Fantasía Un sueño de ensueño

Los pequeños dragones coloridos, de cola color dorado y las uñas largas como gavilán. Sobrevolando el aire, llevando oxígeno a sus pulmones; moviendo suavemente las alas y soltando pequeños gruñidos al acercarse a las palomas que comían en las plazas, escondidas de los cazadores de palomas que, para ese entonces, asechaban las plazas en busca de palomas para poder comer un trozo del indescriptible sabor de sus alas. Durante cien años la cabeza de las palomas siempre era retirada y quemada, así lo había designado el padre de aquella época, cuyo nombre había sido olvidado entre el humo de los cigarrillos y los ladridos de los perros, los maullidos de los gatos y los inquebrantables gritos de los loros, ocultos en pequeñas jaulas para evitar ser presa fácil de aquellos dragones que asechaban las casas. Unos años después, un gran padre con una sotana de color rojo fuego, con una cruz negra cosida en el pecho, con hilos sacados desde las ovejas que más miedo tenían a morir, eran escogidas minuciosamente y luego, tras vario procesos, era sacado un grueso hilo; aquel sacerdote habría designado que los dragones eran parte de rituales satánicos por parte de paganos que asechaban la plaza en busca de las palomas, por lo que durante años también se prohibió la cacería de palomas, nadie podía probar un solo bocado de sopa de ala de paloma. El hambre se había desatado, y los niños salían descalzos de sus casas, a buscar aventuras en el fondo del océano o a ir a los grandes depósitos negros en la salida del pueblo donde cada habitante tiraba su basura, y así, con tres nudos en el estómago y la piel de los pies cortada, rebuscaban algo de comer, a veces comían trozos de estómago de perro y otras ojos de pescados contaminados con eses de palomas. Algunas veces la desesperación solo podía hacer que se llevaran a la boca palomas vivas, mordisqueando su suave plumaje, engulléndolas de un solo bocado. Con el incesable tiempo a sus espaldas no paso mucho hasta que los hijos de aquellos pobres niños nacieron con plumas en el cuello y en los brazos, de color gris plata y verde esmeralda, al principio el mismo padre con sotana roja decidió que eran otra creación de lucifer y los mandó a quemar en medio de la plaza; la vieja plaza de color oscuros, con el suelo de tierra y barro con pequeños trozos de roca tratada de color azul, un par de bancas hechas de madera mohosa y las palomas en la cima de los árboles de mandarina y uva. Aquellos árboles se extendían hasta tocar las nubes con sus hojas, las mandarinas caían en las temporadas frías y había que tirarse para poder atraparlas en la caída; las uvas, en cambio, crecían en el tronco del árbol, en los pequeños huecos del mismo, podían pasar décadas con las uvas en esa posición, haciendo fácil la recolección. Eso, junto al vino que se fermentaba con varios meses de uvas ocultas en los huecos del tronco del árbol, era la única fuente de comida que había mantenido aquellas casitas de ladrillo y madera húmeda en pie y con sus habitantes vivos. Una tarde, mientras el padre tomaba el café del medio día, un dolor parecido a punzón en el pecho y un sudor amargo caer hasta sus labios; el pueblo era libre de aquel malnacido cura que había hecho quemar a sus familiares. Ahora los habitantes, medio paloma, se juntaban en la plaza a jugar cartas o tomar el café contando las historias de sus familias o de cómo llegaron a conocer a sus esposas o de cómo verían crecer a sus hijos y jugar con ellos; la cacería de palomas se había vuelto a abrir, se asaban, se quemaban y se marinaban, y se comían en compañía de un gran vaso de agua o café, algunos niños le echaban uva o mandarina a sus cafés o a los vasos de agua. Habían pasado varios años hasta que otro padre se destinara a manejar la pequeña iglesia de madera pintada de negro, con cuadros que idolatraban a Dios de color blanco, dando misas que, más temprano que tarde, atrajo a cada uno de las personas de la plaza.

Las pequeñas uñas de las palomas tocaban el cristal de la iglesia de color café suave, con unas hermosas vistas a la plaza azul con un monumento a las palomas que nadie sabía por qué estaba ahí. Esos ojos verdes terminaron por abrirse, tomó la sotana roja fuego y se la puso.
Le dio un gran trozo de carne a su pequeño dragón.

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Escrito original diseñado para la actividad Oniria: ¡Atrévete a escribir tus sueños!