Fantasía El Castillo en el Mar

En una noche muy muy oscura, Mary se despertó de golpe por el estruendo de una lluvia furiosa que azotaba contra el techo y el golpeteo de una rama contra el cristal de la ventana. Asustada se paró de la cama para ir a asomarse, pero el agua caía del cielo tan espesa que tras el vidrio ya no se distinguía nada.

El cuarto se iluminó de repente por la luz de un relámpago y Mary saltó. Se preguntó cómo era posible que sus padres no se despertaran tras semejante trueno.

Intrigada, bajó de puntitas las escaleras y llegó a la entrada. Sintió una enorme curiosidad y... abrió la puerta.

El viento gélido y mojado se estrelló contra su cuerpecito, perdiendo el equilibrio. Pero en vez de caer, se elevó en el aire arrastrada por un torrente de ráfagas incontrolables.

Y voló y voló y se elevó en los cielos hasta que llegó a las nubes mismas. El viento era tan fuerte que sentía que iba a cortarla en pedazos. Y entonces...

¡Ya no había más viento! Se encontró flotando sobre una playa de mar enfurecido y enormes olas frenéticas que azotaba bramantes y se retiraban de la tierra dejando corales y conchas y estrellas de mar varadas en la superficie. Nunca había visto el mar así.
Y luego... ¡cayó! Cayó y cayó.

Pensó que se iba a morir cuando chocó con el agua salada y esa misma fuerza misteriosa que se la había llevado la sumergió en lo profundo del mar.

Bajó más y más y se dio cuenta que para su sorpresa, ¡podía respirar!

Pronto divisó en el fondo, en los suelos del océano un enorme castillo majestuoso de cristal, que ni parecía ni inmutarse por el caos de la tormenta en la superficie.

Un delfín vino a recogerla, invitándola a subir a su lomo y la llevó al castillo.

En la entrada se sorprendió cuando una hermosa sirena de cabellos dorados la recibió.

—¡Viniste! ¡Hace años que te estábamos esperando —Mary no entendía nada de nada —Ahora mismo te llevo a ver a mi padre —la sirena le tomó de la mano por los pasillos de cristal. Mary no tenía miedo. Aquella mujer pez irradiaba un aura pura de paz y luz.

Llegaron a un gran salón muy iluminado, y había una enorme mesa de coral con manjares que nunca había visto, pero lucían deliciosos. Y muchos tritones y sirenas reían y comían alegres. Cuando Mary entró todos se detuvieron a saludarla.

Al fondo de la mesa, había un gran tritón que portaba una corona de oro y perlas, y su silla era más grande e imponente que todas las demás.

Se levantó y nadó hasta Mary, para decirle:

—¡Querida niña! ¡Es un placer tenerte en mi palacio! Siéntate y come, anda —Mary, que por alguna razón se sentía muy contenta, hizo caso y se sentó.

Así perdió la noción del tiempo, mientras comía, hablaba con las sirenas, se reía y se divertía. Nunca había disfrutado tanto una comida. Y había en su pecho una extraña sensación de felicidad que la embargaba como agua cálida derramándose.

En la mañana, cuando despertó, estaba de nuevo en su cama. ¡Pero no podía ser! Se había sentido tan real... Tal vez sólo fue un sueño.

Bajó las escaleras para desayunar, sus padres la saludaron y le sirvieron huevos estrellados, pan tostado y jugo de naranja.

La tele estaba prendida. Era el noticiero matutino. Y entonces escuchó:

"¡Gran tormenta anoche devastó la playa!" volteó de inmediato y era... ¡La misma playa de su sueño! ¡Las conchas, las estrellas, los corales!

Sonrió para sí misma, sabiendo, que fue realidad.