One-shot de Inuyasha - Adiós, Sesshoumaru-sama

¡Hola a todos! :3 Espero que les guste, es algo corto, pero cuenta >.<

• Advertencias:

- Puede haber ligero Ooc.

• Disclaimer: Inuyasha no me pertenece, es propiedad de Rumiko Takahashi ♥



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Adiós, Sesshoumaru-sama.​

El sol resplandecía y se combinaba con la brisa cálida: sin embargo, el Sengoku ya no era el mismo. Las hojas de los abetos apenas se movían, dándole formas cambiantes a la sombra circundante. El Daiyoukai comenzaba a sentirse consumido por una rabia interminable: hacía más de media hora —si no había pasado más—, que intentaba comunicarse con su pequeña acompañante.

—Rin.

La niña sonrió con la mirada gacha.
—Sesshoumaru-sama, le traje una corona de flores.

— ¿Dónde está Yaken?—cuestionó secamente.

Entristecida, el infante se arrodilló ocultando su rostro entre ambas manos.
—El señor Inuyasha ha cuidado de mí este tiempo, lamento no haber venido antes.

A veces Rin lo pasaba por alto. Sin embargo los detalles no se le escapaban, mucho menos a un lord de semejante linaje. Era cierto que Rin había desaparecido un tiempo, y que él no supo en dónde estaba. Curiosamente, Kagome había ido días atrás a contarle un par de “cosas innecesarias”, y tal vez, al dedicarle total indiferencia, no escuchó si le nombró el paradero de la niña.

—Hm. Ya veo.

Dirigió una mirada al cielo. Buscaba respuestas donde claramente no las había. Se sentía frustrado, oprimido: su orgullo estaba siendo corrompido, y cada vez se volvía más inútil que antes. Mientras todos parecían poder caminar con libre albedrío, él se encontraba en su círculo de nunca acabar. El lugar donde se encontraba era interminable, repetitivo y siempre terminaba en el mismo punto: podría ser una trampa de Náraku, pero no estaba seguro de su hipótesis.

— La anciana Kaede dice que algún día volveré a verlo señor Sesshoumaru.

Los ojos del ambarino se llenaron de consternación y desentendimiento.
— ¿Volver?

Se quedó estático, parado de espaldas a la jovencita. Ella ni siquiera lo miraba, seguía sonriendo y tenía en sus manos un trozo de tela amarilla. De repente entendió porqué Rin ya no le hacía el mismo caso que antes, ya no contestaba sus preguntas ni atendía a sus llamados.

—El señor Inuyasha dice que todos moriremos algún día—musitó poniéndose de pie. — Adiós, Sesshoumaru-sama.

Y, mientras observaba alejarse a la niña, se percató de que su Obi estaba desgarrado en la parte baja.