One-shot de Inuyasha - Without words (Sesshômaru x Kagome)

Without words (Sesshômaru x Kagome)​

-¡Voy por cigarrillos!—gritó él mientras se levantaba bruscamente.

Ladeo ligeramente el rostro, sólo para verlo desaparecer tras la puerta de entrada y luego dar un portazo. Suspiré levemente. Estaba más que molesto.

Tú continúas en la misma posición que hasta hacía media hora.

Estuvieron discutiendo, enzarzados en una de esas batallas silenciosas. ¿Acaso creen que soy tan tonta para no darme cuenta? Sé de qué se trata, conozco a la perfección lo que sus ojos gritan cuando sus labios callan.

El chorro de agua cae sobre mis manos, llevándose la espuma jabonosa que cubre el plato. No hay sonidos de por medio, a excepción del que hace el líquido vital que se desliza a través de mis dedos golpeando contra la tarja de metal.

Me pregunto ahora ¿Cuánto tiempo tardará mi marido en volver? ¿O si en verdad habrá ido por cigarrillos? En otras circunstancias no me importaría, pero ahora tú estás aquí. Sentado incólume en aquella silla, sin variar ni por un instante la expresión de tus parcas facciones. En aquel momento me pareció que eras más una estatua de mármol erguida a algún inalcanzable dios que un ser humano.

El agua continuó chorreando a través de mis manos. Desentonabas un poco ahí, en el comedor de mi cocina. Deslumbrante y tan hermoso como en un sueño. Me perdí por un instante en el profundo laberinto de mis pensamientos. Quizás por esto no me percaté del momento en el que te habías levantado de la silla y tu cuerpo reposaba ahora despreocupadamente en la marquesina de la puerta. Tus ojos son demasiado intensos como para que yo no los sienta, así que intento poner cada uno de mis sentidos en la labor en la cual me desempeño con más torpeza que nunca.

El humo difuso que emana de tus labios es el que por un momento coloca mi cerebro en su lugar, dándole un vuelco y volviéndome a la realidad, sin embargo tu cercanía intenta por todos los medios ganarme la partida. Te acercas lentamente, estrellando el casi extinto tabaco contra el cesto de basura. Estás apenas a un metro de mí.

Mi corazón late a ritmo frenético. Temo que el borboteo de mi sangre me delate frente a ti.

Demasiado ocupada luchando contra mis propias emociones. Incapaz de darme cuenta cuando tus pies se deslizaron hasta situarse detrás de mí. Sólo me percaté hasta el momento en el que tu mano, poderosa y al mismo tiempo estilizada, cortó el suministro de agua, al tiempo que la otra se posaba delicadamente sobre mi vientre, aprisionándome ahí, entre la tarja y tu cuerpo.

Con esa inclinación la punta de tu nariz quedó acariciando mi nuca, y en reacción no puedo evitar que un ligero temblor recorriera mi cuerpo. Adiviné entonces que lo notaste pues enseguida tu mano izquierda aprieta sobre mi cintura, logrando únicamente que me tense por completo.


Nunca te llegué a comprender realmente. Aún ahora, después de conocerte durante siete largos años, continúas siendo un enigma completamente incomprensible para mí.

El tiempo parece detenerse, a pesar del incesable y molesto tic-tac del reloj que reposa sobre la pared más lejana de la cocina. Pareces estar completamente a gusto así, pues no te mueves un solo milímetro y yo, demasiado cobarde, no me atrevo a decir una sola palabra, menos a alejarte de mí. Entonces es cuando despierto del largo letargo en el que estaba tan hondamente sumida.

Tu mano derecha abre el camino que tus labios necesitan para posarse sobre mi cuello. Aún así continúo callando ¿Por qué continúo haciéndolo? ¿Tanto deseaba esto? Ya no me sentía deseada, en lo más mínimo. Hace mucho que nadie me tocaba de esa manera, no desde que Inuyasha había comenzado esa aventura con aquella mujer.

Tus labios avanzan hasta conocer el inicio de mi mandíbula. Sin embargo, no se entretienen en más de un corto beso ahí pues el lóbulo de mi oreja les aparece cercano y tentador; yo siento que arde como todo mi rostro. Lo capturas y succionas, mientras yo suspiro entrecortadamente, y en un movimiento inconsciente que lamento un segundo después de sucedido, es que mi espalda se arquea.

Cierro los ojos, toda la situación se vuelve absurda y no atino a asimilar.

No tienes razones para estar haciendo esto, para quererme tan cerca de ti.

No retrocedes, me dejas seguir sintiendo la calidez de tu aliento sobre mi fácilmente impresionable piel, presumiendo que tu respiración es mil veces más calma en comparación a la mía; trabajosa por el nerviosismo que me están causando tus acciones.

Y me aferro inconscientemente a la tarja, como si intentara romperla con mis débiles manos y con ello quebrar el hechizo en miles de fragmentos. Como si con eso pusiese blindar mi mente y continuar con aquella farsa que representaba mi matrimonio. Entonces tus manos se aferran a mis muñecas con poca delicadeza. Sueltas un gruñido de impaciencia que resuena en lo profundo de mis tímpanos antes de voltearme en vilo.

Yo estaba segura de que si dejaba que esta situación continuara con su avance rapaz, me perdería en tu rostro y olvidaría que debía luchar contra aquel deseo que intentaba por cualquier medio hacerme flaquear. Entonces fue que me perdí en tus ojos, deteniéndome a inspeccionar aquellos irises ámbar que se derramaban sobre los míos con una intensidad inquietante.

Un susurro quebrado. Una sonrisa relampagueando con perfección absoluta.

Entonces me extravié en aquel camino sin oportunidad de retornar a lo que era, a lo que había sido hasta entonces.

Una mirada más y tus labios descansaron sobre los míos, dulces, cálidos, tersos, incluso húmedos.

Aún cosquilleaba la piel de mi boca por la sensación de la otra boca, de tu boca, esa presión de uno contra otro mientras íbamos moviéndonos suavemente, cadenciosamente.

Tu sabor, de sabores finos… como un vino de caba noble… y al mismo tiempo áspero, amargo, firme. Habías dejado que la caricia labial entre nosotros fuera creciendo mientras nuestras manos tanteaban el terreno que se les ofrecía delante.

Habías acariciado suavemente con las yemas ansiosas por encima de la tela delgada de mi blusa. Tu boca se había abierto ligeramente, instruyendo a la mía para hacer lo mismo y poder meter lentamente tu lengua a un terreno inexplorado. Sentir el filo de aquellos dientes blancos raramente mostrados en una sonrisa había despertado una risa casta en mi garganta, pero tú continúas sin inmutarte, y succionas con hambre mi labio inferior para moverlo dentro de tu boca. Todo lo hiciste con la lentitud del amante experto.

En este momento no quería volver a darle espacio al temor.

Y ahora, luego de la osadía de finalmente besarte, al dar espacio a nuestros rostros y permitir que los alientos jugasen un poco en el aire, no podían existir palabras ¿cierto? Habíamos cruzado el puente, con la temeridad como estandarte había ido por la fantasía pese a lo cruento del abismo ¿Qué si eras el hermano de mi marido? ¿Qué si se suponía que no debía besar a Sesshômaru Taishô? Y nada… aquello había sido perfecto.

-Sé mía—murmuraste separándote lentamente de mí. Ese momento era como si el tiempo hubiese dejado de latir y se congelara de pronto.

Demasiado calor.

Intenté respirar profundamente.

Más calor. Uno que repentinamente lo inundó todo, uno que había inyectado aquel seductor íncubo en lo más hondo de mi alma.

En ese instante, ambos escuchamos el portón abrirse.

Inuyasha había regresado

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