Contradicción

La vida es un constante cambio, a veces se odia y a veces se ama...


¿Cómo llegamos a este punto?, ¿cómo es que caímos en esta agobiante e inútil rutina?, ¿cómo fue que todas esas dulces promesas de amor transmutaran en compromisos de rencor y dejaran a su paso un sendero de dolor? Te dañe y me dañaste; mentiste y mentí; te odie y me odiaste… ¿y que sacamos de todo esto? Nada, sólo más dolor y rencor.

Ahora, después de pasar del amor al odio, del odio al amor, del blanco al negro y de la luz a la oscuridad; estamos frente a frente. Tú sigues igual que siempre; aún posees unos enigmáticos e hipnotizantes ojos del color de la pradera en primavera. Tu cabello sigue arreglado en el mismo despreocupado estilo, dejando que las doradas hebras se ricen en rizos rebeldes. Y todavía sigues usando esos colores oscuros que no hacen nada más que marcar tu palidez.

Mi primer impulso es decirte que te ves mal, que luces un poco enfermo… pero me contengo. No quiero dañarte, al menos no por esto. Tú no tienes la culpa de seguir causando que mi corazón pierda su ritmo cuando tu mirada se cruza con la mía o que mis mejillas adquieran un tono rojizo que delata mi creciente nerviosismo.

Después de unos segundos rompemos el contacto visual y permanecemos en silencio. Ninguno de los dos atina que decir y eso me entristece. ¿Cómo fue que después de haber sido la persona que mejor me conocía, pasaras a ser un completo desconocido?, ¿cómo fue que después de haber sido tan cercanos, ahora seamos unos hostiles extraños? Suspiró con tristeza y tú me miras con melancolía. Ambos sabemos que necesitamos hablar, algunas cosas aclarar pero la concurrencia del local, esa cafetería en la que nos vinimos a encontrar ya no parece el mejor lugar.

Tú miras con añoranza el parque, ese amado y tan odiado lugar. Y pienso lo mismo que tú, no hay una mejor parte para hablar. Ese pequeño edén marca nuestro inicio y también el final. Te encaminas por el sendero y yo te sigo sin poner peros.

–¿Para que querías verme? –Me preguntas y al querer contestar me doy cuenta de que momentáneamente he perdido la voz. Mi boca está seca por lo que me encuentro muda y al mismo tiempo un millón de palabras penden de la punta de mi lengua. Hay tantas cosas que quiero callar pero que al mismo tiempo me muero por decirte…

Seguimos caminando y notó que mi silencio te incomoda. Sé que querrías estar en otro lugar y en este momento, yo también. Pero no puedo y tú tampoco ya ambos estamos atrapados en un círculo vicioso. Estamos sujetos por hilos invisibles que nos mantienen unidos; no importa si tú vas al norte y yo al sur, nuestros caminos siempre han de cruzarse. Pero eso ha de acabar, una vida así no podemos llevar. Vivir al límite del amor y el odio solo nos hace mal.

–Necesitaba despedirme. –Digo al armarme de valor.

Tú te detienes y yo hago lo mismo. Nos miramos fijamente y antes de que pueda reaccionar haces algo que no espero, me tomas en tus brazos y me acunas en tu pecho. Trato de evitarlo pero es imposible hacerlo e inevitablemente comienza a llover entre mis dedos. La lluvia da paso a un huracán y esté a una inquietante calma. Más tarde me es imposible decir si tú te aferras a mí en un inútil intento de retenerme o si yo me aferro a ti en un inservible esfuerzo por quedarme. Pero algo es innegable: ninguno de los dos quiero soltarse.
Quiero decirte que lo siento pero sé que si lo hago ambos sabríamos que no es cierto. Ninguno de los dos lamenta lo que paso, tan solo el resultado de eso es lo que dolió. Desde el principio esto fue un error, tú eras agua y yo era aceite; tú eras luminiscencia y yo era oscuridad… pero eso no importo, o al principio eso pareció hasta que la adversidad apareció y nos falto valor. Aunque ya era bastante tarde para volver atrás, el daño ya estaba hecho, estábamos entre el cielo y el infierno.

–¿Cuándo te vas?

–Esta noche.

El silencio nos cobijo aunque el sonido exterior perturbaba nuestro dolor. Quise decirte adiós pero ningún sonido de mi boca salió. Me alejé y te miré por última vez. Acaricié tú cálido rostro y tu fría expresión antes de darte la espalda y alejarme. Con cada paso que daba me iba sintiendo como una contradicción, estaba eufórica, radiante y feliz pero al mismo tiempo me sentía triste, miserable y melancólica.
¿Cómo fue que llegamos al punto en el que a pesar de amarte me veía obligada a dejarte?, ¿cómo fue que llegamos a la contradicción de querernos pero al mismo tiempo aborrecernos?, ¿cómo fue que llegamos al punto en el que era mejor decirnos adiós?