Domingo

Todos los domingos al terminar la misa, justo cuando toda la gente se ha ido. El permanece ahí. Solo, sentado en aquella banca color caoba.
Siempre lo veo mirar hacia adelante como si estuviera perdido entre sus pensamientos.

Pero su mirada es triste, por alguna razón suplicante… Tengo curiosidad del porqué de su mirar…

Simplemente callado no responde a la misa, parece como si rezase. Sus ojos son inexpresivos son intensos. Se queda hasta la hora de cerrar.
Mientras quito las cosas, mientras barro, mientras apago las luces el solo observa. No responde nada cuando Sebastián lo llama para avisar que ya cerramos y tendrá que salir por la puerta de atrás.

Toma su saco a veces suéter, a veces chaleco y se marcha… Tengo curiosidad a donde…

Pero ese domingo fue diferente. Yo estaba en el piano concentrada, las puertas estaban cerradas se supone que la iglesia abriría dentro de 3 horas, no lo pude evitar siempre ayudo con la limpieza, pero cuando estoy cerca del piano su color parece hablarme y sus teclas parecen llamarme.
Recuerdo las notas resonando en las paredes, nunca escuche cuando las puertas se abrieron. Pero recuerdo el sonido de los aplausos al término de la melodía, me tomaron por sorpresa. Voltee asustada, me altere un poco cuando lo vi sentado en la séptima banca como siempre.

Pero… No puedo…

Cuando voltee y mis ojos chocaron contra su mirada marina no pude evitar sonrojarme.
Al momento en que volví en mi, me separe del piano y me dirigí hacia él.
Esa persona que siempre observa, que siempre permanece callada que me atemorizo un momento. Decidí enfrentarla.

Aunque al llegar a su lado, no recordaba que el fuera tan brillante.
Ese día relucía más que nada. Siempre lo veía los domingos pero aun así cuando le hable no pude evitar quedar anonadada, su simple respuesta me puso los cabellos de punta.
Esa voz era increíble, tan profunda y a la vez tan cálida. Sus labios lucían como el terciopelo, tan suaves y rosáceos que quise tocarlos.

*Latidos, Latidos*

Pero al tenerlo cerca y darme cuenta de que sus ojos eran hermosos con unas espesas pestañas de color negro profundo, y al tener su penetrante mirada sobre mi.
Me di cuentas de que era yo la que todos los domingos lo miraba, de que desde el momento en que lo vi entrar por primera vez por esas enormes puertas chocolate, quedo totalmente enamorada de él. Y que era yo quien durante toda la semana deseaba que fuese domingo para verle.

Y justo cuando reconocí mis sentimientos, todo se desmorono. Quise gritar y llorar, porque mi vestimenta negra y mi cabello cortó me decían que no debía, que era imposible.
Casi estoy segura que cuando volví a mirarlo mis ojos estaban llenos de lágrimas que no iba a derramar. Y lo único que atine a decirle fue un “buenas tardes”.

Me lo habían advertido muchas veces cuando estuve en el convento, que esto no iba a ser sencillo y que las pruebas que vendrían eran muy difíciles y dolorosas.

En ese momento caí en la cuenta de que su mirada era triste por mi, y de que él se marchaba hasta que cerrábamos porque no podía estar conmigo.
Siempre ignoro todo, pero al final siempre termino dándome cuenta de lo que sucede a mi alrededor…

Sentí mi pecho comprimirse, fue doloroso…

Me separe de su lado sin decir más, y silenciosamente me puse a barrer el lugar para cuando comenzara la misa. Sabia que a pesar de todo el seguiría ahí y que yo lo único que podía hacer era seguir limpiando.

Ahora, no importa cuanto me lo haya mentalizado, cuanto quiera olvidarle. No importa si es lunes o sábado yo siempre estoy esperando…

A que sea domingo.