Irozuku Sekai no Ashita Kara [One-shot] Sus colores olvidados

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Este fanfic se ubica luego de los sucesos del onceavo capítulo.

Cuando quiso recordar, estaba corriendo. Llevaba sus zapatillas puestas, pero había olvidado el abrigo, y todo a su alrededor era tenue y silencioso. Oía a la perfección su respiración agitada y el impacto constante contra el pavimento. Sus pulmones ardían, el aire frío le corría el cabello del rostro.

Nada de eso tenía relevancia.

Se preguntó por qué corría, pese a conocer muy bien la respuesta. ¿Por qué no esperar? ¿Por qué no mejor mañana? Lo sabía, ya lo sabía todo. Aunque nunca lo hubiese dicho en voz alta, no había sido difícil darse cuenta. Desde que alzó la vista y se encontró con una desconocida girando sobre sí misma, sus brazos alzados en el aire, la sonrisa más pura que jamás había visto. Desde que la oyó murmurar cabizbaja, con sus ojos cerrados, y entre sus manos apareció un pequeño destello fugaz; ella se avergonzó, para él fue mágico. Desde que la vio a lo lejos, encontró miedo en sus ojos, y decidió correr tras ella luego de que soltara el paraguas y comenzara a empaparse bajo la lluvia. Y entonces al correr, al mojarse, correr y alcanzarla, supo que quería darle lo que deseaba, hacerla sonreír: dibujar para ella.

Ahora también corría, y también nada más importaba. Aunque el agua le calara los huesos, o el frío le quemara la piel, él corría y sólo pensaba en el momento de alcanzarla. El tiempo iba demasiado rápido y lo inevitable se acercaba a una velocidad aterradora. No esperaba que fuera tan pronto, no quería que fuera tan pronto. Ni siquiera quería que ocurriera en absoluto. Pero ahora era un hecho: ella tenía que volver. Ella se iría.

Al comienzo, cuando se fascinó con aquel pequeño destello, no entendió por qué ella lo detestaba. ¿Cómo alguien podría rechazar algo tan hermoso? Con el tiempo comprendió que no odiaba la magia, sino a sí misma. Pero ¿realmente podían separarse? La magia para él era algo increíble, indescriptible. No encontraba comparación con sus dibujos. Por ello, cuando vieron la forma de combinar ambos y pudo caminar bajo el cielo trazado por sus propios dedos, entendió que nada es permanente. Entendió que incluso algo tan mundano como sus dibujos podía relucir y cobrar vida gracias a la ayuda de la magia. Nada es permanente, y la idea le trajo felicidad; pero también dolor. Y cuando la angustia atravesó su mente, el paisaje perdió su color. Una puerta desvencijada apareció frente a sus ojos, y la vio. Era muy pequeña, apenas una niña, y dibujaba una y otra vez la misma escena. El corazón se le estrujó y quiso ayudarla. Su mundo monocromático era demasiado doloroso para él de imaginar, pero no se trataba sólo de eso. Eran demasiados arrepentimientos, demasiada culpa, demasiada soledad. Era demasiado peso en el corazón como para seguir apreciando el mundo en todo su esplendor. Comprendió por qué ella había olvidado los colores, y quiso ayudarla.

Pero nada es permanente, ni siquiera su primer amor. Cuando lo comprendió, empezó a correr. Corrió porque no podía esperar un segundo más. Durante aquellos minutos sintió como si todos sus sentimientos afloraran de golpe y le explotaran dentro del cuerpo. Ella no podía ver los colores del mundo, pero él había olvidado los colores de su corazón. Ahora los había recordado, habían vuelto a él; y mientras corría, también comprendió todo lo que, sin pretenderlo, esa chica había logrado. Conocerla, para él, había sido lo más mágico de todo. Ya no tenía tiempo para dudar o negarse ciegamente. Dolía, la realidad le dolía muchísimo, pero también lo había despertado de un golpe.

Se detuvo porque la vio corriendo hacia él. Y cuando lo abrazó con tanta fuerza, no pudo más que estrechar su cuerpo y cerrar los ojos. Ella murmuró su nombre, oyó las lágrimas en su voz, y él, por primera vez, pronunció fuerte y claro lo que siempre había estado ahí, dormido; desde que vio su pura sonrisa, desde que encontró en sus palabras el amor al arte que había perdido, desde que se enamoró de su magia, en todos los sentidos de la palabra. Él la abrazó y le abrió su corazón como nunca antes había hecho con alguien, porque el tiempo los perseguía a una velocidad aterradora y ella tendría que irse para siempre.

—Sí. Yo también quería verte.

Pese a las lágrimas, sabía que ella estaba sonriendo. Porque él también lo hacía, y en ese corto tiempo ambos habían aprendido a reencontrarse mutuamente.