Microrrelato Fernanda

Fernanda

La noche que Arturo enfureció más de lo normal y empujó a Fernanda con demasiada fuerza; no había sido su intención que ella cayera y su nuca fuese a dar contra el filo de la tina del baño.
Se inclinó hacia ella, tomó su mano, pero ya era tarde, no tenía pulso. Alguien tocó a la puerta poco después; un policía que llegó porque la vecina había escuchado un ruido inquietante. Arturo, desesperado e impactado por lo acontecido, relató la historia con lágrimas en los ojos: su mujer entró al cuarto a bañarse, escuchó un estruendo, pero cuando llegó hasta ella ya estaba muerta.
Una semana después, frente a la lápida de Fernanda, Arturo se inclinaba para dejar unas flores blancas sobre la tumba. Lamentaba mucho lo sucedido y le dolía enormemente y tenía la seguridad que Fernanda jamás hubiera dejado que fuese a la cárcel por lo que, en realidad, fue un accidente.
Esa noche, con los pensamientos más tranquilos, se dispuso a irse a dormir, pero el sonido de la puerta al ser golpeada con fuerza retrasó sus planes. Sin embargo, cuando la abrió, no había afuera nada más que el cielo nublado y, a sus pies, un montículo de tierra negra. No le tomó importancia; a los niños de la calle les gustaba hacer bromas con mucha frecuencia.
Un mal sueño lo despertó, eran las doce; su frente estaba llena de un sudor lleno de pánico y el corazón galopaba en sus oídos. Se levantó para dirigirse a la cocina por un vaso de agua, mas cuando sus dedos oprimieron el interruptor de la luz, éste no reaccionó; el apagón debía ser por la lluvia, se dijo. A tientas, logró encontrar la linterna, una luz azulada iluminó el camino frente a él. Continuó avanzando, pero el sonido de pasos lo detuvo, después, algo fue tirado al suelo, regresó a la habitación, los vestidos de su esposa estaban tirados, llenos de tierra y, unas huellas de lodo entraban al baño. Algo dulce llegó hasta sus oídos, la radio estaba encendida, tocando la canción favorita de Fernanda. Arturo gritó cuando se dio cuenta que las luces aún no funcionaban y quiso correr, pero algo lo golpeó en la cabeza, cayó al suelo, la linterna rodó junto a él y empezó a apagarse; con los últimos suspiros de luz, alcanzó a ver unos pies arrastrándose hacia él. Todo quedó en una abismal negrura, después, un olor insoportable, unos dedos fríos y una voz hueca repitiendo su nombre.