Drabble Cuando ya no queda nada [Assassin's Creed]

Escrito publicado para la actividad "Game Master".

Cuando ya no queda nada
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Corrió ágilmente por los techos de esas casas abandonadas, esquivando chimeneas. El frío aire chocaba contra su rostro, su aliento era un constante vapor. Se agitaba, sentía cómo palpitaba su corazón, una adrenalina infinita. Corría para salvarse de esa horda de zombies, tratar de salvar su inútil vida… Entonces, lo oyó. Era un grito agudo, lleno de terror; parecía que se metía por tu piel y allí anidaba, dándote una sensación de desolación y miedo, como aquella que sientes en tus peores pesadillas. Lo malo de ésta, es que jamás despertarías, era la realidad.



La joven paró en seco. Meditó un momento mientras arreglaba sus botas. Ya no
habían Templarios contra quienes luchar, tan solo era sobrevivir. Matar o morir… o morir y matar; en esos momentos era lo mismo. Pauline levantó su cabeza y miró al cielo. Gris, triste, sin vida. Todo era desolación y penuria. De aquél mundo verde y casi feliz ya no quedaba nada. Los zombies habían consumido todo, hasta la Hermandad había sucumbido. Todo estaba perdido, no había ideales por los que pelear. ¿Qué hacer cuando ya no queda nada?



El grito se volvió a oír y sacó a la Asesina de sus pensamientos. Sus ojos miraron hacia abajo del edificio y se encontraron con un bote de basura. Meses habían pasado desde su último Salto de Fe… pero allí estaba. Tomó velocidad, y saltó. El viento voló su capucha, su rostro pálido se vio tocado por el frío viento y sus cabellos se desparramaron en la caída. Pauline se sintió como antes, como cuando realizó su primer Salto; se sintió libre y en paz. Al caer, se levantó rápidamente, y entonces se encontró frente a dos zombies. Accionó sus hojas ocultas y terminó con los muertos-vivientes antes de que éstos pudieran avanzar dos pasos.



Pauline corrió por un callejón, tratando de ubicar la fuente del grito. Y la encontró. Abrió una puerta que daba a una antigua fábrica abandonada, y arriba de un armario, una niña, de no más de 6 años, gritaba y lloraba. Seis zombies se disputaban por su carne, arañando y gruñendo, mientras que sus pieles secas y llenas de sangre se rozaban y chocaban. Tomó de un cinturón un arma y disparó a dos de los zombies que acechaban a la chiquilla. Los otros dos, alarmados por el ruido, salieron al encuentro de Pauline, avanzando peligrosamente hacia ella, deseosos de desgarrar con sus podridos dientes la carne de la Asesina.



Como un rayo, la joven se abalanzó sobre los dos muertos-vivientes, clavándoles sus hojas ocultas en los ojos y lanzándolos hacia atrás de una simple patada. Los cadáveres cayeron sobre unas mesas, produciendo un ruido estrepitoso. “Oh, no”, pensó Pauline, “todo este ruido atraerá más caminantes”. Reaccionando por instinto, se aproximó a la salida, pero luego recordó algo, más bien a alguien: la niñita. La Asesina se dio vuelta y se encontró con la pequeña. Delgada, pálida y de largo cabello color rojo fuego. Se aproximó a ella y la cogió de la mano.



—Ven conmigo… Yo te cuidaré— le dijo Pauline suavemente a la niñita. Mientras que la guiaba hacia afuera de la fábrica.



—Pero, ¿quién eres tú? — Le respondió la niña en un susurro mientras que con su mano se limpiaba las lágrimas—. No te conozco, eres una extraña… ¿No debería tenerte miedo? ¿Dónde está mi familia? ¿Y mi mami? ¿Y papi?



—No sé dónde están tus padres, niña. Pero te ayudaré a encontrarlos. Me llamo Pauline, y soy… soy…



¿Qué decirle a la niñita? ¿“Soy una Assassin”? Miró hacia abajo y vio los azules ojos de la pequeña que la miraban tristes y apagados. ¿De verdad ya no quedaba nada? No, aún quedaba algo, y ese algo era la esperanza. Quizás su vida valiera más ahora que esa niña estaba con ella, quizás, solo quizás, debía recordar que ella era una Asesina, y que los Asesinos trabajaban en las sombras para servir a la luz. Y que esa luz, a la que desde ahora ella serviría, sería la niña.