de Inuyasha - Cemetery Drive [InuKag]

Cemetery Drive [InuKag]

Otra vez aquí :)
Traigo un trabajo recien salidito del horno. Espero que les guste.
Es trágico, algo angst (?)

Cemetery Drive

Avanzas, decidida, sin importarte que las piedras lastimaran tus pies desnudos. Apenas eras consiente de la fina lluvia que adornaba la noche.

Tus dedos rozaron el granito. Sentiste el olor de diferentes flores. Y, sin embargo, tus ojos estaban fijos allí. Alto, altísimo, oscuro, tétrico. Una gárgola custodiaba la entrada, un ángel lloraba abrazándose a una cruz cristiana. Las puertas, grises, mostraban relieves espirales y con aspectos religiosos.

Escuchas un llanto, mezclándose con el retumbar de un trueno. Alzas la mirada, y extiendes tus palmas para recibir a la lluvia. Finalmente, te diste cuenta que ella estaba ahí, presente. Curioso, te dices, la lluvia inevitablemente siempre estará cerca de ti.

Abres la puerta, y lo que afuera era una hermosa –y triste– estructura, adentro es nada más que un pálido gris de granito. La habitación, de tan solo cuatro paredes, haciendo un cuadrado perfecto, estaba tenuemente iluminada por un par de velas.

Y ahí lo viste. La persona que más amaste en la vida, a la cual diste tu vida por él, estaba sentado. No parecía atento, no parecía despierto. Simplemente miraba, traspasándote con sus ojos color oscuro, algo enrojecidos de tanto llorar.

Notas una lágrima, solitaria, resbalándose lentamente por su mejilla. La mejilla que siempre acariciabas con el reverso de tu mano. La mejilla a la cuál besabas dulcemente, y era tu camino hacia sus labios.

Algo se rompió.

–¡Eres tan estúpida!– saltó él. Ves como se apoya contra el ataúd, brillante, y sus piernas tiemblan al intentar ponerse en pie. –¡Sabes cuánto odio ese vestido!

Avanzas un paso.

–Esto me lo merecía, ¿no? – pregunta con una sonrisa torcida. Esa no es la sonrisa que tanto te gustaba, piensas bajando la cabeza. Querías pedir perdón. –¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición!

Es la primera vez que lo ves así. Demacrado. Destruido. Completamente roto por dentro. Y, en cierta parte, sabes que es tu culpa. Y es por eso que estás aquí, quieta, observándolo en silencio. ¿Qué podías decir?

–Perdóname.

Tu esposo se tapa los oídos. Y ves como las lágrimas corren por sus mejillas, furiosas, dolorosas. Ves como su vida se está apagando delante de tus ojos.

–¡Por favor, perdóname!

Baja sus brazos. Te mira fijamente. Te sientes desnuda, te sientes incapaz de ocultarle algo. No más. No más secretos. Ni mentiras.

¡Pero era tan difícil!

–¿Lo amabas, verdad?

–¡No, te amaba a ti!

Resopla, su flequillo se mueve. Lo amas cada vez más.

–Entonces… ¿Por qué?

–Yo no quise. Nunca quise.

Avanzas lentamente, haciendo un leve ruido al chocar tus pies contra el granito. Alargas tu mano, intentando acariciarlo, pero esa caricia nunca llega.

–¡Sabes que te amaba! ¡Maldita sea, lo sabes!

–InuYasha, por favor… –murmuras, tu voz ahogándose por las lágrimas. Esto está mal, te dices, muy mal. Jamás debió terminar así.

Lo amabas, y lo sigues amando, y siempre lo amarás. Sólo viniste a decírselo, y así asegurarte que él lo sabía.

Porque esta noche caminaban los muertos.

–¿Acaso es que siempre me quieres para esto?

–Te amo. Te amo. Por favor, por favor…

Tu esposo mira el arma que descansa sobre el suelo. Ahogas un gemido, e intentas detenerlo. Apenas tus manos rozan su brazo, él se aparta violentamente. Su expresión era de espanto, pero notas en sus ojos que algo no está bien.

–No es divertido observar un arma, ¿lo sabes, Kagome?

–¡No, no lo hagas! ¡InuYasha!

Él se agacha, y toma el arma. Empieza a silbar una canción que no conoces. Estás atenta, concentrándote, tal vez podrías detenerlo. Tal vez… tal vez…

–¿Qué sería de nosotros si estuvieras viva, Kagome? Tal vez te hubiese matado –murmura acariciando el arma. Sonríe, con esa sonrisa que logró conquistarte tantas veces -. No, no hubiera tenido corazón para hacerlo. Te amaba tanto que, incluso, lo habría dejado pasar.

–¡No es lo que crees, InuYasha! ¡Yo nunca quise, jamás…!

–Antes de matarlo –siguió, acercándose al ataúd y acariciando la cruz -, me dijo que todo fue una venganza. Te había quitado de sus brazos, era lo justo que él te hubiera tenido… otra vez.

Lloras. Lloras, incluso mucho más que aquella noche en que él te tomó violentamente. Te duele más que aquél dolor físico. Te duele aún más que recordar sus ojos hambrientos, y su deseo saciándose con tu cuerpo. Mucho más.

Porque es él. Y porque no puedes contarle nada.

–Me dijo que lo disfrutaste.

–Mentira.

–Me dijo que te olvidaste de mí.

–¡Grité tu nombre!

–Y no me dolió saber eso. ¿Sabes qué fue lo más doloroso?

Silencio. Ni siquiera quieres imaginarlo.

–Le dijiste… que lo amabas. Que lo nuestro era una mentira.

No sientes odio. No sientes dolor. Ni lástima. Te sientes un fantasma, un cadáver que merecía el infierno mismo.

–Pero… no puedo estar más sin ti. Keh, maldita revoltosa. Qué estúpida eres, Kagome. Qué infantil. Pero no importa –el arma apunta contra la sien, pero no te mueves -. No puedo aguantarlo más. Es difícil vivir sin ti, maldita sea.

Escuchas un ruido ensordecedor. Los cuervos que dormían en los árboles, se alejan anunciando la inminente muerte. Cierras los ojos fuertemente, sintiendo la sangre mojando tus pies desnudos y es como si estuvieras pisando vidrio.

–Hola, Kagome.

Sientes la caricia sobre tu mejilla. Lo miras. Sus ojos vuelven a encontrarse. Lo amabas, y él te ama a ti. No importa que le haya creído a ese miserable.

Te ama. Y ya nada importa.

–Te amo –murmuras entre lágrimas.

–Ya deja de llorar, niña tonta.

Él toma tu mano. Te aferras a él, y ambos se marchan del mausoleo donde descansaba tu cuerpo y el de él. Están juntos. Unidos. Siguiendo el camino del cementerio. Y se van.

Lejos, lejos.