Lo que mal empieza, mal termina.

Lo que mal empieza, mal termina​

“Su risa hace que sonría, su voz hace que lo escuche,​

Sus ojos son dos negras gemas que refulgen en la claridad,​

Él es mi psicólogo personal, mi sueño hecho realidad,​

El único dolor que sentiría es si lo llegaran a tocar.”​

Han presentado a un alumno nuevo, y según la maestra es un caballero, pero yo no le creo. Hay algo desesperante en él, y no quiero saber qué.
Elijo prestar atención al libro, y oigo, más tarde, el vago sonido del barullo que se vuelve a instalar en el aula. Pero de pronto cae el silencio, y con naciente curiosidad asciendo la mirada, y encuentro a aquel alumno nuevo, parado frente a mi carpeta con las manos en los bolsillos y una media sonrisa plantada.
-¿Pero qué…?
-Soy Braulio. ¿Tu?—interrumpe con un ademán hosco.
-Nadie que te importe.
Soy consciente de la vergüenza que le causé, pero no hago nada para repararlo.

Miro por octava vez el reloj. Ya se ha tardado una hora y advierto que está anocheciendo. Sin embargo, aun lo espero, bajo la lluvia del cruel invierno.
Las farolas se han encendido, las tiendas ya han sido cerradas, una gota es visible en el Ángel de la pileta. Jamás me sentí así por Lucas. Olvidada y traicionada. Intento repeler el frio frotándome los brazos, súbitamente una chaqueta aterriza sobre mi cabeza provocando que suelte una exclamación ahogada y que por poco se detenga mi corazón.
-Póntela—Esa voz.
Giro y hallo al singular muchacho montado en una bicicleta.
Por primera vez veo algo diferente en él, algo que no generó en mí una aversión instantánea.
Braulio luce… normal, con unos jeans y una chompa aparentemente de alpaca, su cabello irremediablemente despeinado y sin esa idiota sonrisa ruda.
-No. Es tuya—contesté yendo hacia él y entregándole.
-No porto enfermedad contagiosa. ¿Sabes? Deja de tratarme como…
-Perdón por lo de ésa vez. Reaccioné de mala manera. Es que, siéndote sincera, me caes re mal—confesé.
-¿Disculpada?—anonadado como estaba era posible que perdiera el equilibrio y cayera de bruces contra la acera.
-Te tengo una pregunta. ¿Cómo es que traigas puesto una chompa y también lleves una chaqueta? ¿Tanto frio tienes?
Advertí un leve sonrojo en sus mejillas que logró ocultar desviando la vista hacia otro lado.
-Esas son dos, monga—refutó en un murmullo—Sino la quieres, pues tírala. No hagas tanto lío-
Y se fue.

Llegué a casa. Mamá no estaba. Dejé las llaves en la mesa y fui al baño. Primero me daría una ducha y luego me iría directa a la cama.
Envolví mi cuerpo con la toalla que colgaba en la pared y subí las escaleras hacia mi cuarto. Al entrar no pude evitar gritar.
Lucas estaba sentado sobre mi cama con expresión frustrada que después cambió a sorpresa.
-Yo… vine a… mejor espero a que te vistas—se incorporó turbado y pasó por mi lado sin verme.

Antes de poder decir algo él habló, y al hacerlo evitó mirarme. Otra vez.
-Vi tu poesía. Está increíble. Pero no fue para un concurso. ¿Verdad?—inquirió.
-¿Qué?—fruncí el seño.
-Su risa hace que sonría, su voz hace que lo escuche—citó sin energía.
Mi cara entera enrojeció. Se suponía que nadie debía ver eso, mucho menos el. Para la próxima debía asegurarme de esconder bien el estúpido verso y… Un momento. El verso que hice estaba en la última hoja de mi diario íntimo. ¿Cómo podía Lucas…?
-Es para el nuevo. ¿Verdad?
Silencio.
-Hoy no fui al lugar que quedamos porque vine aquí. Tu mamá me recibió y dijo que ya te habías marchado, iba a ir tras de ti porque… olvídalo, no importa. La situación es que dijo que te llamaría por el celular y como no contestabas me pidió comprobar si lo habías dejado en tu recamara. Cosa que así fue, entonces ya me iba pero vi ahí tu diario, aquel que cuando éramos niños escribíamos, y me ganó la curiosidad. Tranquila, no leí ninguna página excepto la última. Y eso fue todo, perdona si te quedaste fuera mucho tiempo pero creí que regresarías tan pronto no me vieras. ¿Te mojaste?
-No. Para nada—mentí sintiéndome miserable.
-Me alegro. Bueno, me voy. Son casi la medianoche—se despidió alejándose.
Esa fue la última vez que logré verlo.

Las semanas transcurrieron en un abrir y cerrar de ojos. Era inicios de julio.
-¡Feliz, feliz cumpleaños!--cantaba desafinadamente Shirley con un paquete largo y forrado—Espero que te guste. ¡Adiós, te veo en la Plaza del Ángel!
-Oye, no podré ir, tengo…
-¡ES IMPORTANTE, GIANELLA!-gritó desde el otro extremo del aula, apresurándose por irse del colegio lo más rápido posible.
-…que ir a casa de Lucas…

La pileta echaba agua y el Ángel se bañaba en ella. Las tiendas se cerraron temprano. Sólo estaba yo. Ni rastro de mis amigas.
Estaba a punto de irme pero mis oídos captaron pasos acercándose, cada vez más y más.
Esperé dudosa. ¿Shirley vendría sola a disculparse por la ausencia de las otras?
-Hola. —Y mis sentidos se avivaron.
-¿Braulio? ¿Qué haces aquí? No me digas que Shirley te mando a decirme que…
-No vendrán. Les dije que te citaran acá, pero realmente era yo quien quería verte—declaró con repentino cambio de ser.
-Estas rarito ¿Eh? Más de lo que comúnmente paras.-comenté.
-Feliz Cumpleaños, Giane.
Quedé paralizada, no por la reciente pero agradable amabilidad de Braulio, no por el abrazo que ahora me estaba dando, ni tampoco por aquellos ojos que me miraban fijamente, sino por algo mucho más intenso.
-Prométeme que no me dejarás, que siempre estaremos juntos a pesar de las circunstancias. Cumple esto por mí y te estaré agradecido hasta el día que muera.
Era tan pequeño, tan inocente, máximo unos seis años… al igual que yo…
-Lo haré, Luck. ¿Y sabes porqué?
El esperaba grabando en su memoria cada gesto de mí.
-Porque te quiero y siempre lo haré.-sonreí abiertamente.
-Gracias Giane-y me abrazó. Sentí ese día algo húmedo en mis mejillas.
Eran sus lágrimas.
-Sus padres lo abandonaron en un orfanato, y el a los cinco años huyó, había una pareja de ancianos que lo acogieron en su hogar. Eran mis vecinos. Murieron hace dos años.
Dicho eso se separó de las manos que la cogían y corrió como una flecha a la casa de Lucas. Al ver que nadie respondía a sus llamados, trepó por el viejo roble y saltando a la ventana que milagrosamente estaba sin seguro entró. Mas no fue una bonita vista, puesto que allí, en el cuarto de su mejor amigo, pendía su cuerpo en el techo, una soga ataba a su cuello.
Sobre su cama un papel descansaba. Se acercó a él con pasos temblorosos y leyó.

NO CUMPLISTE TU PROMESA​