One-shot Verano| Samurai Sensō

Bueno, como hace un par de semanas decidí darle un poco más de trasfondo a la historia de mi Kenzo, también lo veo justo darle un poco más de líneas a la relación de la informante del ronin y éste mismo. Etiqueto a Amelie para que vea que ya no lo hago sufrir tanto...... (?)




Debía de ser una de las pocas ocasiones en su vida, si no la única, en que Ayame había acudido a una cena con la intención decidida de seducir a un hombre.
Sabía que su cuerpo, más atlético que voluptuoso, no podía compararse con los de otras mujeres, concubinas y cortesanas que abundaban en el Japón moderno. La mujer se sabía apreciativa, todos los varones babeaban al verla, o al menos en los pocos eventos que la mujer se mostraba tan a simple vista, cosa que no era muy común. Ella vivía en las sombras, ofreciendo información al vagabundo eterno, al lobo gris que le salvó en el pasado y quedó en deuda, una deuda de honor para ella misma, ya que el lobo le había cortado el lazo y permitía que ella vagara independientemente a él.

La noche era calurosa; el calor se pegaba a los cuerpos y no era para menos en aquella tienda de campaña que había logrado levantar en mitad de un bosque de perímetro seguro. Los toldos eran sofocantes y más de una vez se secó la transpiración por detrás de su cuello. La temperatura ofrecía una buena excusa para que Ayame, en lugar de embutirse en las ropas ninjas como en otras ocasiones, hubiera acudido al lugar de la reunión con una sencilla túnica verde, que se ceñía a su cintura y parecía aumentar las curvas de sus caderas. La cena era sencilla, arroz caliente, con pescado hervido que ella misma había preparado. De bebida había sake y mucho té. A decir verdad estaba nerviosa, no sabía como el ronin reaccionaría a su invitación.

—Este sitio está mal ubicado. Desprotegido. —la voz del hombre irrumpió en sus pensamientos; Kenzaburô estaba sucio y la barba era desprolija; sus ojos eran negros y sin vida, como los de una muñeca de trapo o como los de un tiburón. Pero había algo en ellos, una esencia animal, el peligro quizá de su cuerpo, que alteraba sus sentidos.

—El perímetro se encuentra bien. De lo contrario no habría puesto la tienda aquí.

—Mmmmh.

Kenzaburô se paseó por la tienda, tanteando los palos de madera que sujetaban el techo en forma de toldo y finalmente miró la comida.

—Pensé que hablaríamos de negocios.

—Y podríamos hablar de ellos, pero con una cena de por medio, ¿no?

—Mmmmh.

Ayame buscó una botella de sake para no tener las manos desocupadas y sirvió en dos vasos. Había vuelto a transpirar. Le tendió uno al hombre, el cual lo miró con desdén.

—No es veneno, Kenzo.

—Podría serlo.

La mujer bebió primero de su vaso y al terminar lo apoyó con fuerza en la mesa y se sirvió una segunda copa. El ronin arqueó una ceja y olfateó el contenido de su vaso antes de darle un sorbo primero, y luego uno largo.

—No deberíamos beber los dos. Uno tiene que mantener los sentidos alerta.

—El perímetro es seguro te digo. Me encargué de buscarlo por mi propia cuenta.

—Mmmmh.

La mujer lo rodeó y se encargó de servir el pescado en dos pequeños platos mientras el hombre se quedaba allí de pie, bebiendo lo que quedaba del contenido de su copa. El olor a comida era exquisito y eso era porque Ayame lo había comprado en el muelle de una ciudad cercana, donde se decía que eran los mejores especímenes de la región. Olfateó el aire y sonrió. Miró a su compañero, esperando que diga algo de su túnica, incluso del aroma a comida... pero Kenzaburô se mantenía en movimiento, mirando hacia el exterior, siempre con una mano sobre la empuñadura de su katana, intranquilo. Ayame suspiró.

—Compré el pescado en Nagoya. Dicen que es el mejor de todo Japón.

—Esa gente se encuentra tan paranoica que a la primera señal de una amenaza se levantan en armas. Pobres diablos.

Ayame lo miró, ladeando la cabeza. "Así te encuentras tú, grandísimo estúpido". La mujer volvió a suspirar, repartiendo el pescado y tomando asiento en la mesa, esperando que Kenzo haga lo propio, pero seguía en pie.

—Siéntate.

—Prefiero estar de pie. No quiero que me sorprendan de espaldas.

—Kenzo... por tercera vez, elegí este lugar por alguna razón: no hay peligros.

—Mmmmh.

El ronin la miró, luego miró su propio plato de comida y nuevamente miró a Ayame. Se sentó por fin, pero estaba intranquilo.

—Me compré esta túnica en los comercios de Nagoya; son buenos comerciantes. Y la tela es de seda. Aproveché el viaje, es una linda ciudad.

—Esa túnica puede servir para una mujer gorda y con cuatro hijos en su haber; para ti es ridícula. Si alguien entrara aquí ahora, tú no podrías moverte con soltura. Es un obstáculo. No puedo creer que hayas gastado dinero en esa baratija.

Y comenzó a comer, lo más tranquilo del mundo, mientras Ayame se ponía colorada de la rabia que estaba subiendo por su garganta.

La noche terminó abruptamente, la mujer lanzando la mesa por los aires, profiriendo gritos y yéndose sin un motivo en específico. O al menos sin un motivo específico para Kenzaburô que se quedó perplejo, terminando el pescado sin ningún apuro.

—Mmmmh.