Ganymede

I​

Su nombre es Ganymede, operador de Madre. Cuatrocientos cincuenta y ocho años y contando. Infeliz; melancólico por naturaleza.

Esa noche sueña con una lluvia de estrellas. Cuando despierta (aunque no está seguro de haber estado dormido) no llora. Allí nadie llora ni ríe. Son pocos los que sueñan.

Es el año 1517 de la tercera era. Los demás piensan en Madre mientras trabajan; Ganymede, sin embargo, piensa en Simon Marius.

 

II​

Simon Marius es el primero y el único que le habla sobre la Tierra. Es así como Ganymede aparta la mirada por primera vez de Júpiter y la dirige a ese pequeño punto azul; sin embargo, no se atreve a hablar porque Madre sabe: siempre escucha y todo lo ve. Pero mirar nunca le ha hecho mal a nadie y si Ella jamás ha reprimido a su primogénito por contarle sobre lo que está prohibido, ¿qué daño puede provocar contemplar algo que está más allá de su alcance?

Una vez que ambos dirigen la vista al mismo punto, Marius calla y sonríe. Es la última vez que se le escucha hablar, aquél, resulta su último encuentro. Semanas después, al despertar, Ganymede encuentra el cuerpo de su hermano completamente destruido, víctima de la furia de Madre.

Nadie comenta al respecto y eventualmente todos lo olvidan, menos él, que ya jamás dirige la vista a Júpiter.

 

I A​

Nadie lo conoce aun cuando todos saben que alguien vive en el 345 de la unidad B. Su nombre aparece debajo del timbre y su buzón siempre tiene algún paquete esperándolo; sin embargo, nadie se ha cruzado nunca con él en las escaleras o en el elevador, nunca nadie ha visto la entrada de su departamento abierta, y jamás puede verse luz alguna atravesando las cortinas de la ventana o colándose por debajo de la puerta.

Nadie lo conoce, pero Galileo los conoce a todos. Las paredes de su habitación están llenas de hojas con los itinerarios de cada inquilino: sabe cuándo van al baño, cuándo salen a hacer las compras, su horario de trabajo, si tienen una relación o si están solos. Sabe a qué hora toman el ascensor y cuánto tardan en subir o bajar las escaleras. No lo hace por ocio, sino porque es su trabajo, porque se ha convertido en un fantasma que no tiene lugar en la sociedad que habita y, como los fantasmas, es una presencia de la que todos tienen conocimiento, pero que nadie puede ver. QUE NADIE DEBE VER.

Su vida es rutinaria desde la partida de Simon Marius; el transmisor no ha sonado ya en cuatro años y se pregunta si el resto de sus días se verá reducido a pensar en planes que quizá nunca se lleven a cabo.

Sus pensamientos se ven interrumpidos cuando en transmisor se enciende y recibe un mensaje de la Primera Unidad de Ataque, satélite de Júpiter. Sonríe, porque puede que Simon Marius ya no esté, pero siempre habrá otros y siempre se necesitará de alguien vivo para que un fantasma pueda comunicarse...

"Aquí Galileo, ¿quién habla?"

Y la vida no podría ser más dulce.