Microrrelato Desgracia nuestra

Juré ver los astros alinearse aquel momento justo, cuando sus ojos lucían impávidos ante la azabache sombra petulante que extinguía poco a poco el fulgor de nuestros hombres. Erguía su espada ensangrentada donde había extraído la espina dorsal de aquel ejército: el General Subercaseux. Las tropas enemigas se habían articulado con vigor, repeliendo a los hombres que lucían bajo el mandato de aquel sujeto que le arrebató a Méndrid aquella esperanza. Un horrible espectáculo de sangre derramada por hombres que habían abandonado a su familia obligados a darle honor a una patria que no la sentían suya: habían aplastado sus derechos laborales, no les importaba el bajo pueblo y las condiciones de vivienda eran infrahumanas, pero aun así habían logrado extraer pulcramente en una precoz campaña al líder del ejército más temido del continente. ¿Qué haría ahora el héroe de una nación sin alma? ¿Se rendiría ante la realidad, que siempre le había recalcado que aquel rival sería imposible de superar? ¿Fue tan imponente aquella débil luz de esperanza que inundó su espada cuando asesinó al General más odiado de Theodore, su patria natal? Había sido rodeado mi amado hermano, la ineptitud de mi ballesta no pudo ahuyentar a la media docena de caballos que se erguían ante el asesino del general. Habían menospreciado mi presencia y para ellos, solo era una insignificante cucaracha sin valor ni gloria.

El cielo estaba nublado, las nubes de lluvia se apoderaron del escenario y desbarataron sus lágrimas ante el cementerio de soldados. Un estrepitoso trueno retumbó en el acto, ahogando los terribles gritos de mi hermano que era despojado de sus ojos y orejas, a la par que era secuestrado por aquel caballo negro en el cual montaba el tenebroso Subercaseux. Todo el ejército de Méndrid galopó hasta el horizonte, donde las nubes más desgraciadas y tenebrosas posaban por encima de las inmensidades de su imperio.

Mi querido hermano: escribo esta cruel carta a nuestra difunta madre, puesto que nadie sabe más de dolor que los nacidos en las terribles murallas de Theodore, la capital de la desdicha y el egoísmo, puesto que hoy, la persona que vio como sus compatriotas morían y de cómo fuiste despojado de esta desgraciada existencia, será crucificada por los crímenes militares cometidos por vos.