El Último Trote por el Cerro San Cristóbal

Tema en 'Relatos' iniciado por huachimingo, 1 Septiembre 2009.

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    El Último Trote por el Cerro San Cristóbal
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    El Último Trote por el Cerro San Cristóbal

    Esta historia la imaginé una noche, que ve vino sin aviso. Y la trabajé lo mejor que pude. Espero que les guste ;)

    El Último Trote por el Cerro San Cristóbal

    Suena el despertador y su sonido logra quitarme el sueño, y me estiro abarcando casi toda la cama. Pongo los pies en el suelo y camino hacia el baño. El viejo espejo me devuelve la mirada, una mirada cansada, con ojeras, y lagañas. Abro el grifo y mojo mi rostro. y todo parece verse con más claridad. Me desnudo, entro a la tina y prendo la ducha. El agua entra por todos mis poros, y el jabón cubre mi piel. Un pequeño remolino se lleva toda la suciedad, y aquella pesadilla de la que no tenía recuerdos.
    Podía saber que Liliam Cortés me saludaría en la oficina, como cada mañana. Podía saber que Marcos Carvajal levantaría la mano, en un timido gesto de bienvenida, mientras seguía recogiendo la basura y limpiando los pasillos con su trapeadora. Y también podría adivinar que me esperaba un mar de trabajo hasta altas horas de la mañana. Pero nunca me imaginé que sería el último trote por el Cerro San Cristóbal.
    Tenía bastante trabajo, una pila de informes que tenía que firmar, tachar o destruir si venían manchados, o con faltas de ortografía. Claudio, el supervisor de la planta, se asomó diciendome que la hora de trabajo había acabado. Pero no para mi, aun quedaban informes que tachar, firmar o destruir. El único aliciente fue un mensaje de texto que me envió mi hijo, Vicente. Decía que me quería mucho, que me estaba esperando, y que quería ver conmigo alguna de las películas de niños que tenía de coleccion. Podria ser Toy Story, o esa de los autos parlanchines. Pero quedaba aun más, informe tras informe. Tachar, Firmar, Destruir. Tachar, Firmar, Destruir. A eso de la 1 de la mañana, cerré la oficina, y configuré la alarma. Fui al estacionamiento, con paso apresurado, y abrí la puerta de mi Subarú Legacy, nuevecito de paquete en plomo. A esas altas horas de la madrugada aun circulaba gente por las calles, prácticamente jóvenes abrazados, riendo, gritando, o durmiento la borrachera en algun rincón. Las luces de Santiago parecían apuntarlos, mientras las cámaras de seguridad hacían lo suyo. Unos policías se llevaban a un niño de tal vez unos trece años, y uno de los uniformados sujetaba un "diablo" que le había quitado al menor. Son los nuevos juguetes de los niños, y las pilas se venden por separado.
    Doblé un recodo, me pasé una luz roja, y llegué al departamento Bloque F, estacionando mi auto en el 212. Los olores conocidos de humedad y el eco llenaban la estancia y subí por el ascensor. Me encontré con mi hijo, durmiendo con el televisor prendido. Era tan solo un niño, pero no solo un niño cualquiera. Era un ángelito, era mi hijo. Le arropé lo mejor que pude, le bese la frente y susurró un "Papi" para seguir durmiendo. La nota de Laura me recibió en mi habitación:

    EL NIÑO SE PORTÓ UN SIETE. VIMOS "LA SIRENITA" Y JUGAMOS A LA ESCONDIDA. SE COMIÓ TODA LA COMIDA Y LE DEJÓ UN DIBUJO QUE ESTÁ EN LA ALACENA.
    LAURA
    Pd: FUI YO LA DEL MENSAJE, PERO FUE EL CHICO EL QUE INSISTIÓ.

    Buena chica. Cuidaba del pequeño y lo hacía bien. A veces me preguntaba ¿y yo? ¿Cómo lo estaba haciendo? ¿Lo estaba llevando bien? ¿Le estaba entregando el cariño necesario? La figura del padre ausente, me decía muchas veces. No quería ver a mi niño asaltando las farmacias, y me molería la espalda por verlo titulado. Lo que fuera, médico, abogado, un trabajo descente. Vaya, por Dios. Solo tenía siete años y ya lo estaba titulando.
    Una y media de la mañana, me acuesto a dormir. Y espero con ansias el fin de semana. Pienso "lo llevaré al Cerro San Cristóbal" Hay muchas leyendas e historias en ese lugar. Algunas bonitas, otras no tanto. Y pensando en eso me quedo dormido.

    Los días son el resultado de las primeras horas vividas, eso decía mi madre, que postulaba que como vivieras las primeras horas del día sería el resultado final de las próximas horas. Nunca comprobé si eso era cierto o no, y no era algo que me sacaba el sueño. Pero recordé eso durante todo el día, porque las primeras horas fueron pésimas, y terminaron peor. Me topé con un atasco vehicular de aquellos, con altos índices de contaminación, según los últimos informes radiales. Anunciaron también que se habían reanudado los asaltos a los cajeros automáticos, el atropello de una chica de 27 años que había muerto en el acto, y el incendio de un edificio al norte de Santiago. Por más que recuerdo aquel día, no hay en mi memoria buena noticia alguna.
    Llego a mi trabajo, y detengo mi automóvil. Activo la alarma y entro por la puerta principal. La secretaria me saluda, y yo le hago un gesto con la mano, y el junior también hace un gesto al que respondo de buena gana. Mi cubículo está ordenado, pulcro, limpio, como siempre. El olor de las ocho y media de la mañana se siente en cada segundo. Y sobre el escritorio, más informes que tachar, firmar o destruir. Había una nota avisándome que llamara al Gerente General de una empresa de renombre, pero no me pude contactar por celular, porque decía que la red tenía complicaciones. Por la radio anunciaban que las comunicaciones estarían fallando durante el día, y las razones se debían a que el sol estaba interfiriendo en los satélites del planeta, que tenía más manchas que lo habitual y que las tormentas solares estaban en su pleno apogeo. Era posible que la conexión a internet también fallara, y así fue. No hubo conexión a ninguna página durante toda aquella tarde. Total, solo era firmar, tachar o destruir esos informes, y nada que requiriera de la caprichosa tecnología. Si la tecnología tuviera sexo, diría que es una chica.
    A pesar de los problemas comunicacionales, de las interferencias que producían las manchas solares, mi celular sonó a eso de las 11 de la mañana. Y era mi hermano, Cristian.
    -¿Qué?-no podía creer lo que escuchaban mis oídos.
    -Sí, Pablo. Está súper mal. Súper mal. Pide permiso, o una orden especial, o algo como eso, pero la mamá está mal.
    -Pero se había recuperado.-dije-¿Sufrió alguna clase de decaída?
    -No lo sé. La encontré votada en el living, con un plato de comida a medio servir.
    Mi madre.
    Y estaba mal.
    Le había encontrado un poroto en la pechuga, y la verdad, no era para nada gracioso una noticia como esa para una mujer tan trabajadora como mi madre. Y había respondido satisfactoriamente al tratamiento, y hasta le habían dado de alta. Estaba pensando en lo rápido que suceden las cosas malas, cuando se asomó Carlos, mi jefe.
    -¿Pasa algo?-Los jefes, como tus propias esposas, siempre saben cuando algo va mal.
    -Es mi madre. Está súper mal. Necesito ir a verla.
    Observó mi escritorio, vio que quedaban pocos informes que tachar, firmar y destruir, y me dejó salir.
    Mi madre.
    Había un desvío, y cuando trate de llamar a mi hermano, las comunicaciones estaban mudas. Traté de sintonizar la radio, pero solo encontré estática ¿estaría en la casa? ¿O se la habrían llevado a la clínica? ¿Estaría en Fundación Las Rosas? ¿O no dejaban pacientes en ese lugar?
    Pero la encontré en su casa, la vieja casa que nos había visto nacer.
    -¿Cómo está mi mamá?-fue lo primero que pregunté a mi hermano. Me contestó que mal, y pedí que me dejaran pasar. Estaba consiente, con el cuidado de un especialista. Le pregunté que había pasado, me respondió con sus términos médicos, y dijo que podía estar solo quince minutos.
    -¿Mamá?-le pregunté, cuando me encontré solo con ella.
    -Hijo-.me tomó la mano. Estaba helada.
    -Mami, pero que te pasó. Estabas bien.
    -No hijo. No estoy bien. No creo que pase el día de hoy.
    -Ay mamá, pero como dice esas cosas-he descubierto que por regla general siempre pensamos que algo revertirá las cosas, que de algún modo las personas se mejoraran, que de algún modo seguirán vivas un día más, respirando un día más… llorando un día más.
    -Sí mi niño-continuó-Ha llegado mi hora.-me acarició la mano. Nunca había sentido una mano más helada como la de mi madre.
    -No diga esas cosas mami.-le dije. Sentía un nudo en mi garganta, pero no lloré.-Te mejorarás, ya verás que sí.
    -No mi niño. No me mejoraré-dijo, y se quedó mirándome. Su mano estaba más helada que antes, y me di cuenta que ya no tenía ese brillo en sus ojos.
    -¿Mamá?-no respondió-¿Mami?-no respondió.
    El dolor es el silencio, reflejado en llanto. La abracé y le dije adiós. Mi madre había muerto.

    Pero las desgracias no terminarían ese día, sino que continuaron ya no a nivel personal, sino a nivel mundial. Las comunicaciones se cayeron, los satélites dejaron de funcionar, y poco a poco el caos empezaba a imperar en el mundo. En Chile se lanzó una Campaña presidida por el Presidente del Gobierno para que las cosas no se fueran de las manos, y cuyo resultado fue bastante satisfactorio. A pesar que las comunicaciones estaban bastante malas, se volvió a instalar los teléfonos con discos giratorios, y el celular comenzó a usarse solo para distancias cortas, pareciéndose más a un walkie talkie. Con la Internet no hubo solución, sus redes dejaron de funcionar y el sistema colapsó definitivamente y en los próximos meses hubo problemas para hacer que los vagones del metro anduvieran nuevamente por las líneas. Lo que descubrimos, como humanidad, es que aprendimos a acercarnos más unos a los otros, y la delincuencia bajó considerablemente. Somos animales de costumbres, nos adaptamos pronto a nuevas opciones de vida (si tiene duda de esto, pregúntele a los que viven en el polo sur).
    Mi trabajo ya no consistía en firmar, tachar ni destruir, ya que la empresa donde trabajaba tuvo que cerrar sus puertas, como lo hicieron otras tantas empresas. Las manchas que había en el sol empezaron a tener un efecto directo con los satélites, y ahora ni siquiera teníamos televisión. No faltaron los grupos de personas que empezaron a profetizar que todo esto eran señales de que estábamos presenciando el Fin de los Tiempos.
    Y no estaban equivocados.
    Siempre pensé que este día llegaría, pero no quería esperarlo con los brazos cruzados, ni llorando, ni pecando como lo hicieron muchos. Lo haría trotando en el Cerro San Cristóbal junto a mi hijo. Sería algo simbólico, casi ceremonial.
    El Cerro San Cristóbal estaba bastante concurrido por personas. Por increíble que pareciera, algunos aun vendían globos, golosinas y suvenires que decían cosas tan alentadoras como “disfrute su último día en la Tierra con San Pancracio”, que era un santo nuevo, y que ni yo sabía de donde había salido. En el fin del mundo muchos se aprovecharon de los incautos proclamando que venían en el nombre de Jesús, Amen.
    La subida era extenuante, y en el camino una pareja de carabineros nos hizo la venia, con la bandera de Chile en astas en un trípode alzado en el lugar. Estábamos cansados, mi hijo y yo, quien me pedía un trago de coca cola. Descansamos la primera vez, bebiendo refrescos que vendía una señorita que nos dijo:
    -Siempre quise morir en este cerro.
    Solo le pude sonreír, porque íbamos a morir. No había vuelta.
    La segunda vez que descansamos lo hicimos cerca de una pareja que se abrazaba y besaba apasionadamente. Y la tercera vez que descansamos, nos encontrábamos a pocos metros de la virgen. Fue cuando lo vimos. Mi hijo y yo.
    Mi madre, en vida, siempre me decía que cuando llegara el fin del mundo, sería el día menos pensado, y todas las profecías serían solo charlatanería. Que cuando llegara el fin del mundo no estaríamos preparados. Creo que ese día nadie había estado preparado. Y como yo, todos alzaron la vista hacia el cielo. Mi hijo pensó que era “un avión a chorro” pero yo sabía que no era eso lo que estaba viendo. El cielo pareció oscurecerse, el suelo tembló suavemente, y la estela de humo que trazaba el firmamento iba lentamente escribiendo una línea oscura. Se trataba de un meteorito, uno de dimensiones bastante considerable.
    -Hijo mío-le dije-si salimos con vida de esto, mañana mismo voy al vaticano.
    La estela de humo negro siguió trazando su línea mortal, y todos nos preparamos para el impacto. El pedazo de piedra dio de lleno junto a unos edificios, que desaparecieron en un parpadeo. Comenzó a alzarse una columna de humo que empezó a crecer y a crecer y todo el suelo tembló fuertemente. Tuvimos que tirarnos al suelo para no caer con la sacudida. Era una inmensa ola de tierra, humo, y vidrio, que se acercaba. Por las dimensiones de la misma, pasaría sobre nosotros, tapándonos. Pero no si llegábamos donde estaba la virgen.
    Nunca había sido bueno para correr en el colegio, y siempre llegaba último. Ahora que era adulto y tenia un par de años más, no creía que lograra esta misión, pero vi a mi hijo, ese futuro de abogado, ministro de justicia tal vez, hizo que sacara fuerzas de flaqueza y apreté el paso, corriendo como los dioses. La Ola de mugre, humo, vidrios, y quien sabe qué más, alcanzó a la pareja que seguía besándose, un poco más abajo. Y allí se veía la virgen, cada vez más cerca, más cerca, más y más cerca.
    “Vamos” me decía “puedes hacerlo” Un pedazo de metal se incrustó justo al lado mío, lanzado por la ola de la muerte. Y corrí con más fuerza, con todas las ganas que pude reunir.
    Pero se trataba del Fin del Mundo. Ese del que tanto hablaban en las Iglesias, ese que tanto mostraban por la tele. La nube de humo me alcanzó, pero pude cubrir a mi hijo. Todo se volvió oscuro por varias horas.
    Si estás leyendo esto, nos encontramos al sur de lo que antes se conocía como Concepción. Es atroz, cenizas, fuego, gritos por todas partes. Y seguimos avanzando hacia el culo del mundo. Si estás leyendo esto es porque sobreviviste, y queremos restablecer el mundo. Un mundo mejor del que teníamos antes, más unidos, más humanos. Si estás leyendo esto procura seguir las instrucciones.
    Y procura tener un buen motivo para seguir adelante.
    Nosotros tenemos un buen motivo para seguir adelante.
    Para seguir avanzando.
    ¿Qué cómo me salvé?
    ¿Sería sensato llamarlo Milagro?
    No lo sé. Y si tienes la respuesta, te esperamos con un tecito caliente para discutirlo.
     
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