer le acarició el cabello, soltando el aire por la nariz aliviada. Volvió a mirarme y regresó sus orbes a su hija, enternecida. Le dio dos toques más en la corona de la cabeza y miró a Ilana después.

—Perdón... ¿se portó bien? Estabamos por comprar un algodón de azúcar y cuando me giré ella desapareció repentinamente.

 

Solo Dios sabría por qué esta chica, más allá del parecido de Pai con su hermano, estaba diciendo cosas tan descabelladas como preguntar que si encontrábamos a su madre no nos iríamos. Éramos dos adolescentes desconocidos, así que comenzaba a cuestionarme qué clase de instrucciones le daban a esta niña en caso de emergencia, porque o mis padres eran muy sobreprotectores o esto no tenía sentido.

Suspiré, en todo caso, y asentí con la cabeza. Igual si encontrábamos a su madre hablaría con ella un momento, solo para asegurarle que la niña estaba bien que era lo importante al final del día. Igual eso fue todo lo que me dio tiempo de hacer, porque pronto la mujer se materializó y Paimon me llamó, de forma que enderecé la espalda para verla, traía una chaqueta roja en la mano. Cuando pudieron ubicar a la niña por radio, indicándoselo, se acercó a nosotros llamándola.

La chica se soltó entonces, la mujer se agachó para recibirla en sus brazos y pude respirar tranquila, ya sin tener que pensar en las maromas mental que deberíamos hacer para cuidarla hasta encontrarla. Luego del reencuentro se acercó a nosotros, hizo una reverencia y yo la repliqué porque me pareció lo correcto, cuando preguntó si se había portado bien le dediqué una sonrisa que pretendí calmarla.

—Se portó bien, no tiene por qué preocuparse. Estaba en el Laberinto de Espejos y dio con nosotros, así que buscamos juntos la salida, dispuestos a buscar a su familia una vez estuviéramos fuera —expliqué son suavidad—. Al parecer mi amigo le recordó a su hermano, así que parecía tranquila con nosotros.

Mis ojos se desviaron a la pequeña un momento, mantuve la sonrisa y no vi por qué no intentarlo.

—Podemos acompañarla un rato más, si gusta, siempre al alcance de su vista. Al parecer quería quedarse con nosotros un poco más.

 

La niña me jaloneó la ropa de nuevo, la miré impasible como de costumbre y me señaló las manzanas acarameladas de un puesto de comida. Giré el rostro para mirarlas por encima del hombro, escuchando a Ilana decirle que no tenía problema en que pasáramos más tiempo con ella, sin embargo las mujer negó con la cabeza abrazándose a la chaqueta, suspirando después de volver a escuchar a su hija.

—No te preocupes, yo se la compro ahora.

—No tengo problema en hacerlo.

Dudó pero terminó aceptando, por lo que empecé a caminar hacia el lugar con la niñita cerca, emocionada como parecía estar. Nos atendió un tipo todo pintoresco, nos preguntó que queríamos pedir e hice un movimiento de cabeza para que Senju eligiera; la pequeña se empinó apoyando las manos en la madera, y señaló una de las manzanas con caramelo, saqué la billetera, pagué y se la entregué.

La niña la recibió con emoción, dió un giro sobre su propio eje y extendió la sonrisa que terminó tornándose tímida nuevamente.

—Gracias... Paimon-san.

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La mujer empezó a imaginarse la escena que Ilana le había explicado con anterioridad; el que la pequeña se zambullera en una casa de espejos para seguir a un par de desconcidos en vez de quedarse con su madre. Soltó un suspiro que pareció reflejo de tratar de abandonar un peso de encima, observando a su pequeña con la manzana que Paimon acababa de comprarle.

—Se parece demasiado a mi hijo —La tonalidad nostálgica le permeó la voz—. Senju lo ha estado buscando desde hace unos meses cada que salimos —se mordió la mejilla interna, sin quitar la vista de la escena—, papá y yo ya la explicamos que Sota está en el cielo... y que no puede bajar de ahí. Que en muchos años podremos encontrarnos nuevamente con él... pero no sé cómo lidiar con esto.

La voz se le quebró repentinamente, escándalizandose.

>>Lo siento, no es algo que te incumba, una vieja como yo contando sus penas a una niña como tú, ignoráme —trató de suavizar todo con una sonrisa, limpiándose los ojos húmedos.

 

Para estar perdida hace cinco minutos en un lugar lleno de gente, seguía cuestionándome las prioridades de la niña porque ahora le había señalado las manzanas con caramelo a Paimon como si en la vida no pasara nada. También puede que yo me recordara a mí misma bastante más nerviosa a estas edades, sobre todo cuando me quedaba sola, pero no todos éramos iguales. De todas formas, escucharla me hizo suspirar y mantuve la atención dividida entre ella y su madre, que había aceptado al final que Pai comprara la golosina.

Ella luego secundó lo que había dicho su hija, que Orn se parecía demasiado a su hijo mayor y que la chica lo buscaba cuando salían; lo primero que sentí fue confusión, lo segundo una puñalada de realización y ante todo me mantuve tranquila, pero entendí el asunto antes de que siguiera explicándose. Sota, se llamaba su hermano, había fallecido y ella y el padre intentaban hacerle entender a la niña que estaba ya en otro plano, que no estaba ya más con ellos hasta dentro de algunos años y supuse que eran de los poco japoneses cristianos que habían. En fin, lo que creyeran importaba entre poco y nada, el asunto era que Senju estaba teniendo dificultades para procesarlo.

Negué suavemente cuando se disculpó, me quité la mochila de un hombro y saqué otro pañuelo limpio, de tela de algodón. Se lo extendí dedicándole una sonrisa que pretendió calmarla.

—No debe disculparse, Senju-san —dije asumiendo que era el apellido familiar, tan fácil como eso—. Lamento mucho la pérdida de su familia. Sé que para Sen... para Kaoru debe ser difícil comprender las cosas ahora mismo, es un concepto un poco confuso cuando uno está tan pequeño, le llevará tiempo e incluso entonces, cuando crezca y tenga nuestra edad, puede que siga buscando a Sota en las calles.

Mi experiencia más cercana con la muerte había sido el fallecimiento de la abuela, cuando yo todavía era una niña, y como su mente se había deteriorado tanto más que un pesar fue un alivio, por horrible que sonara. Sin embargo, todavía la recordaba, cuando todavía podía reconocerme y me mostraba su cuaderno, ese que había hecho ella con la dedicación de años. Reunía las propiedades de las hierbas del bosque, también dónde encontrarlas y las reglas... las que le había dicho a Paimon. Podía recordarla llamándome Illie, me peinaba antes de que mamá me llevara al jardín de niños y luego, en la primaria, comenzó a olvidarme.

Cuando murió era la sombra de sí misma.

—Hay un libro, no diría que es un libro infantil, pero hace las veces de uno. Aborda el proceso de un niño —comencé en voz baja, consciente de que era un tema demasiado delicado—. Leí algunas reseñas de adultos que decían que les ayudó con su propio duelo o que ayudó a sus niños, tal vez a Kaoru le sirva alguna vez. Se llama Un Monstruo Viene a Verme.

 

No dije nada, tan solo le indiqué que regresáramos con ellas. Noté a Rockefeller sacar de su mochila un pañuelo limpio, la mujer adulta se apresuró a secarse los ojos, fue evidente que trató de invisibilizarlo a los ojos de la niña, por lo que miré a la chiquilla sobre el hombro y le pregunté por el sabor de la manzana, para entretenerla más que otra cosa, a lo que respondió que estaba super, o algo así.

—Muchas gracias por escucharme señorita, le diré a mi esposo sobre el libro. Lo de Sota fue... sorpresivo, pero creo que si nos mantenemos unidos podremos ¿soportarlo? —extendió la sonrisa cálida aunque con poca confianza, buscando luego a su hija con la mirada—. Kaoru, papá ya está fuera esperándonos.

—¿Qué? ¿Tan pronto? —hizo una especie de puchero.

—Si señorita, despídete, los caballitos quedarán para otra ocasión.

La menor asintió no muy de acuerdo, se giró para mirarme y me sonrió con cierta nostalgia, relajé las facciones un poco, moví la mano para que se acercara y el di un pequeño empujón en la frente, a lo que se llevó su manito libre al lugar afectado, frunciendo ligeramente el ceño.

—Deja de irte con extraños —advertí—, no todos los que se parezcan a tu hermano son buenos, quédate con tu madre siempre.

Asintió, caminando hasta Ilana luego, le ofreció de su manzana antes de despedirse porque parecía ser de esas mocosas que compartían sus dulces, cosa que ni a su edad yo llegué a hacer. La mujer se acercó después, sentí la nostalgia en su mirada y su mano derecha tembló sobre su pecho, pareció querer tener contacto fisíco, cosa que me hubiese puesto incómodo y probablemente ella lo notó.

>>Muchas gracias por cuidar de mi hija, por su caramelo y... cuídate mucho, ¿si?

Asentí, enterrando las manos en los bolsillos, levantó la mano despidiéndose de Rockefeller también, sujetando con la otra a la pequeña luego de ponerse el abrigo rojo sobre el hombro. Se perdieron entre la multitud por lo que terminé caminando los pasos extras para quedar frente a la rubia, aunque con la vista hacia el par que ya se hacía ausente.

 

—No tiene que agradecerme. Espero que sigan adelante, aunque sé que nunca olvidarán a Sota —dije con la misma serenidad, aunque me di cuenta que Pai había distraído a la niña.

Cuando volvieron la mujer le dijo que ya su padre las esperaba, que los caballitos deberían quedar para otro momento y reí por lo bajo, anticipándome al reclamo de la pequeña. Cedió, quisiera o no, miró a Paimon y él le dijo que se acercara, pero lo que hizo fue darle un empujón ligero en la frente y le advirtió que no se fuese con extraños, que se parecieran a su hermano no los volvía buenos.

Caminó hasta a mí, me ofreció de la manzana y no me dio el corazón para rechazarla. Me agaché a su altura, le di una mordida pequeña a la golosina y le di las gracias en voz baja. Me quedé a su altura unos segundos, pero luego de pensarlo un rato llevé la mano a su rostro, no la toqué, solo suspendí el tacto e hice un gesto: la persigné. Era lo que hacía mi madre al dejarme en el jardín de niños, sin importar su carrera universitaria y cualquier otra cosa, lo hacía todavía cada vez que dejaba la casa y ella no se había ido.

—Mi madre lo hacía y lo sigue haciendo, pues así me bendice antes de irse —expliqué con calma, pues incluso si yo no sabía si creía en nada de eso, creía en el amor y la protección de mamá—. Ten mucho cuidado, Senju-chan, y recuerda lo que te dijo Pai. No todos los extraños son buenos.

Al erguirme la madre ya estaba agradeciendo, me pareció que había querido tocar a Paimon tal vez por la misma razón que Kaoru y no dije nada, pues ella sabía que era inapropiado viniendo de una adulta. Levanté una mano para despedirme de ambas y cuando estuvieron fuera de nuestra vista solté el aire en un suspiro, sacando una botella de agua de la mochila.

—Quién diría que seríamos parte del comité de niños perdidos, ¿no?