Vernos morir entre memorias triztes

Vernos morir entre memorias triztes

Esta es la historia de la tristeza que Ophiel guarda en su mente, que vi padecer con mis propios ojos, de aquellos tiempos pasados.
Una tarde de primavera, Electra, un hada brillante con alas de mariposa, volaba entre rosas y azucenas. De repente vio salir de un vórtice, en la entrada del Bosque Azul, un ángel negro de su tamaño, con cabello blanco casi plateado, largo, brillante, que cubría su espalda y se alojaba entre sus negras alas. Éste la observó, con sus ojos plateados casi azules y se acercó a ella, admirando con cierta melancolía su rubio y ondeado cabello, sus marrones y brillosos ojos, su rosado vestido, y le dijo:- Señorita Electra, ¿puedo preguntar dónde se encuentra el rey?- Ella contestó con una dulce y aguda voz:- Señor, ¿cómo sabe mi nombre?, el rey seguramente se encuentre en su casa, el árbol central de Vía Hadética. Él pasó su mano por el rostro de Electra en forma de amistosa caricia, diciendo:- Eh escuchado mucho hablar de ti, mi nombre es Ophiel.-
Electra lo miró con el presentimiento de que la conocía muy bien.
Y así Ophiel se retiró.
Comenzó a visitarla seguido, con la excusa de que trabajaba para el rey, y que necesitaba la ayuda de ella, de sus poderes de percepción de sentimientos, que servían para solucionar problemas que el rey le había designado.
La visitaba desde las 12 del mediodía hasta las 21 horas, en las que la ayudaba con sus tareas del hogar, etc.
Aunque parecía muy poco sensible, con su voz y rostro serio, le encantaba tocar melodías en un piano, que él mismo construyó, para ver todas las tardes la danza de Electra y sus dos hermanas.
Un día, Ophiel declaró su amor a Electra con esta frase:-“Quiero ser de ti posesor, tuyo sea mi amor y mío tu corazón. Permíteme ser tu amante, pues en mis brazos tenerte, no temas, yo voy a cuidarte.”-
Esas palabras partieron en llanto a Electra, entonces la respuesta que en sus sonrojadas mejillas y sus ojos brillosos surgió, fue un abrazo. Y a sí mismo un intento de palabra, acallada por un beso de Ophiel.
El tiempo pasó surgieron acontecimientos en Vía Hadética, como la aproximación de un eclipse apocalíptico y la activación de la estrella de ocho picos, encargada del orden del espacio y tiempo, llamada Octápida. Junto a sonidos fúnebres, la oscuridad comenzó a ahogar el Bosque Azul.
Ophiel incrementaba cada vez más su devoción por ser dueño de Electra, detalle que Aelita, hermana de Electra, se percató. Parecía estar muy obsesionado con Electra, temía perderla, tenía actitudes paranoicas con respecto a los poderes de ángel negro que incrementaban. Electra tenía el extraño presentimiento de que él ya antes la había perdido.
Vía Hadetica no tenía salvación, el rey y la reina habían agotado sus fuerzas, los guardianes y guerreros no encontraban solución a esto.
Además Ophiel, perdía muy seguido el conocimiento, poniendo los ojos verdes inundado de un aura oscura, de modo que Electra estaba muy preocupada , y era la única que podía sacarla de ese estado, con un beso o un abrazo, por más miedo que sintiera, al ser solo un hada ante los poderes de un ángel negro.
Electra, Aelita y Faylee, eran las guardianas del Bosque Azul, Aelita la principal. Por eso fueron convocadas muchas veces a pararse en el trazo que yacía en el suelo del Bosque, que representaba la Octápida, tratando de controlar la cantidad de tinieblas, y la infección, que causaban él.
Cuando el cielo estaba oscuro, ellas fueron al mismo lugar con Ophiel, esta vez convocados por una Diosa, que propuso un trato para salvar Vía Hadética.
Ophiel hasta entonces era el ángel negro más fuerte, la idea era que cambiara de ángel negro a blanco sus poderes, y esto salvara Vía Hadética. Ophiel llevaba consigo una gran avaricia, cierto egocentrismo y a veces egoísmo, amaba casi como a Electra sus poderes, y le era muy difícil, decidir firmar el trato. Ya que éste consistía en que eligiese si quedarse con los poderes, o donarlos para salvar Vía Hadética. Si elegía los poderes, no podría estar con Electra, perdería el conocimiento y sería elegido para realizar el apocalípsis, matando así a Electra. Si elegía a Electra donaba sus poderes y se convertía en un vulgar ángel. Y si elegía usar sus poderes, no matar a Electra, ni entregar sus poderes, podía que salve a Vía Hadética, acabara el eclipse, y se sellara la Octápida. Pero no se aseguraba sus consecuencias.
Entonces la Diosa le dio una daga de hierro, elemento que resulta mortal para las hadas, las mata lentamente, con la que elegiría si matar o no a Electra.
Ophiel sosteniendo con la mano temblorosa la daga dijo:- Voy a salvar a todos los seres de Vía Hadética, incluso a los humanos, y nunca sería testigo ni protagonista de la muerte de mí querida Electra, elijo la opción tres.-
La Diosa asentó con su cabeza y le dijo:- Si.-
Y brilló de un claro blanco, la maraca de la Octápida, y se incrementó la cantidad de poderes de Ophiel. Electra, con corazón en la boca dijo:- Ophiel mantente tranquilo.- Y tomo su mano. Sólo podía distinguir el fluorescente color verde de los ojos de él, como su carencia de conciencia, era obvio, los poderes lo consumían.
La luna se retiraba delante de la cara del sol, las tinieblas se dirigían a la Octápida, Electra se hundía en nervios mirando el lento movimiento de la daga en la temblorosa mano de su amado.
La daga, cada ves más cerca de su pecho, y en un desesperado intento de despertar a Ophiel, se oían los gritos de Electra, que exclamaban:-¡Ophiel, por favor, vuelve en sí!- Ophiel hundió tembloroso pero decidido, la daga en el pecho de Electra. Ella pudo hablar a pesar del intenso dolor, y él recobró inmediatamente el conocimiento, inundándose en llantos ambos se dijeron, te amo…
Ophiel, luego de que terminó el caos y el cielo estaba despejado, tomó a Electra entre sus brazos y se la llevó a la casa, acompañado por Aelita, Faylee y el rey, quién lo nombró rey de Vía Hadética, por haber sacrificado su posesión más preciada sin intención alguna, en el intento de salvar Vía Hadética.
En su casa Electra seguía viva, él la sentó en su silla favorita, sin extraerle la daga aunque sabía bien que su muerte iba a ser lenta y dolorosa, durando dos o tres días.
Ella permaneció el primer día allí, pudiendo hablar todavía, para responder las mil disculpas que le dio Ophiel. Lo veía todo el día frente a ella, las primeras horas, él lloró y habló con ella, acariciándola, ella sentía cada caricia, como un suspiro de la muerte, o su única conexión a la vida.
Ophiel se dedicó a tocarle música en el piano, de esas que tanto le gustaba escuchar a Electra, recitarle poemas de amor y de disculpa, desesperándose por tenerla viva. Ella respondía secándole las lágrimas con la mano que apenas podía mover: tú…no…ti...e..nes..la..cu..lpa..te…a..m..o. Con su voz entrecortada, sentía la culpa, se sentía inútil por hacer sufrir a Ophiel de esa desdichada manera, que ni siquiera quería llorar de dolor para no preocuparlo.
Ophiel pasó la noche en lo mismo. El segundo día, ella solo pudo observar que él la veía cada vez más incapaz, y caía cada vez más en la locura, le decía que la llevaría con él para siempre. No sabía como se veía, pero por la expresión de Ophiel parecía verse pálida, quizá fría, o fea y por los dolores que sentía no le extrañaría tener alguna que otra llaga. Veía correr su sangre en el suelo, sentía como la magia y la energía se retiraban de su cuerpo, como la daga las iba absorbiendo, el punzante dolor en el pecho donde tenía incrustada la daga. La música se tornaba escalofriante, se oían sonidos de las tinieblas que acechaban la habitación, que se veía cada vez más oscura.
Ya no veía a Ophiel como aquel ángel fuerte y decidido con el que se quedó. Ahora él estaba lleno de locura, se paraba delante de ella y decía muchas cosas sobre ir con ella a la eternidad, y rezaba. Lo veía haciendo experimentos para salvarle la vida.
Ella no podía ver a sus hermanas, él no dejaba a nadie entrar a la habitación a verla, o hablarle, sólo decía que ella era de él.
En las últimas horas de ese día, el dolor aumentó y Ophiel un último poema expresó. Con sus manos sobre el piano dijo:- Tú tan pura y hermosa, que eh quedado de sombra y temor atormentado, hasta que tu muerte el tiempo determine, hasta que el deseado sol tu rostro vivo ilumine.
Electra sólo lloró lágrimas de sangre, de sus emergieron sólo dos gotitas de sangre, se veía pálida, con la piel hasta traslúcida en su cara, carencia de piel en sus miembros superiores e inferiores, ya ni sangre segregaba, la habitación se oscureció, el árbol se opacó, sólo dos antorchas con fuego enfrentaban a Electra con la muerte.
Ophiel llorando tocó una cancón en el piano que un ángel desde afuera cantó y esta canción se llamó, “Habitación de ángeles”, tan fúnebre, melancólica y triste sonaba, como para decir adiós. Precisamente Electra dijo:-adiós- Fue su primera y última palabra del último día.
Sus ojos se cerraron, pero aquí no acaba.
Ella seguía viva pero dentro de un cuerpo muerto, escuchaba como Ophiel decía:- Te cortaré en trozos que guardaré como parte del piano y siempre estarás conmigo.
Que desesperación, miedo, agonía sentía Electra sin poder hacer nada. Sentía cada tajo de la daga por su cuerpo, cada caricia de Ophiel que la recorría, cada lágrima que la mojaba, lo último que recuerda fue el beso que Ophiel le dio en los labios tajeados. Ese beso le quemo los labios, el alma, y la vida, y ésta se cortó en un suspiro, uno que Ophiel entendió como la equivocación que cometió al pensar que ella había muerto después de aquel adiós. Pero ya no podía hacer nada, la había cortado, tajeado, marcado y hecho sufrir; en fin, la había matado. Susurró:- aquí me eh de hallar en el mismo lugar, que otra cosa más dura que la muerte, que a ella ha hallado; y esto ella sabe muy bien, quien lo ha probado.
Y cesó allí, esperando el mensaje de la muerte, que ahora lo está buscando.
Lo último que sé de él es que cayó en locura, padece esquizofrenia y una eterna culpa, que hace que su alma vague sin duelo con las lágrimas corriendo.
Y ella, ella tiene el alma en conexión con el cuerpo para recordarle a él de vez en cuando que lo sigue amando, cuerpo alojado en cada pieza de un piano, y siendo parte de mí….