Pequeña

¡Hola, chicos! Bueno, la verdad éste es mi tercer one-shot (y el primero que publico aquí), así que espero me digan qué debo mejorar.
Para serles honesta no supe en qué genero clasificarlo, así que si consideran que debe ir en otro lado, avísenme, por favor :) .
Por cierto, perdónenme por el lenguaje fuerte :(, si me he pasado díganme y censuro, please.

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—¡Puta! —gritaba él guiado por la furia.

—¡Idiota! —respondía ella—. ¿Crees que me voy a aguantar esto todas las noches? ¡No llamas a tus hijos, no contestas cuando yo te llamo y todavía dices que tienes mucho trabajo cuando en verdad estás de fiesta con las viejas esas! ¡¿Crees que es bonito que ellas me llamen siempre a decirme lo “bien” que la pasaron contigo?!

Así continuó la discusión toda la noche. Él, un hombre de cuarenta y tres años de edad, era un gran empresario y político en todo el país; pero lo exitoso que era en el trabajo, lo tenía de fracasado en su familia; la pequeña lo sabía.

Ya habían pasado cuatro años desde el comienzo de su tortura. En aquel entonces eran una familia próspera; no había secretos y todos eran el orgullo de todos. Era la familia modelo. Pero como un rayo, como el efecto dominó, todo se le derrumbó a la pequeña. Tenía apenas diez años y había visto cómo su padre golpeaba a su madre, veía cómo él le declaraba su amor a otras mujeres. Lo que más le dolía a la niña, era saber que el día de su cumpleaños su papá, con gran tristeza, le dijo que no tenía dinero para un regalo, que su trabajo no le permitiría hacerle una fiesta ni estar presente aquel día tan importante cuando, en verdad, ella ya sabía que se había gastado un par de millones en joyas para sus amigas, y que aquel día se iría a un gran hotel para conocerse más con ellas. Lo que más la entristecía era eso: que su padre le mintiera cuando ella ya sabía la verdad.

—¡Cállese, loca! —continuaba gritando. En el tono de voz se le notaba la embriaguez y ella sabía que la vida de su mami peligraba.

¡Le asustaba tanto! Se ocultó en su habitación y se abrazó al gigantesco oso de felpa. Mientras oía tan horrorosas palabras, recordó cuando su hermanito, un pequeño de seis años, imitó las acciones de su padre e intentó lastimarla a ella con cuchillos y destornilladores, obligándola a salir corriendo detrás de su nana para que la protegiese. Recordó las dolorosas cicatrices de mordiscos, arañazos y golpes provocados por su colactáneo, envuelto en una compulsiva furia cuando, por capricho de ella, no le dejó salir al parque.

Las lágrimas no tardaron en hacerse presentes. ¿Cómo era posible que una niña tuviera que sufrir tanto?, ¿acaso cuando las personas grandes se casaban, no era para amarse, respetarse y cuidarse hasta la muerte?, ¿será que esos sí eran cuentos de hadas? La pequeña se acostó rápidamente en su cama, dejando a la vista únicamente sus castaños cabellos cuando escuchó unos pasos aproximarse a su habitación. Ocultó su rostro, para que no se vieran sus marrones ojos llenos de lágrimas; tampoco quería que se notara su expresión de temor.

—Dios, amiguito, ¡ayúdenme! —suplicó en su mente.

Intentó tranquilizarse con el recuerdo de su amigo Bryan, de dieciséis años, quien le prometió protegerla cada vez que cosas así ocurrieran. Él fue el único que le había dado afecto, caricias, abrazos y besos que jamás le habían dado sus padres desde el inicio de ese infierno. Recordó la tibieza de sus labios cuando chocaban con los suyos. ¿Será que su amigo era un angelito?

—Estúpidos niños —se quejó Edwin, el padre de la pequeña, mientras se acercó a la cama de ella y la observó con asco. Por su mente trascurrieron miles de escenas impúdicas y eróticas; aquellas fantasías que se hubiesen hecho realidad si jamás se hubiera casado, si jamás hubiese tenido a tremendos engendros que le han atado.

—¡Edwin, no creas que te irás de nuevo! —dijo Sandra, su esposa, para ir corriendo tras él gritándole sus verdades con todas sus fuerzas.

Por Dios, ¿es que no hay ni un sólo momento de paz?, ¿ni un segundo de silencio? ¡Que se callen ya! ¡Son adultos, no dos niños pequeños!

—¡Cállense! —gritó la joven con rabia— ¡Ya no lo soporto más! Mami, papi, ¡por favor no peleen! Miren que yo los quiero mucho y eso no me gusta —continuó diciendo mientras sacó valor de su interior y salió de su lecho.

—Gracias —susurró cuando por fin todo quedó en silencio. Todo volvió a la paz de hace cuatro años, ¡qué bien!

La pequeña escuchó de nuevo el motor del auto de su papá, ¿será que se reconciliaron y decidieron irse a algún lugar? Bajó con emoción para ver tan conmovedora escena, ¡Dios sí que era bueno! Paz, eso era lo que ella deseaba; absoluto silencio. Las escaleras de madera sonaban con cada paso que sus temerosos pies daban. La luz de la sala estaba apagada y desde las escaleras todo se veía oscuro a diferencia del resto de la casa. “¡Ay no, no alcanzaré!” pensó la niña al oír que el auto ya comenzaba a movilizarse. Se aseguró de que su hermanito aún durmiera, echando un vistazo hacia su derecha, donde quedaba su cuarto, y corrió con sus fuerzas hacia la puerta de la casa.

—¡Auch! —se quejó cuando resbaló.

¿Ahora qué era eso? El piso estaba todo mojado y la pequeña se golpeó en la cabeza al caer, ¡eso pasaba por ir a toda prisa y sin prestar atención! Se levantó con cuidado para no hacer mucho ruido y se dirigió de nuevo hacia la luz del segundo piso. Iría a ver si no se causó ningún daño, además debería tomar su linterna para ir más segura cada vez que pisara.

Al llegar allí, vio que el dolor en sus tobillos no era fuerte a comparación de su cabecita, pero igualmente se sentó a observar con más cuidado.



Ustedes no entenderán cuál fue la mirada de la pequeña al observar sus pequeños pies, todos manchados de un líquido rojo; y frente a ella, todo el camino de la sala a las escaleras estaba adornado con huellas carmesíes. Lo más extraño, es que no tropezó con nada filoso y no sentía dolores fuertes.

—¿Mami, papi? —preguntó para, en silencio, meterse en su cama y cerrar sus ojos fuertemente.

El día pronto llegaría y le sería más fácil ver con qué tropezó.

—¿Cuánto faltará para mañana? —se preguntó.