Mundo de mentiras

La ciudad se encontraba a sus pies. Luces, apenas murmullos. Extendió los brazos hacia ambos lados. Él se presentaba ante un público inexistente, escuchaba los aplausos de una multitud a la distancia. Las estrellas le hacían de luces escénicas. El viento refrescaba su rostro, una lágrima se encargó de quebrar la belleza de la noche y la calma de su interior.

Ahogó un gemido. Era doloroso estar en esa posición. Sentía que el aire le faltaba, sentía que sus circuitos se quemaban ante la idea de un deseo imposible. Sus brazos, tan resignados como él, bajaron hasta quedar cada uno pegado al costado correspondiente. Era una sensación extraña, no sabía, no estaba seguro de lo que ocurría repentinamente con él. Ese sentimiento desesperado que pedía al menos un poco de reconocimiento por su arduo trabajo. Sin embargo, ese derecho no le pertenecía.

Le pertenecían a él.

Al hombre de mente brillante. Tan brillante que se mostraba insatisfecho ante la normalidad que caracterizaba al mundo. Esa mente ansiosa por más que decidió crearlo, pieza por pieza, cable por cable. A él. Un androide con el único propósito de ser el villano de la película, en la cual la historia del androide había resultado ser lo suficientemente realista para que todos como borregos le siguieran sin miramientos, aun siendo demasiado cliché:

“Un aficionado lo creó, pero el androide al querer más, decidió matar a su creador y así tomar el control de sus propias decisiones”.

Así, el Doctor Winchester se encargaría de detener el mal que cegaba al androide. El que mostraría al mundo una masacre de inocente y lo salvaría. Sería el mayor héroe del mundo. Oh sí. ¡Todos lo adoraban! ¡Todos le aplaudían! Los reflectores le causaban molestia ya en sus ojos claros incluso.

Y él… él debía quedarse en ese cuarto oscuro y frío de piedra, esperando que fuese su turno de actuar. De hundirse cada vez más a la soledad y el repudio de la sociedad.

“Esa cosa”. “Maldito androide”.

Cabizbajo aceptó lo que le toca. Dejándose caer de rodillas en aquella azotea desértica. Observando el lugar que debía entretener y deseaba proteger. El lugar que no podía llamar hogar. La ciudad que nunca dormía.

Apretó sus puños fríos. Volvió a reincorporarse, haciendo uso de sus pies flotantes para desplazarse por el aire hacia el gran ventanal que le llevaría donde el Doctor Winchester se encontraba brindado por una lucha más ganada con el insolente androide que nunca aprendía a quedarse quieto.

Tan rápido. Demasiado rápido rompió el cristal, utilizando su cuerpo metálico como proyectil. Tan rápido sacó el arma incrustada en su brazo por el propio doctor, quien no tuvo ni tiempo de reaccionar antes de que el doloroso disparo se adentrara por las entrañas de su corazón.

Gritos horrorizados. El sonido de pisadas moviéndose a gran velocidad por todas partes.

“¡Deténgalo!” “¡Le ha matado!” “¡Alguien!” “¡Ayuda!”

Alguien. Cualquiera que no fuera él. Él que se quedó quieto mirando el cadáver de su creador. La historia se volvía realidad. El androide que mató al hombre que lo creó. Sólo que nunca se mencionó que el aficionado, en ese caso el Doctor, planeaba más y más villanos porque uno sólo no bastaba. Era algo sumamente lógico. A mayor poder, mayor la ambición, mayor el sacrificio.

Uno, dos, tres muertos más. Aumentando cada semana. ¿Qué importaba? ¡Estaba el androide para pagar sus culpas! Así el Doctor puso manos a la obra, creando y creando máquinas cada vez más complejas mientras el androide miraba. Observando hasta decidirse a actuar. Regresaría a los talleres subterráneos, terminaría los trabajos del Doctor de tal forma que pudieran ser los héroes que el pueblo necesitaba para su mundo de mentiras. ¿Y él? Él tenía un papel muy importante que seguir. Una misión:

“No dejar que nadie se enterara, jamás, que el Doctor Winchester era un maldito loco. Eso haría que las personas dejaran de creer y para que eso no sucediera, él seguiría siendo el villano…”

Sólo el villano. Y aprendería a ser feliz con ello.

TR~​