The Hunger Games Tres mendrugos de pan

Tres mendrugos de pan​

Peeta despertó, todo parecía ser una dura y cruel realidad, el prefería seguir soñando, un mundo utópico, un mundo sencillo y tranquilo, donde niños pueden correr libremente por la calle con panes recién horneados camino a su hogar para compartirlo en familia.

Panes que el mismo hornearía para la dicha y felicidad de todos, pero él sabía que su sueño estaba más que lejos de ser cumplido, el capitolio destruiría cualquier rastro de levantamiento, y el pan, lastimosamente sólo era para gente que pudiera pagar por él, y esos no eran muchos.

Mirando por la ventana mientras su pan se horneaba recordó otros tiempos, específicamente recordó un día de lluvia al igual que ése, donde una pequeña niña atraída por el aroma de pan recién horneado miraba desde la distancia, empapada y hambrienta.

Era Katniss, la chica de sus sueños, la muchacha que lo había hechizado con simplemente haber abierto la boca y haber cantado como un ángel, tal como su madre lo hizo con su padre tiempo atrás.

Esa misma muchacha de facciones duras por los azotes de la vida, alguien quien había aprendido a madurar a la fuerza, a quien la vida le había enseñado a no confiar en nadie más que en ella misma. Sonrió con nostalgia al recordarla. A él le encantaba observarla desde la distancia, admirándola en silencio sin ser descubierto, su amor platónico.

Ésa misma muchacha que lo mantenía soñando despierto a casi todas las horas del día con un qué tal si esto, o que tal si aquello, ahora estaba parada en el umbral de su puerta trasera con una mirada extraña ofreciéndole una ardilla recién casada mirándolo como bicho raro ante su falta de movimiento.

―“¿Estoy soñando?” ―se preguntaba sin poder siquiera parpadear.

―¡Peeta! ―lo llamó ―¿Quieres la ardilla o no? ―preguntó molesta ante la falta de acción.

Para él fue la gloria en la tierra, ¡ella sabía su nombre!. Su corazón comenzó a latir mil por hora y de manera irregular reprimiendo sus primeros instintos de sonreír como un idiota y dar brincos por todo el lugar.

―S-si ―fue lo único que pudo responder tomando la ardilla mecánicamente pero sin apartar los ojos de ella.

Ella no aflojó la presa cuando él estaba por asirlo a su lado

―Tres rollos de pan ―demandó.

Él estaba por entregárselos en forma mecánica hasta que su madre hizo acto de presencia.

―¡¿Tres rollos de pan?! ¿Estás loca mujer?, ¡tu ardilla no vale ni siquiera un solo rollo! ―gritó desde el fondo de la cocina.

Ella lo miro con expresión fría y quitándole la ardilla de las manos de Peeta con brusquedad se dispuso a retirarse.

―Ya déjalo ser mujer, ―dijo la voz de un hombre tras Katniss que acababa de llegar ―es carne fresca de pesca reciente ―explicó ―¿Cuándo tendrás el lujo de comer algo de semejante calidad? No hay de esas por estos lugares, ¡lo sabes! ―añadió de manera acusatoria.

Y sin decir más, el hombre entró a la casa pasando al lado de Peeta ignorado su presencia volviendo al poco rato con el botín, mirando a Katniss con rostro amable le ofreció dos rollos de pan. Peeta raras veces podía observar esa expresión amable en el rostro de su progenitor, el conocía de memoria su rostro gruñón y molesto que casi siempre estaba presente al menos con él.

―Si la próxima me traes pavo silvestre, me encargare de hacer que Peeta te prepare un pastel especial para el cumpleaños de Prim.

La brillante sonrisa que se formó en los labios de Katniss iluminó su rostro por completo dejando a un Peeta más que lelo, suerte era la suya que nadie en absoluto estuviera tomándolo en cuenta.

La mujer irritada por ese cambio injusto según ella, de un fuerte portazo cerró la puerta en las narices de Katniss, discutiendo con su marido por el pésimo trueque realizado.

Katniss estaba fuera de su campo visual, pero Peeta que conocía sus gestos de memoria, pudo visualizar el que tendría en ese momento y la sonrisa que dibujaría después de recordar la promesa que le hizo su padre, la misma promesa que lo hizo ampliar su propia sonrisa. Él haría el pastel para el cumpleaños de Prim, su padre lo había prometido y estaba seguro que ella conseguiría el pavo a como dé lugar.

Sin proponérselo siquiera comenzó a soñar despierto repitiéndose siempre las mismas frases.

― “El pastel para Prim”

Un pastel que él se esmeraría en elaborar, uno que ella probaría, una ofrenda de su amor por ella, un amor inconfesado, un amor que nunca revelaría y que estaba seguro se lo llevaría a la tumba. Porque ella no necesitaba saber, no lo querría saber y no le importaba saber. Ella vivía el presente, su familia eran su todo, una cazadora neta, alguien a quien el admiraba más que a nada, siempre tan valiente, tan segura, tan hermosa.

Como un ave de libre vuelo que se hallaba atrapada entre esos muros creados por el capitolio. Él soñaba con algún día poder brindarle alas para poder salir de allí, o simplemente ser capaz de hacer algo para que esa hermosa ave abriera las alas y emprendiera vuelo, aun si eso implicaba que lo deje en tierra completamente solo mirándola volar lejos.

Deseando interiormente que ella no emprendiera vuelo, que se quedara a su lado, pero eso era imposible, ella al igual que él deseaba un mundo mejor, con la libertad de poder elegir, de poder decidir, de poder vivir. Un mundo donde todos vivan su vida sin importarles lo que fuera a suceder después, viviendo el ahora, viviendo en libertad, corriendo alegres y tranquilos.

Como esos tres niños que corrían delante suyo con tres mendrugos de pan que acababan de robar a su madre. Felicidad, eso era lo que quería para todos, igualdad, y más que todo libertad.

Fin​