Hola a todos, soy nueva aquí pero no tanto en los fics y me gustaría mostrarles una historia que cree en compañía de un gran, gran, gran amico: Ted. Puede que lo noten, pero igual les digo que ambos estamos en la historia. Sin más preámbulo les muestro: El Pokérus… aquella enfermedad que hace que los Pokémon se desarrollen de manera increíble, así ha sido conocida siempre, pero… ¿Qué pasaría si esta enfermedad la contraen los humanos? Pokérus: The Real Disease Capítulo #1Vientos extranjeros y Locuras nacionales -No… esto no es posible… no puede estar pasando… -lloró al mirar su reflejo en el agua recién calmada. Tras de sí podía ver algunas salvajes flamas que seguían ardiendo aun con la llovizna que asuraba la noche. -Nada… nada de esto debió haber pasado… - sollozó tratando de limpiar sus lágrimas. Se levantó lentamente en cuanto sintió esa presencia a sus espaldas. Recompuesta, tan fría como siempre, volteó dispuesta a gritarle… Una suave, fresca brisa que sopla desde el mar robando sonrisas al pasante. La vista de colinas, lejanas y verdosas, que tranquilizaban al instante trayendo ánimos de futuro. Un sol radiante y un impecable cielo azul. Por supuesto aquel camino, lleno de polvo y marcado entre la hierba, era origen de sueños. Este paisaje inmortal, único, incrustado en la memoria de la mayoría de los entrenadores era sin duda el Pueblo Paleta. Allí, estancado entre tantos recuerdos, se encontraba un entrenador reflexivo ante es esplendor que le evocaba el lugar. Recostado sobre una larga cerca de madera, blancuzca y a medio pintar, terminó por sentarse, cansado de esperar. Era un chico alto, con la piel clara y el cabello hasta los hombros, enmarañado, de un tono gris muy peculiar. Llevaba unos jeans desgastados, rotos en los tobillos, y una camiseta azul marino, con el típico estampado de una banda. Sus ojos castaños, como un par de avellanas, estaban puestos sobre su mochila. Esta resguardaba su mayor tesoro: un huevo Pokémon. No era distinto de los demás, a excepción de que era oscuro y tenía más de un año sin dar señales de vida. Seguía mirándolo con tanta nostalgia como largo el trayecto que siguió. Hacía un año había vuelto por ese camino, marcado con el paso del tiempo y los achaques del inicio, a reencontrarse con sus amigos. No sólo quería verlos sino que traía nuevas noticias, datos que obtuvo en la región de Isshu y por supuesto en su improvisado escape a Hoenn. Desde el horizonte se veía una figura acercarse, un tanto cargada parecía realmente amotinada por la rutina. Pronto pudo diferenciar la rasgada camisa roja que traía y sus típicos pantalones color café, emparchados, tan descuidados como él. Su cabello pelirrojo, picado hasta sus orejas, parecía ser lo único que cuidaba. Traía un par de bolsas de supermercado y caminaba con ahínco, sin notar todo lo que le rodeaba. Hasta que vio al muchacho. Casi soltó el grito por verlo tan calmado, disfrutando del día, recostado como si no tuviera que ayudarlo a él, que venía cansado por cargar tantas cosas. Empezó a respirar enojado, con pausas y sacudidas que sólo él podía hacer. No tardó en llegar con el muchacho de azul, que distraído ni siquiera le dijo hola. -¡Oh! ¡Alex…! Creí que me habías llamado para encontrarnos… y no para esto -aclaró al verlo, levantándose de inmediato. Avergonzado por haber dormido hasta tarde, y no entender el mensaje por teléfono como debía, tomó algunas de las bolsas dejando su mochila en la espalda. -¡Apúrate Ted, no querrás que Ana se enoje! Ya sabes cómo es… -dijo Alex apresurando el paso. -¡Ya voy! ¡¿Qué no ves que tener un huevo Pokémon es una gran responsabilidad?! –respondió de inmediato, acababa de arreglar su mochila. Ella les había pedido una docena de cosas para esa tarde y no toleraría que le fallaran en el gran día. Recorriendo el polvoriento camino, emblema del comienzo, estaban ambos jóvenes. La cuesta les hacía jadear de a poco, pero ninguno flaqueaba. Parecían competir por quien llegaba primero sin apresurarse, no sea que toda la compra se les dañara por una tonta carrera. ________________________________________________________________________________ -¿Será funcional en todas las especies…? Puede ser… pero eso significaría que es un código único… para tener un rango tan grande de acciones... –susurró una fría, concentrada dama en la oscuridad de su habitación. Estaba frente a su portátil, apuntando cosas en papel y formulando preguntas al aire como si alguien fuera a escucharlas. Sobre su escritorio una taza casi vacía de un café extremadamente dulce y un plato con migas de pan. Ella, sentada en su cama, imbuida por la tinieblas no erraba un movimiento. Podía tomar café sin tener que ver la taza, escribir sin la mínima vista del teclado, incluso arrojar un papel al tinaco sin ver y acertar. La única luz que había provenía de la laptop y la que se filtraba por las rendijas de la puerta. Esa era su manera de hacer las cosas, sin luz, para notar los detalles no se distraía tanto. Además su cuarto no era tan grande como para perderse. Sólo eran unos metros cuadrados, sin ventanas pero con la ventilación superior, su cama individual de sábanas blancas, su escritorio y el ropero de ébano. Las paredes pintadas de… ya ni lo recordaba, ella no encendía las luces ni para vestirse. -Con que con esto aquí… aja… esto por acá… suficiente por saber –aclaró terminando de formular las preguntas que necesitaba. No tenía idea de cómo las completaría pero sabía que podría manejar a una extranjera. Apagó su laptop y la dejó en el escritorio, sin siquiera tocar la taza y el plato. Se estiró un poco, tomó los apuntes que tenía y salió del cuarto tras ponerse sus botas. ’12:00 pm’ marcaba el reloj del pasillo superior, cuando la deslumbrante luz del mediodía la cegó. Vivía acostumbrada a eso, a largos periodos de oscuridad y partes de luz, por lo que lo ignoró de lleno. Puso su mano izquierda en el barandal y caminó hasta la escalera de caracol para bajar al primer piso. Allí se podía ver todo con claridad. Era una chica joven, baja para su edad. Su tez morena y ojos oscuros iban a la perfección con sus anteojos plateados. Su cabello era castaño oscuro, largo y ondulado lo tenía sujeto con una bincha blanca. Traía una bata blanca de laboratorio, bajo ella una blusa negra, strapless, con una minifalda rojo vino y botas blancas hasta poco menos de las rodillas. No hizo de llegar al primer piso cuando la puerta principal se abrió de golpe y dos maltrechos, cansados jóvenes entraron gritando: -¡Yo gané! -. Venían del camino, llenos de polvo y sudor. Llegaron aparatosamente a la sala, que tenía dos sofás individuales, uno doble y una mesita para el té. Estaba arreglada para recibir a cualquiera que llegara al laboratorio del Profesor Oak, no para ser desordenada por sus propios ayudantes. Como ninguno supo quien tenía la razón empezaron a discutir. De inmediato les lanzó una mirada fría, enojada, le habían cortado el paso y la paz con tanta algarabía. En cuanto la vieron ambos se compusieron y se dispusieron a dejar las bolsas en la cocina. Sin decir una palabra los había regañado. Podía ser joven, de unos 17 años, pero tenía la madurez y malhumor de una firme persona adulta. Los vigiló con la mirada hasta que todo estuviera en su lugar, volvieran de la cocina y limpiaran su desastre. -No pude comprar más, pues llamé a Ted para que me ayudara y lo que hice fue apenas despertarlo… -empezó el descuidado joven de rojo, haciendo ver el error de su compañero. -¡Pero a ti nadie te manda a hablar tan enredado! –replicó el otro, recordando las confusas instrucciones que recibió esa mañana por teléfono. -Chicos hoy es un día especial para mí… ¿Y aún así discuten? –suspiró Ana, no soportaba sus peleas. -Sólo vendrá esa chica… ya la vi antes y no tenía nada de especial –comentó Ted huraño. -Bueno, esa chica se perdió en los bosques de Isshu y nadie supo de ella hasta después de tres años, eso es es-pe-cial –replicó Alex mientras se sentaba en uno de los sofás de la sala. -Además se la encontró con una manada de Daburan capaces de vencer incluso a los entrenadores de un gimnasio… extrañamente poderosos… -clamó la chica con una emoción queda, imperturbable. -Parece que tengo que aguantar verla de nuevo… -sufrió por lo bajo cuando los ayudantes se dispersaron en el laboratorio. Él no era precisamente un investigador, pero como entrenador se ocupada de algunas cosas. Alex y Ted con los Pokémon y Ana a la cocina. ¿Quién creería que semejante delirio de mujer cocinara tan bien…? _______________________________________________________________________________ Un delicioso, suave aroma traía embelesados a esos muchachos. Uno con una mochila en la espalda, el otro muy sucio. Justo habían terminado sus labores cuando pasaron frente a la cocina y vieron los maravillosos bocadillos, galletas y té que su amiga había preparado. Rápidamente los ahuyentó de la mesita, como moscas molestas buscando sus manjares. Ninguno tocaría los bandejitas antes de que su invitada llegara. -Pero… hicimos todo el trabajo del laboratorio… ¿No merecemos ni una galletita? –trató de convencerla un desaliñado joven, tan presentable como podría estar un criador. -No –respondió fría mientras daba unos últimos toques a la mesa. Con un ademán, hizo que trajeran el especiero portátil que tanto apreciaba. Detallista espolvoreó con canela las galletas, pimienta y romero para las boquitas y un poco de chocolate en polvo sobre el azúcar para el té. Todo esto a expensas de sus amigos, que miraban incrédulos el cuidado que tenía para esas cosas y el desdén para tratarlos a ellos. Estaban a punto de quejarse, armar un escándalo magistral, cuando la puerta principal se abrió y aparecieron dos figuras en el umbral. Uno era muy familiar, con su bata, el cabello canoso y una sonrisa de oreja a oreja. Al lado del Profesor Oak estaba una niña, de más o menos 12 años. Súbitamente un sentimiento extraño invadió a los jóvenes ayudantes. Era como una presencia, distinta, penetrante, única. Un escalofrío que no sólo abrazaba sus cuerpos, sino sus corazones y el alma misma. Por un instante dejaron de respirar, tal cual esa misteriosa fuerza los impulsara a guardar silencio, aguantarse el aire y permanecer inmóviles. -¡Hola muchachos! –saludó el profesor alegre, restándole importancia a sus reacciones continuó –Espero que no me hayan extrañado demasiado. Sus palabras mermaron parte de lo que les aquejaba en el momento. Respiraron otra vez sólo para notar la curiosa figura que le acompañaba. A simple vista era una niña promedio. No muy alta ni muy baja, de piel blanca y ojos oscuros. Con su cabello largo negro, atado con coletas caídas y un vestido morado, corto, de encajes tradicionales. -Ella es la señorita Katja –clamó presentando a la niña y aclarando dijo –Como saben pasará la tarde con nosotros y luego viajará en el Magneto tren hasta Johto para visitar a unos familiares, espero que disfrute su corta estancia en el laboratorio. Eso era lo acordado hacía meses, cuando después de tantas insistencias el profesor accediera a la petición de Ana y acarreara lo necesario para traer esa invitada. Sin embargo ninguno pensó que le afectaría verla, excepto Ted que recordaba haberla visto entre sus viajes. -¡Pa… pasa adelante! –recomendó Ana ofreciendo con sus manos uno de los asientos de la sala. Tanto Alex como Ted dieron un paso atrás, misteriosamente intimidados. En cambio, Ana dio uno hacia adelante y se sentó en otro de los sofás, frente a frente con la niña. Esta se sorprendió del gesto y se sentó de inmediato, esperando lo que esa damita tenía preparado para ella. Mientras el profesor se acomodó en el sofá restante y entretenido por los manjares de la mesita se dedicó a escucharlas. Los otros ayudantes quedaron parados, estáticos y sin saber porqué. La charla empezó tranquila, extraña, con Ana sonriendo, ofreciéndole cosas y lanzando indirectas para que le contara que pasó aquellos tres años que estuvo perdida. La niña, indispuesta, sólo se dedicó a rebatirla con argumentos complicados, impropios de su edad y que si acaso el profesor y su ayudante estrella comprendían. No tenía ganas de contarle sus vivencias a una joven que probablemente le veía como un experimento más, un reto para vencer. Pasaron horas, en un vaivén de opiniones y desvaríos de ambas partes a ver quien cedía primero. Ana a dejar de preguntar o Katja a empezar a responderle. Después de un rato la última, como toda niña pequeña, se retractó por completo. Empezó a ignorar a la ayudante, e incluso mostró interés por jugar con las galletas en lugar de comerlas. Ana estaba al borde de su paciencia, a punto de gritarle. Pero no, no se rebajaría a esas infantiles medidas. En su lugar se dio a preguntar cosas al profesor y a sus compañeros, a ver si animaba a la niña. Katja, al ver que la ignoraban, rompió a hablar, en comentarios al azar y partes inconclusas de su vida. Poco a poco la sensación de encierro que los hostigaba desde que llegó, fue desapareciendo. La joven ayudante, al notar que empezaba a tener confianza, sonrió de verdad. Sin embargo otra onda de aquella extraña conmoción volvió a sacudirlos. Pero esta vez no sólo despertó a su curiosidad. -¡Chicos miren! ¡Es la hora! -clamó Ted cuando una tenue luz salió de su mochila y le liberó de su parálisis. -¡¿Qué?! –dijeron al unísono, justo cuando Ana había captado la atención de la niña. -¡Que es la hora en la que yo, Teddo Sanyarä de Blackthorn City, Johto, me convierta en padre! –gritó emocionado al ver como su cuidado huevo comenzó a moverse bruscamente. Brillaba y emanaba una energía etérea. Segundos después, desde aquella luz intensa, nace una peculiar forma, como de serpiente. Al disiparse el brillo se dejó ver un pequeño Rayquaza, vivaracho e inexperto. Pero no como cualquiera creería tras leer un libro de mitología, sino que este era de color negro y sus ojos rojos, profundos, mostrando maldad pura aunque su comportamiento lo contradijera. Miró de inmediato a Ted, quien estaba llorando mares de alegría. El pequeño dragón hizo su grito característico y se lanzó contra el joven entrenador. -Bienvenido al mundo…. yo… yo te llamaré Rekku –dijo el joven dándole un caluroso abrazo. Incluso Ana se enterneció un poco, al verle tan feliz. Alex junto el profesor lo miraban con alegría y la pequeña Katja soltó una lagrimita. -Oh… qué precioso –exclamó la niña tratando de acariciarlo. Lastimosamente el gesto no fue bien recibido. El dragoncito, creyendo que le atacaban, lanzó a morderla. Rápida quitó su mano con un quejido. Había rasgado la piel de su mano. Fue tan repentino que ninguno pudo advertirle, ni siquiera Ted pudo detenerlo. -¡No Rekku! –lo alejó un poco y luego se dirigió, apenado, hacia la niña –¡No era su intención! ¡Por favor perdónalo! -Déjenme… déjenme… ¡quiero irme de aquí ahora! –gritó Katja asustada, haciendo retumbar su voz en todo el laboratorio -¡Profesor, se lo ruego lléveme a la estación hoy! ¡No quiero dormir aquí! ¡Ni ver a estos acosadores otra vez! _________________________________________________________________________________ -¡Nada, nada, nada! –Refunfuñó iracunda mientras recogía algunas cosas del suelo – ¡No hemos obtenido absolutamente nada! De lejos, mirando el cómico espectáculo de una científica enojada, estaba su desaliñado compañero. A cada rato pasaba la mano sobre sus rojizos cabellos, tratando de disimular su diversión y sus risas para no enojar más a su amiga. Sabía que en cuanto ella lo notara se volvería intratable. Al otro lado de los sofá reposaba el entrenador, supuesto asistente, cuidando de su nuevo Pokémon. Magnifica bestia, con unas brillantes, novedosas escamas negro azabache y unos profundos ojos rojos, briosos como en cualquier recién nacido. Su delgado cuerpo de serpiente, elegante, retorcido, se extendía por medio de la sala. Extrañamente tan largo como cualquiera de los jóvenes. Movía su colita, jugueteando con Ted mientras flotaba en momentos. Encantado y con un toque profundamente maternal, acariciaba al pequeño Rayquaza, que confundido sólo observaba agasajado por los detalles. -Shh… Shhh… tranquilo Rekku… -calmó el entrenador, creyendo que el escándalo de su compañera estresaría al pequeño. De repente una supuesta calma, o tal vez la ausencia de un ruido blanco que les molestaba escuchar. Las quejas habían cesado. Sólo percibía una respiración indignada. Ella entendió todo… Aun más histérica se acercó a él. Déspota alejó las manos del entrenador, que estaban acariciando a la criatura. Un solo golpe, rápido y certero, bastó para cumplir su cometido. -¿Ahora quien te crees? ¡¿Su mami?! -¡Por supuesto que no! –Espetó alzando un poco la voz –Soy su padre… Pronto la ira se convirtió en jolgorio. La chica empezó a reírse por lo bajo, acabando en una sonora, macabra carcajada. Alex la siguió, más divertido que siniestro. No podía contener la risa, llevaba aguantándosela desde la primera queja de su amiga. -Oh vamos Ted… -comenzó con un tono burlón, desagradable, que usaba nada más cuando deseaba lastimar a alguien -¡Tú… No tienes nada de Rayquaza para llamarte su padre! Inoportunas, ásperos, asesinas. Llegaron las palabras a sí mismo, como estacas se clavaron en su mente. Un silencio de muerte los acompañó, indeseable los asfixiaba en habitación. Las pocas veces que Ana se enojaba, lo hacía en serio. Incluso Alex, que no tenía nada que ver, se incomodó al verla gritar. El desamparado Ted no tenía palabras para contradecirla… Perdido en su éxtasis se levantó tratando como pudo de salir de ese martirizante silencio, restos de su humilde convicción. Rápido, buscó la salida más cercana que le llevaba al laboratorio. Sin saberlo, su nuevo Pokémon le siguió de cerca dejando sólo a los ayudantes en la sala. La dama, aun con esos ojos capaces de matar, se dio la vuelta y subió las escaleras buscando soledad, para olvidar, para continuar. El otro ayudante quedó petrificado, no sea que cualquier movimiento aumentara la ira ciega, irracional de aquella muchacha. Sólo pudo moverse cuando el estridente cerrar de una puerta en el segundo piso le dio seguridad. -“No se preocupen por nada, la adversidad los unirá… ” ¡Qué mentira! –pensó al verse abandonado en la sala, recordando frases inciertas y tratando de sobrellevar todo lo que había pasado ese día… ________________________________________________________________________________ -¡Ya verán quien se equivoca, yo soy el padre de Rekku! ¡Eso nadie me lo puede negar!- dijo un joven vestido de azul mientras divagaba entre máquinas y montajes de laboratorio. Caminaba de un lado al otro, sin rumbo fijo ni ganas de detenerse. Estaba herido, enojado y pensativo, todo al mismo tiempo. Finalmente se decidió por dormir un rato, en la habitación que utilizaba antes de conseguir una casa en el pueblo. El profesor Oak la había acomodado para él, pero con el tiempo su nieto le relevó una casa y el profesor decidió que el entrenador la cuidara mientras estuviera en el lugar. -¡Que rabia me dan esos dos! -exclamó dándole gran puñetazo a la pared -¡Que jamás seré padre para él…si serán los…! Se detuvo de inmediato para mirar alrededor de la habitación. “Esperen, así no es la habitación que solía tener” pensó al ver que estaba llena de papelería. De una persona en particular. Sin miramientos empezó a tomar papeles del montón, leerlos y lanzarlos al aire para sacarlos de su camino. Investigación sobre los Poliwag, Alakazam: ¿Capaz de hablar como los humanos? y otros títulos extraños estaban sobre las miles de hojas. “Basura… pura basura, cosas que sólo alguien podría investigar tan a fondo” pensó justo antes de encontrar un pequeño libraco, de papel barato pero sujeto con un candado. -¡Ha! Ana, Ana, Ana, sabía que todo esto sería tuyo – clamó dejando de lado el libro. Recordaba esos candados que usaba para denunciar que algo era suyo. En tanto un Rayquaza de su altura lo seguía flotando, incondicionalmente, esquivando los papeles que lanzaba a volar. Se acercó tanto que casi lo mata del susto. -¡¿Pero qué?!… ¡Rekku! ¡No vuelvas a hacer eso! ¡Me asustaste! –estuvo a punto de gritar, completamente pálido del susto. En ese momento el pequeño dragón se alejó entristecido por las palabras de su “padre”. En su retroceso llegó a ver el libro con el candado y le llamó mucho la atención. Sencillamente le provocó jugar con el librito, si al final había sido dejado a su alcance. - ¡¿Eh?! ¡¿Pero qué haces?! ¡Deja ahí ese libro, no es mío! –dijo intentando quitarle el libro, el cual ya tenía la mitad entre sus fauces. -¡Óyeme no, eso sí que no, si Ana se da cuenta que ese libro no está me va a matar! -hace fuerza para quitarle el libro al oscuro dragón, pero a pesar de los ínfimos colmillos éste lo sujetaba con una fuerza increíble -Usemos psicología inversa entonces... -No quiero ese libro… -clamó mientras daba un paso hacia atrás. Al hacer esto, el pequeño Rekku soltó el libro, dejándolo en el suelo algo… maltratado y lleno de baba de dragón. -¡Oh Rekku…que has hecho! -toma el libro casi con terror -Espero que Ana no se dé… ¿Eh? ¿Qué dice aquí? “El origen del Pokérus y sus posibles efectos en humanos”, interesante…muy, interesante… Inconsciente comienza a reír leve pero macabramente mientras escondía el libro en su mochila y salía de la habitación, con Rekku siguiéndolo. Ted, ya afuera del laboratorio se acercó a un árbol para leer las investigaciones de Ana cómodamente. Se sentó en el suelo recargándose en dicho árbol, sacando el libro de su mochila volvió a leer el título -…y sus efectos en humanos, suena interesante, veamos que ha hecho la pequeña Ana respecto a este tema- rió mientras hojeaba el libro, sin saber que era una copia de la actual investigación de su amiga, disfrazada para que nadie la encontrara. Empezó a leer lento, comentando en voz alta como si hablara con Rekku. ‹‹El Pokérus es un virus que afecta a los Pokémon en su gran mayoría, no es un virus común y corriente, sino que es beneficioso al hacer que los Pokémon se desarrollen de mejor manera, aumentando en un cierto porcentaje sus estadísticas…›› vaya, esta chica sí que sabe algo que todo entrenador quisiera saber, a ver sigamos… ‹‹Hasta la fecha, en la historia solo se han registrado 43 supuestos casos de Pokérus en humanos de todo el mundo, no se sabe con exactitud si las víctimas eran reales o siguen con vida, ni los síntomas que presentaron. Hasta donde mis conocimientos llegan, tengo entendido que cuando un humano contrae el Pokérus éste adopta forma del ADN del Pokémon que le infectó, aunque es nada seguro, sólo son recortes de viejos libros e informes por lo que pueden ser simples suposiciones…›› -Esto es interesante… -opinó tras leer varias veces y con detenimiento ese fragmento, súbitamente cerró el libro y concluyó - Suficiente habladuría, así que… el Pokérus altera al humano…dependiendo el ADN del Pokémon, interesante, muy interesante, eso quiere decir que si obtengo ADN de un Rayquaza me convertiré en uno, dejándome como un verdadero padre para Rekku… Pensativo miró al cielo, antes de sentir como el dragoncito acariciaba sus piernas. -Pero…si me convierto en un Rayquaza de verdad tendré que dejar mi vida con los humanos –en ese momento recordó la vil y despiadada manera en que sus amigos se burlaron de él -¡Al demonio! ¡Qué importa Rekku! Ven aquí… daremos un paseo… El pequeño saltó de alegría cuando su entrenador le acarició la frente y le indicó que se quedara en la sala del laboratorio. Ted se dirigió rápidamente a la farmacia más cercana, pasados 10 minutos regresó con un par de jeringas, las cuales guardó en el bolsillo de sus jeans. -Bien ¡vamos campeón! –clamó encaminándose hasta la región boscosa de los terrenos del laboratorio. Rekku lo siguió sin preocupaciones. En la arboleda los Hoothoot, los Noctowl y toda clase de Pokémon nocturnos salían de entre los arbustos, dejando al dragoncito blanco del susto. Ted lo tranquilizó al dejar que unos se posaran en su brazo, al fin y al cabo él llevaba un año cuidándolos con Alex. Siguieron caminando hasta llegar a un lago, donde la luna se reflejaba hermosa sobre sus aguas y los Clefairy bailaban alegremente. En ese lugar Ted se decidió a hacer lo que muchos considerarían una locura: Se había decidido a sacarle sangre a su Rayquaza. El joven entrenador se había sentado a la orilla del lago, mientras que Rekku jugueteaba con los Clefairy. Pasada media hora el oscuro dragón se cansó tanto que terminó dormido, acurrucado junto a Ted. –Llegó la hora -dijo mientras sacaba una jeringa de su bolsillo. -Rekku…espero y me perdones por esto- Cerró los ojos y le clavó la delgada aguja en su cuello, succionando una pequeña cantidad de su sangre. –Tranquilo pequeño, no pasa nada- susurró levemente para que no despertara. -Ahora, la parte final. Sacó unos vendajes de su mochila y se las puso en su brazo para que la sangre no pasara. Con el brazo extendido, mordiendo un extremo de los vendajes y con la jeringa en su mano desocupada, se inyectó la sangre de Rekku. Momento de silencio. Espera. Tardío tuvo una sensación completamente extraña, incomprendida, la cual le provocó gritar de un dolor inimaginable aunque no era precisamente lo que esperaba. Gracias al hecho de estar mordiendo los vendajes no pudo gritar, ni despertar sospechas en los alrededores. Tanta fue la agonía que sintió que empezó a captar todo con exento detalle. Incluso su mente flaqueaba, a pesar de que alcanzó a pensar que, sólo tal vez, si Rekku no tenía el virus lo que hizo era una pérdida de tiempo. Pero no pudo lograr más cuando dejó de responderse. Inevitable cayó al lado de su “hijo”, quedando tendido sobre las suaves pasturas alrededor del lago.