Voces.

Sus manos se movían frenéticamente, frotándose una con la otra. Los ojos cafés estaban inmersos en la oscuridad, abiertos como platos y enfocándose en el frente. No lograba hacer que hubiera un completo silencio, nunca lo lograría. Estaba alterada. Tenía que encender la luz, la música, distraerse por completo, pero en esos instantes si se movía, el pánico la atraparía de nuevo.

— Muere, muere, muere. Ella debe sufrir...

Rodó los ojos, aún abiertos de par en par, por todo el cuarto con una rapidez impresionante. La voz, esa chillona voz de nuevo en algún lugar. Ahora temblaba, comenzando a ver formas humanas entre las sombras.

— Si, debe hacerlo, debe hacerlo. Que le duela tanto como a ti —Aconsejaba otra.

Presionó sus ojos luego de encontrar el paradero de la última voz. Esta provenía de una esquina de la habitación; una menuda silueta, hecha un ovillo, frotando sus manos con ansiedad. Su pulso se acelero volviendo, de inmediato, la vista al frente, cerrando sus ojos y tapando sus oídos con toda la fuerza disponible en ese entonces.
Silencio. El hermoso silencio, por fin. Respiró con tranquilidad por primera vez en días. Pero ese silencio era engañoso y lo sabía, el silencio conllevaba estar indefensa y eso le preocupaba.
Comenzó a pensar como era su habitación con luz. Con la bonita luz diurna entrando por las ventanas y esa música que siempre estaba encendida. Las paredes estaban cubiertas por un empapelado color verde limón, en el centro se hallaba su cama, perfectamente ordenada con las sabanas blancas y la cómoda repleta de ropa junto a esta. Siempre con una perfecta calma y armonía, cada mueble poseía un inexplicable valor sentimental, en especial aquel enorme closet antiguo. Hecho de roble extremadamente oscuro y fuerte, vio las imágenes de lo que parecían ser las bonitas perillas del mismo. Abrió el closet, perdiendo conciencia de lo que estaba imaginando y lo que estaba haciendo realmente. Estaba buscando algo, tanteando cada prenda de ropa como si aquel objeto se desvaneciera en un instante si no era descubierto ahora mismo. ¿Qué buscaba? Había un objeto de suma importancia allí dentro, de hecho, eran varios los objetos sin los que ella podría morir.
Un compartimiento. Existía un compartimiento secreto allí.

— ¡Buscalo!

Tiró de sus cabellos regresando a la normalidad. Seguía sentada frente al espejo de su cuarto en medio de la oscuridad.
Comenzó a chocar sus dedos contra el escritorio, de forma rítmica y repetitiva, buscando parar la ansiedad. Cuando el silencio se acabo y las voces comenzaron a torturarla nuevamente, hizo su silla apartarse con brusquedad. Se incorporó casi explotando entre cólera y miedo.

— ¡Eso es! Arde de furia —gritó una antes de reír a carcajadas, graves carcajadas.

— ¡Buscalo, buscalo, buscalo! —Esta estaba quebradiza, con miedo.

¿Qué demonios se suponía que debía buscar? Sostenía su cabeza sin terminar de comprender. Los ruidos no ayudaban y sus manos no dejaban de temblar. Aquel punzante dolor en su cabeza la hizo terminar de estallar.

— ¡Silencio! —ordenó, callando aquel invisible barullo y logrando la paz.

Pero no fue un silencio placentero. Mientras la calma inundaba la habitación ella se disponía a encontrar aquel objeto que era de crucial importancia. Seguía a oscuras, pero eso no le impidió acercarse al placard y arrojar todos lo abrigos que habían dentro. Empujo una madera que estaba floja y ahí lo comprendió. Supo, en esos breves instantes, que deseaba la desesperada voz. El frasco con las pastillas del sueño y una pequeña botella de vodka.

— Pastillas y alcohol, ¿Eh? —habló mucho más calmada.

— No lo hagas, no lo hagas, debes hacerla sufrir...

Sostuvo su cabeza con fuerza, frunciendo el ceño y apretando lo dientes. Por puro impulso tomo el frasco con pastillas y la botella de vodka. Extrajo un puñado y, poco a poco, comenzó a ingerirlas bajandolas con sorbos de vodka que pronto resultarían mortales.
Los últimos segundos en los que estuvo conciente las voces ya no gritaban, ahora susurraban. Le recordaban lo tonta que había sido, lo fracasada e innecesaria que fue su estadía en la tierra y... que no fue capaz de borrarle la sonrisa.