Horrendo Zancudo.

Horrendo Zancudo.

Esto es para el concurso "relatos fòbicos".

Horrendo Zancudo.

Frotaba sus manos impacientemente y no dejaba de tamborilear sus pies en el suelo.
Estaba nerviosa, no, aterrada. Si, así se sentía.

Las paredes pálidas del lugar parecían tragársela, y las personas blanquecinas, enfermas y moribundas, la hacían sentirse de la misma manera.

Quería salir corriendo de aquel lugar, pero su madre la tenía fuertemente agarrada, imposibilitando su escape.

El chillido de un niño la hizo temblar.
Y no paraba de gritar y llorar, ayudando más a su terror.

Inhaló hondo, y el aire frío de la estancia la quemó por dentro.
Nada ayudaba, ni siquiera el respirar.

La puerta a su espalda se abrió, dejando salir a una señora de mediana edad con un bebe en sus brazos; que tenia los ojos aguados y con restos de lágrimas en sus mejillas.

Tragó hondo; ella sería la próxima.
Su madre decía que se comportaba como una boba y que solo quería llamar la atención; pero no era verdad, en realidad estaba aterrada.

Entraron a la habitación blanca, y la enfermera recibió los papeles, mientras se sentaba y los verificaba.
Otra señora; más joven, se acercó a una mesa, y abrió un tarro grueso gris, del cual salía humo frío.
Sacó un pequeño frasco transparente y lo dejo en su otra mano, mientras sacaba un paquete transparente. Lo rompió, sacando una blanca jeringa.

Para ella.
Una sobresaliente, cruel y torturosa jeringa.
Con una grande, gruesa, larga y dolorosa aguja.

Tragó de nuevo y observó la puerta con anhelo.
Podría escapar, pero lo más probable es que su madre ya supiera que lo haría.

Y tal como lo predijo, su mamá se acercó y la cogió del brazo, aprisionándola como a una criminal.

Respiró de nuevo y una mueca de molestia cursó su rostro.
Odiaba los hospitales.
Cerró los ojos y se recordó de nuevo lo que su progenitora le había dicho; solo será un pinchazo, no dolerá, será como cuando pica una zancudo.

Hump.
Un grande y monstruoso zancudo.

Abrió los ojos desmesuradamente y con horror al sentir algo frío en su brazo. La enfermera, con cara de aburrida, le estaba limpiando el susodicho.

Tragó de nuevo y su corazón comenzó a latir tan rápido, que pensó que se le saldría del pecho.

Y lo vio.
Metálico y duro.

El sudor comenzó a recorrer su frente, deslizándose por sus mejillas frías, como todo su cuerpo que había comenzado a congelarse.

Y cada vez que se acercaba, más se alejaba.
Era algo involuntario, su cuerpo reaccionaba instintivamente a aquel engañoso peligro. No lo quería sentir cerca, quería tenerlo lejos, perderlo de su vista.

Pudiera estar actuando como una niña de cinco años, pero no quería sentir esa horrible aguja traspasando su pálida piel.

Su madre la agarró más fuerte y la regañó por lo bajo, se estaba comportando como una boba.
Si, ya que no paraba de temblar.

Creía que se iba a desmayar, ya que las paredes comenzaron a estar borrosas para sus ojos, su cuerpo comenzaba a sentirse cansado y un molesto mareo comenzó a atacarla.

Pero podía verlo perfectamente. Gris y simple.
¿Cómo algo tan insignificante podía hacerla sentir así?

La enfermara; impaciente, aburrida y molesta, la cogió por el otro brazo y la sujeto fuertemente, mientras acercaba la jeringa.

Tensó su brazo. No le importaba si partía la aguja, pero solo no quería sentirla.

Escondió su rostro en el pecho de su madre.
Una presión había comenzado a surcar en su brazo.
Le dolía, mucho, demasiado.

Los ojos comenzaron a picarle y las lágrimas saladas comenzaron a surcar libremente por sus mejillas, acompañadas por los sollozos y quejidos que salían de boca.

¿Cuándo iba a terminar?
Era la única pregunta que podía pensar con claridad en su mente turbosa.
Por último, sintió como la detestable aguja se deslizaba por su brazo, saliendo finalmente.

Para todos a su alrededor, fue rápido.
Para ella, fue demasiado lento, largo y sobre todo, doloroso hasta los tuétanos.

Cogió su brazo, lo agarró fuertemente y comenzó a frotarlo; parecía que se le iba a desprender de su cuerpo.

Salió rápido del lugar y se alejó de toda enfermera que tuviera una de esas horrendas jeringas.

Su madre la alcanzó rápido y le dijo lo de siempre: -si ves, fue como la picadura de un zancudo, no había que armar tanto drama…

La fulminó con la mirada, mientras hacía lo mismo con el hospital. Nunca más volvería entrar a aquel purgatorio lugar.

¿Zancudo?
Ja, si fuera así, los amaría de por vida.




_____
¿Que tal? horrible, cierto.