Explícito Apuesta.

Autor: Temarii Juuzou.
Actividad: Maestro de los Retos.
Reto No. 37. El cliché tiene mala fama, utiliza uno y dale un cambio interesante.

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Apuesta.

Ella suele andar sola por todas partes, metida en sus libros y sin molestar a nadie. Pocos saben su nombre, porque es tan insignificante que ni siquiera es del grupo de nerds o de los bulleados. Sólo es... Ella. Una chica diferente a todas las demás, con un problema: esta enamorada del chico malo del colegio.

Todo había pasado por error, él le había salvado la vida empujandola de debajo de un letrero que iba a caerse; ambos habían caído al suelo, él sobre ella y así fue como pudo admirar sus largas y negras pestañas, sus suaves y gruesos labios. Entendió porque era uno de los chicos más populares, al fin comprendía que era lo que todas miraban en él.

Él era un chico malo. No cumplía las reglas, molestaba a los demás cada vez que tenía oportunidad, se acostaba con quien se le antojara y fumaba, por ello, las chicas lo encontraban irresistible. Con su cabello largo amarrado en una coleta y sus fuertes brazos llenos de tatuajes y cicatrizes, era el sueño de cualquier puberta.

Pero ya se empezaba a aburrir de sólo sonreír y tener a todas babendo, no existía reto alguno en ello. Por eso, junto a su mejor amigo, Dylan, apostaron. Tendrían que cosnquistar a una chica al mismo tiempo, fingir que peleaban por su amor y ver quien ganaba. Pero tenía que ser alguien que no llamara la atención, que no pareciera que es por diversión.

— ¿Qué te parece ella? —Dylan señaló a una chica de cabello largo y oscuro que leía bajo la sombra de un árbol— Va en mi clase de Francés, se sienta frente a mi.

—Excelente... —Y ambos chicos se dieron la mano para sellar la apuesta.

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El primero en acercarse fue Dylan, en su clase de Francés. Le tocó el hombro y le pregunto si podía ayudarle con la tarea ya que no podia entenderle, ella aceptó con amabilidad citandolo en la biblioteca después de la última clase.

—Gracias... ah, soy Dylan.

—Diana —la chica le sonrío con indiferencia y regresó su atención a la pizzara.

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La última clase estaba a punto de empezar y era en el tercer piso, pero antes de ella, Diana tomaba gimnasia en el primer piso. Era tarde, pero no intentó correr, estaba cansada. Subió los escalones antes de chocar contra aquel chico rudo que lograba detenerle el corazón.

—Oye... cuidado.

El la tomo de los brazos para que no callera, ella le sonrió y se soltó para así evadirlo y poder subir las escaleras, directo a su última clase.

—Yo te recuerdo.

— ¿Disculpa?

—Te recuerdo... eres la niña a la que salve del letrero. Nunca te dije mi nombre, soy Aarón.

—Diana.

Las mejillas de Diana se sonrojaron, aquel recuerdo del letrero no era algo que le enorgulleciera. Le volvió a sonreír antes de volver a subir corriendo.

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Haber estudiado con Dylan había sido extraño. El chico buscaba siempre un pretexto para rozar sus manos, le miraba mucho al grado de ponerla nerviosa y se despidió de beso.

Después de eso Dylan continuaba invitandola a estudiar, así durante unas dos semanas hasta que se había atrevido a invitarla a una cita, ella aceptó dejandole en claro que sólo como amigos porque, por otro lado, el chico rudo habia comenzado a platicar con ella entre clases, incluso había días en las que la acompañaba hasta su casa.

Y los días pasaron hasta convertirse en meses, donde ambos chicos le habían pedido que aceptará ser cita de alguno en el baile de invierno, al cual no pensaba asistir.

—Pero... quiero hacerlo oficial ese día —Le dijo el chico rudo —que tu y yo estemos juntos ante todos.

—No soy de bailes.

Pero a Dylan le dijo que era mejor verse en otro lugar donde hubiese menos personas. Este aceptó de inmediato; ya no había día en que el chico no dejase de pensar en Diana, por alguna extraña razón, aquella apuesta sólo había logrado que se enamorara de aquella extraña chica.

Lo mismo para el chico rudo, quien se había puesto celoso al saber que su mejor amigo compartía el mismo sentimiento. Entonces llegaron a un acuerdo, quien se acostara primero con ella, se la quedaba; así que el día de la fiesta, Aarón llegó una hora antes que su amigo a la casa de Diana y tocó, ella le abrió. Se veía hermosa con aquel vestido violeta.

— ¿Qué haces aquí? —ella parecía algo nerviosa y jugaba con su cabello, incitando al chico rudo. Ambos entraron cerrando la puerta.

—Te quiero para mi —Y se abalanzó contra ella, tirandola en el sillón.

Ella, algo sorprendida, no le respondió al instante, pero cuando lo hizo, se dejó llevar: era su primera vez. Dejó que las manos de Aarón le recorrieran todo el cuerpo, que acariciaran sus piernas desde las rodillas hasta el borde de su ropa interior y que también apretaran sus pechos, pero no le dejo quitarle ninguna prenda.

—Aquí no... —tomó la mano del chico y lo subió hasta su habitación. La casa estaba solitaria y silenciosa, pero a Aarón poco podía importarle. Iba a ganarsela. La haría suya.

Entraron y ella fue directa, se dejó caer en la cama y el se subió encima; comenzó a besar su cuello y bajar más sus besos, ella le acariciaba el cabello. Le hizo levantar el rostro, ambos se miraron con emoción brillante en sus ojos y ella acerco sus labios al cuello de él.

Entonces todo se detuvo. Aarón sintió como el cuello le ardía, un líquido caliente le escurria y la respiración se le cortaba. Diana alejó su rostro mientras sus dientes tiraban de la carne de su pareja, arrancandola y dejando que la sangre callera sobre el escote de su vestido.

Le sonrío, una sonrisa grande y enorme; mostraba sus dientes manchados de sangre mientras su lengua pasaba por sus labios, limpiando los pequeños residuos que había en estos. Se acercó para darle un beso en la nariz.

—Realmente no quería que fueras tu... Pero tengo hambre.

Luego oscuridad. Calló encima de ella, como el peso muerto que era en ese momento. Con los ojos en blanco lo lanzó al suelo y se levantó, resoplo y le pateo el cuerpo para poder pasar, se cambió de vetido y limpió su cara con un trapo en el momento justo en que sonó el timbre. Salió de la habitación como si nada hubiese pasado y se relamió sus labios antes de abrirle a Dylan, le sonrió y le dejó pasar no sin antes sonreír con malicia.

Luego cerró la puerta. Aún tenía hambre.