Utopía inalcanzable

Por aquellos espejismos de la realidad.​

Utopía inalcanzable
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—Te ves… —el panorama de sus cabellos bañados por la luz solar lo distraía como un libro a un lector— …diferente.

Lily no pudo evitar sonreír.

—Veo que has perdido tu originalidad, Damon –comentó sin malicia, afrontándole con su mirada esmeralda.

Las mejillas del interpelado se tiñeron de carmesí y contuvo la necesidad de apartar sus ojos de los de ella.

No podía demostrar su indecisión, su temor de volverla a perder.

—¿Por qué lo hiciste, Lily? –inquirió con un hilo de voz.

Damon fruncía el ceño, incapaz de encajar las letras del complejo crucigrama que le dejó su ruptura con Lily.

Lily vaciló por una fracción de segundo.

—No sé de qué hablas –respondió, incorporándose del asiento y forzando una sonrisa conciliadora—. Me tengo que ir. Cuídate, Damon.

Él cedió ante su instinto y asió su mano al brazo de ella con firmeza y sutileza a la vez.

El pulso de Lily se elevó a mil por hora al sentir sus dedos sobre su piel, pero recuperó la compostura y se giró para exigirle que la liberase. Sin embargo, las palabras de Damon volvieron a desestabilizarla.

—No puedo dejarte ir –susurró con un ligero estremecimiento en su voz—. No otra vez.

Lily se mordió el labio inferior. Después de dos años, seguía manteniendo el efecto de quebrar la paz y seguridad de Damon. Nuevamente, el presente y futuro de él pendía de un hilo por causa de ella.

“Idiota. Eres una vil y patética idiota”, pensó ella, presionando los puños hasta herirse las palmas de sus manos.

—Solo quiero saberlo, Li –musitó Damon, intentando serenarla.

Llevó su mano a la de ella y deshizo su puño como si estuviese abriendo los pétalos del último modelo de una flor en extinción. Suspiró al comprobar que no sangraba.

Esbozó una tímida sonrisa mientras sostenía su mano.

Un estallido de recuerdos surgió en la memoria de Lily, lo cual hizo posible que Damon la condujera, a través del pasillo y pulcras escaleras de baldosa, al invernadero de la profesora Emma, ubicado en la azotea.

Para Damon, el invernadero simbolizaba el comienzo de su historia con Lily. Conocía una puerta alterna a la principal. Siempre que él y Lily buscaban un lugar libre de miradas indiscretas y un silencio acogedor se internaban en el invernadero. El aroma que desprendían las exuberantes y distintas flores solo era un efecto segundario para ellos.

—Llegamos –dijo, extenuado y complacido por la agitada carrera contra el tiempo—. Estando acá, siento como si nada hubiera pasado entre nosotros. Yo sigo siendo el cohibido y detallista muchacho de 15 años que te escribía cartas cada medianoche, y tú, mi querida Lily, una intrépida y apasionada muchacha de 16…

Entonces la mano de Lily se desvaneció y, al girar desesperadamente, Damon cayó en la cuenta de que la había vuelto a imaginar.

Una amarga risa fluyó de su boca.

¿Qué mierda le estaba ocurriendo? ¿Desde cuándo mezclaba la realidad y la probabilidad? ¿Desde cuándo no advertía la perpetua ausencia de Lily?

Ella lo había abandonado por un atlético y prometedor universitario al mudarse de estado. Ella sentía que su idilio con Damon era frustrado e incapaz de avanzar. Una relación así solo podía acabar destruyéndolos lenta y deliciosamente. Por eso, no podía permitirse pensar en un mañana alentador junto a él. Damon dependía demasiado de ella luego de la muerte de sus padres. La había idealizado hasta el límite de asfixiarla emocionalmente.

Pero Damon no lo comprendía. Él creía que no existían razones para que Lily haya terminado con él. No cabía en su razón y, por ello, la buscaba en su desbordante imaginación.

Buscaba la paz que sentía al tener la cabeza de Lily en su hombro. Buscaba el aroma de vainilla de su piel, pese a los perfumes que ella usara para ocultarlo. Buscaba la miel que, innumerables veces celestiales, probó de sus labios. Buscaba las carcajadas que compartieron en su soledad. Buscaba las promesas que se susurraron fervientemente antes de romperlas.

Buscaba esa utopía inalcanzable.