Shibuya 109 [Centro comercial]

Centro comercial extenso y consolidado con varias boutiques donde se venden prendas de ropa japonesas, accesorios, tecnología, entre otros.

Barrio de Tokio: Shibuya

​

 

—Me van a salir hojas, ya ni raíces.

—No seas impaciente, Yu, ¡no se puede apresurar la belleza!

El chico estaba frente a mí, echado a sus anchas en toda la extensión del asiento, con los brazos cruzados bajo la cabeza y una pierna cruzada encima de la otra, en el aire. Se había tirado como un saco de papas apenas salimos de la escuela y dormitó hasta que estacionamos cerca de la casa de Katherin, en Shinjuku; debía haber estado muy cansado, últimamente pasaba muchas noches fuera. Se despertó como lo hacen los perros llegando de viaje, estiró el cuello para echar un vistazo por la ventana y sacó su móvil. Allí se entretuvo los primeros cinco minutos, luego se puso inquieto y luego empezó a repiquetear el pie.

—¿Esa mancha siempre estuvo ahí? —reflexionó, con la vista pegada al techo.

A mí no me molestaba la tardanza de Katherin, sólo me preguntaba si todo iría bien. Personalmente habría preferido atenernos al plan de tomar el tren y no... llamar tanto la atención con este coche enorme, pero la tía había insistido y luego, cuando se enteró Yuta, quiso que utilizáramos el de doble asiento en vez del sencillo. Se quejó de que iríamos todos apretados y que no tenía sentido el sacrificio. El plan escaló, en definitiva, y cuando la chica me avisó que iría primero a su casa le ofrecí llevarla. Se lo habría tenido que mencionar en los casilleros, de todos modos.

Aún así, me seguía dando algo de vergüenza.

—Ah, ahí viene —avisé en un murmullo al verla aparecer por la acera.

La recibí con una sonrisa apenas entró al coche y se sentó a mi lado, negando la cabeza para restarle importancia a su tardanza. Yuta no dijo nada, por suerte.

—No te preocupes, Manson-san. —Estiré el cuello para pispear el perfil del chofer y exclamé, animada—: Vamos al 109 ahora.

—Como diga, Hattori-sama.

Ah, cielos... Volví a sentir la vergüenza repiquetearme en el cuerpo, se me aflojó una risa breve y miré a la chica. No lo había mencionado hasta ahora, no quería encender alarmas que quizá no existieran, pero ya era demasiado.

—Perdona por... todo esto —murmuré en voz baja, inclinándome en su dirección—. Yo quería tomar el tren, pero la tía está un poco preocupada-

—Paranoica —corrigió Yuta.

—... paranoica, e insistió en que nos manejáramos en coche como siempre.

—Es casi una limo —dijo Yuta, scrolleando en su móvil, el cual sostenía encima de su rostro con una mano mientras la otra seguía bajo su cabeza—. Al menos puedes decir que anduviste en una casi limo. Aunque nos falta el champagne. Y las fresas.

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Kaia sigue con su uniforme, dejaré el vestidito cuando se cambie yyy no encontré un nombre formal para estos coches, así que si no me expliqué bien me avisas y te hago un dibujito o algo JAJAJA. La cosa es que los asientos están enfrentados, Yuta está ocupando solo el de adelante mientras que Kaia y Kathe van en el asiento opuesto, que vendría a ser el asiento normal de cualquier coche

pinches ricos

 

—La preocupación por la comodidad fue de Yu —anoté, riendo un poco, y sentí la necesidad de explicar que esto... igual esto no era lo habitual—. El coche que solemos usar es más pequeño, quiero decir, uno normal.

¿No acababa de empeorarlo, igual? ¿Afirmando que nuestra familia, como mínimo, tenía dos automóviles? La idea me picó el cerebro pero no lo demostré de ninguna forma y giré el rostro hacia Yuta cuando empezó a hablar, con la esperanza de distraerme.

—Mamá está preocupada de que vayan a balearnos en la calle, o secuestrarnos, o algo.

—Que es totalmente infundado —agregué con prisa, mirando a Katherin.

Bueno, distraerme me había distraído.

—Quería hasta ponerles guardaespaldas.

—Yu, ¿puedes dejar de intentar asustar a Manson-san?

Él sonrió, sabiéndose descubierto (o más bien expuesto), y apoyó el móvil sobre su pecho para girar el rostro hacia nosotras.

—No va a pasar nada —afirmó, tranquilo—. Como dije al principio, mamá está paranoica. —Se le coló un bostezo y volvió a enderezar el cuello, tallándose un ojo—. Como podrás imaginar, nuestra familia es relativamente importante y papá falleció en condiciones relativamente extrañas, o eso es lo que mamá cree, así que tiene miedo de que nos pase algo también a nosotros.

Bueno, eso era un bump de información que no había esperado que soltara. Suponía que tomarlo con naturalidad era la mejor forma de engañar al mundo y que quizás estuviera probándose a sí mismo o usando a Katherin como un pequeño experimento improvisado. ¿Cuánta veracidad seríamos capaces de conseguir a ojos de los demás? Era una buena pregunta.

—¡Ah, yo la vi! —Sonreí con esmero al recordar la película que la chica mencionaba, pero intenté hacer memoria y acabé ladeando la cabeza, un poco confundida—. Aunque... no recuerdo una limo.

—Creo que es al principio, cuando la gemela pija llega al campamento —aportó Yuta, con la atención vuelta a su móvil, y le lanzó un vistazo rápido a Katherin al oír su pregunta—. Sí, vivimos juntos. Bueno, técnicamente Kaia vive conmigo.

Ya le había comentado que era de Hawái y que llevaba en Japón dos años cuando nos conocimos en nuestro primer día en el Sakura, así que no vi necesaria la aclaración. Le piqué el hombro para captar su atención, y una vez recibí sus ojos le sonreí.

—Por cierto, estás muy linda, Manson-san. ¿Cómo era que se llamaban esos pantalones? Están de moda ahora, ¿verdad?

 

Por suerte, Katherin parecía no haberse preocupado en absoluto por las tonterías que soltó Yuta. Cuando la chica destacó la seguridad de este país, la sombra de una sonrisa asomó en los labios de mi primo y creí comprender su significado. Las estadísticas usualmente no mentían, pero también era cierto que tendían a ignorar muchos factores que no le convenían a quienes dirigían el país. Debajo de la aparente seguridad y estabilidad japonesa yacía un entramado frágil, más frágil de lo que se creía. Era una red de contención invisible a ojos de la mayoría, y debajo de ella respiraba la cara opuesta de Japón.

—Por favor, Manson-san, si un día tienes hijos y mucho dinero, no les pongas guardaespaldas —respondí con liviandad, adecuándome a su tono, aunque lo dijera en serio—. Es muy raro e incómodo.

Katherin lamentó la muerte de Yoshihide, sus palabras fueron dirigidas a Yuta y me limité a observarlos. El chico exhaló por la nariz y la miró unos pocos segundos antes de responder. Quizás estuviese buscando definir la naturaleza de su pésame, era uno de sus hábitos.

—Descuida, igual nos llevábamos para la mierda.

Lo dijo serio y tranquilo, y regresó a su celular. Con eso, la charla incómoda quedó afortunadamente cerrada y regresamos a los tópicos ordinarios de cualquier adolescente. Katherin me refrescó el nombre de sus pantalones, a lo cual asentí y volví a echarles un vistazo. Me alegraba que fueran verdes ya que yo también había acabado cumpliendo con la solicitud repentina de Yuta y me habría dado algo de vergüenza si acababa siendo la única. Bueno, siendo sincera no me habían quedado muchas opciones...

—No te creas —repliqué, riéndome un poco ante su calificativo de "princesita"—. Me gustan los vestidos y tal, pero no los uso mucho. En casa se utiliza indumentaria tradicional y con los entrenamientos, la escuela y los eventos oficiales voy saltando de uniforme en uniforme. Pero me parece bonito, sí, creo que es muy femenino a su manera. Por ejemplo, los pantalones amplios con un top ajustado generan un buen balance, ¿verdad? Y además, hoy hace algo de calor.

—¿Hay helado en casa? —preguntó Yuta de la nada.

—Quedó, sí. —Regresé la vista a Katherin—. Pero bueno, para contradecir todo lo que acabo de decirte, hoy traje un vestido. Me alegra que tus pantalones sean verdes, al final sí andaremos combinadas.

—Todo gracias a mí —acotó el chico, orgulloso de su hazaña.

 

Katherin añoró el clima de su hogar natal, el cual recordaba que estaba en Grecia, y su gusto por el verano acentuó la sonrisa en mi rostro. Asentí con la cabeza varias veces, demostrando que apoyaba lo que decía.

—Honolulu también es muy cálido y seco, siempre disfruté mucho los veranos allá. Bueno, disfrutamos. —Le lancé un vistazo a Yuta, quien siquiera se dio por aludido, y me reí apenas—. Nunca pude estar mucho al sol por mi condición, soy muy blanca y la piel se me irrita con facilidad, pero aún así el verano es mi estación favorita. Por eso tengo un montón de sombreros enormes.

Volví a reírme, contenta. Quizá fuera una tontería, pero ir de compras con una chica me seguía provocando una alegría que se me desbordaba del cuerpo.

—¿De qué parte de Grecia eres, Manson-san? —indagué inmediatamente después.

Asentí con entusiasmo a la idea de la selfie juntas y seguí su atención al quejarse del verde que Yuta había elegido. El chico contestó en automático a su pregunta, que más bien sonó a acusación.

—Claro, un montón de cosas. —Dejó caer el móvil bloqueado a su lado, contra el espaldar, y regresó ambas manos bajo su cabeza—. Un par de pantalones, varias remeras, sudaderas...

—Es un color un poco más masculino, supongo —sopesé.

—Además, ¿cómo no tendría, con lo bien que me combina ese color?

Este chico, de veras... Lo soltó sin inmutarse ni un pelo, como si hubiera dicho que el día estaba lindo, y solté el aire por la nariz.

 

Al oír su pregunta recogí mi maletín del suelo y extraje mi móvil, donde tipeé en la barra de búsqueda el nombre de la ciudad. Quizá no supiera a qué me refería, pero imaginaba que un par de fotografías de Google le ayudarían a darse una idea. Era un paisaje bastante... estereotipado, quizá, de lo que se solía vender de Hawái. Playas, palmeras, hoteles. Además, había perdido gran parte de las fotos de aquella época, cuando todavía no le prestaba mucha atención al almacenamiento en la nube.

El fuego se tragaba todo.

—Esta es Honolulu, la capital de Hawái —le mostré las primeras imágenes que salían en Google—. No es muy grande, quiero decir, en absoluto se compara a las grandes capitales. Hay muchas playas, muchos hoteles y mucho sol. —Me reí—. Yo vivía en Kāhala, al sur de la ciudad, en una zona de playa bastante tranquila y bonita, bien debajo de Diamond Head. Ah... —Volví a tipear y le mostré las imágenes aéreas de la gran toba volcánica—. Este es Diamond Head. Es gracioso visto así, parece el cráter gigante de un meteorito pero... en persona no es tan intimidante.

Había sentido la mirada de Yuta encima mientras hablaba, pero fingí no notarlo y seguí a lo mío. Quizá yo también quería demostrarme a mí misma ser capaz de entablar conversación respecto a mi vida allí sin deshacerme en el proceso, ni encender las alarmas del resto, ni preocupar a alguien, y tenía el derecho de hacerlo.

—Despertar con el sonido de las olas es una de las cosas más bonitas del mundo, ¿verdad? —busqué compartir con Katherin, sonriente.

El trayecto hasta el 109, en Shibuya, no era muy largo. Pronto estuvimos ingresando al barrio, lo cual nos dejaba a cinco minutos del centro comercial. Nos comentó sobre una isla donde solía vacacionar y eso se acopló a su idea anterior.

—Luego me muestras fotos de todo —accedí, y al mismo tiempo invité, pensando que podríamos aprovechar el momento en que nos sentáramos a beber un batido o algo del estilo.

Ante el comentario de Yuta noté que Katherin lo repasaba con la mirada mientras él no se enteraba o se hacía el loco, todo era posible, y hubo algo en el perfil de la chica que me hizo preguntarme, por primera vez, si habría algo de lo cual no me estaba enterando. Para algunas cosas me creía bastante madura y con otras era totalmente inútil, Yuta solía molestarme al respecto. También era su excusa para mantener a los muchachos a raya, aún si llevábamos dos años conociéndonos y, siendo honesta, no recordaba haber notado nada extraño nunca. ¿Era sólo yo que no lo veía?

¿Qué había para ver, en primer lugar?

—Yo ya lo veo todos los días —respondió él, y chasqueó la lengua al notar que su móvil empezaba a vibrar. Le echó un vistazo a la pantalla y atendió la llamada, rascándose la nuca con la mano-almohada, que era la derecha y la que tenía sana—. ¿No vas a dejarme ni llegar a casa, imbécil? Ya te dije que estaba en viaje. No, hicimos algunas paradas, por eso. ¿Qué carajo te importa?

Con esa bocaza asumí que debía ser uno de los muchachos. Sonreí, resignada, y pensé en el chico de mi clase, Hal, que resultaba ser el amigo del cual Katherin nos había hablado.

—Hombres —bromeé, buscando cierta complicidad en ella—. Es como si les pagaran por decir palabrotas, ¿no?

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Honolulu y Diamond Head

 

—¡Y desayunar en la playa! —agregué finalmente, entusiasmada por compartir mi opinión con ella.

A Yuta no le molestaba mucho el verano, pero tampoco era su estación preferida y los días de mucho calor sí quedaba un poco inútil. Hablando de Roma, al oír su respuesta Katherin rodó los ojos y por un segundo me preocupó que la actitud del chico la estuviera fastidiando de veras. Por ello, quizá, busqué su complicidad. Murmuré un sonido afirmativo, adhiriendo al deseo de lavarles la boca con jabón, y seguí la dirección de su mirada. Ya estábamos llegando al 109.

Entre tanto, la conversación de Yuta se había seguido desarrollando de fondo. Katherin me guiñó un ojo, a lo que solté una risilla divertida y miré al chico, habiendo captado mi atención su repentino asombro.

—¿Huh? Sí... A veces me das miedo, ¿sabías? —Se incorporó sobre un codo y husmeó por la ventana, ya aprovechando para sentarse como Dios manda—. Pues vale, te espero.

Cortó la llamada, se rascó entre el cabello y volvió a bostezar. El coche se fue deteniendo frente a la gran torre emblemática de Shibuya y recogí mi maletín. Me despedí del chofer alzando la voz, él respondió con cortesía y me incliné para dejarle un beso a Yuta en la mejilla.

—Nos vemos, Yu. Échate una siesta cuando llegues.

Él parpadeó con pesadez, murmuró un sonido afirmativo vago y me bajé del coche, asumiendo que Katherin vendría detrás mío. La sorpresa fue que, al voltear hacia ella, vi que también salía Yuta.

—¿H-Hattori-sama? —se escuchó al chofer, nervioso, abriendo su puerta para asomarse.

Yuta se giró con pereza, guardando las manos en los bolsillos.

—¿Hmm? Ah, sí. Estaciona en alguna parte y avísame, me encuentro con un amigo y vamos.

El hombre dudó visiblemente, pero decidió no replicar y volvió a entrar al auto. Pronto se deslizó lejos de nuestra posición y miré al chico con evidente curiosidad, él sonrió y me señaló la entrada al centro comercial.

—Ve a cambiarte, así me dejas el maletín.

Ah, era una buena idea. Asentí, contenta, y le sonreí a Katherin.

—¿Vamos, Manson-san? ¿O prefieres esperar aquí?

 

La voz de Kaia, que de por sí no tendía a imponerse mucho o llamar la atención, quedó tapada bajo el pedido de Manson para que la esperáramos un momento. Se retiró a atender una llamada telefónica y miré a mi prima, quien se desinfló los pulmones con cierto nerviosismo. Al notarme giró el rostro hacia mí y me sonrió, sosteniendo su maletín con ambas manos, sobre su regazo. Sólo era una salida al centro comercial, no debía haber cosa más mundana en la vida de un adolescente; pero entendía que para ella fuera especial.

—¿Por qué bajaste, Yu?

—Iba a juntarme con Taichi y resultó que anda en Shibuya, así que vendrá aquí y nos iremos a casa.

Kaia asintió y ambos deslizamos la vista a Manson, cada uno a su propio ritmo. La llamada no tenía pinta de acabar pronto y suspiré.

—Yo que tú iría yendo —le aconsejé, señalando la puerta del centro comercial con la barbilla—. Apenas entras hay unos baños a la derecha.

Mientras ella dudaba, retrocedí los tres pasos que me separaban de una baranda metálica y apoyé allí las caderas. Finalmente se convenció a sí misma, me sonrió y dijo que ahora volvía. Le había prometido que me llevaría su maletín, no planeaba irme a ninguna parte. La seguí un par de segundos con la vista y me aflojé aún más la corbata, exhalando con pesadez. Empezaba a hacer calor. Pestañeé, hundí las manos en los bolsillos y me sonreí, manteniendo los ojos al frente. Tres, dos, uno...

—¿Hmm? ¿Esa era Kacchan?

La voz de Taichi se materializó sobre mi oreja y asentí, girando el cuello para verlo de soslayo. Estaba del otro lado de la barandilla y sonrió, resignado, al comprobar que no logró sorprenderme.

—Algún día... —agregó, suspirando, y recargó los codos a mi lado—. ¿Y bien? ¿Ahora me contarás qué hacen aquí o vas a mandarme a la mierda otra vez?

—Tentador. —Una sonrisa ligera me estiró los labios y señalé a Manson con la barbilla, que iba y venía como un muñeco a pila—. Kai venía con una amiga al 109 después de clases, así que quedé pegado en la excursión escolar.

—¿Después de clases?

—Sí, fue a la casa a cambiarse.

—Qué compromiso~ ¿Y tu vieja sigue con eso del transporte público? —inquirió, rebuscando algo en su bolsillo, y asentí.

—Podría haberme tomado el tren igual, pero eso me daba aún más pereza.

—Tienes un puto chofer personal y encima te quejas. —Se rió, irguiéndose—. Eres un ingrato.

Mi sonrisa se ensanchó y lo seguí brevemente en lo que se retiraba, intuí, hacia un cesto de basura. Al mismo tiempo, Manson acabó su conversación y regresó a mi posición. Tuvo que tragarse el resto de la frase al ver que Kaia ya no estaba y solté una risa nasal ligera, prácticamente inexistente.

—Tarde, quedaste con el ingrato —murmuré, sin molestarme en explicar la broma.

Taichi reapareció con una paleta en la boca, volvió a clavar los codos en la barandilla y alzó las cejas, enfocando su atención en Manson.

—Ah, la amiga de Kacchan. —Su tono era liviano, amigable, y se quitó el dulce de la boca para seguir hablando—. Hola~ ¿Cómo va?

Llevaba su propio uniforme, el de la escuela masculina a la cual había asistido con él: la Musashi. Se parecía al del Sakura, con la diferencia que los detalles y ribeteados lucían el verde oscuro insignia de la institución.

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se me hacía raro describirlo con Yuta, que está podrido de verlo, así que dejo imagen de Taichi

 

Mi broma tremendamente elaborada cayó en saco roto, la niña siquiera me prestó atención y fabriqué un suspiro de lo más dramático. Taichi la saludó, ella despegó la vista del móvil y me pareció que buscaba en mí alguna especie de confirmación de que, no sé, este imbécil a mi lado no fuera un tipo random.

—Bien, bien, muy bien —respondió, con una sonrisa amplia—. Pues para este calor preferiría estar en una piscina, no con el uniforme de la escuela en medio de Shibuya.

—Igual podrías quitarte el saco, por ejemplo.

—¿Cómo dices? ¿Que quieres que me desvista~?

Me sonreí, soltando el aire con mofa, y mientras él se reía como un niño inocente Manson volvió a hablarnos. O, bueno, a hablarle. Tampoco la culparía por preferir conversar con Taichi, el hijo de puta se llevaba bien hasta con los cestos de basura.

—Hmm, pues como cuatro años —contestó, buscando confirmar conmigo, a lo que asentí—. Nos tocó juntos en el último año de la media y desde entonces somos inseparables~ Aunque ahora se fue muy lejos y me aburro en la escuela.

Lo noté de soslayo inclinándose hacia mí y haciendo un mohín; sentí su peso contra mi costado, de hecho, y me reí en voz baja. La verdad era que lo extrañaba un poco, pero su puta madre iría a soportarlo si se lo decía. Acompañar a Kaia estaba bien y en absoluto me arrepentía de la transferencia, eso no quitaba que me faltara otro idiota para empacharnos de panes, saltarnos clases escondidos en el patio y huir de los profesores cuando nos pillaban. Ah, y las misiones comando para recuperar las Switch que siempre nos confiscaban. Qué buenos tiempos.

—Vente, entonces —fue mi única resolución.

—¿Hora y media de viaje ida y vuelta sólo para ir a la escuela? ¡Ni loco! —exclamó al instante, volviendo a su espacio—. Demasiado tiempo de vida perdido, lloraría todos los días. —Miró a Manson—. ¿Tú vives cerca de la escuela?

—No, en Shinjuku.

—¡Otra loca! —Al segundo suavizó su expresión y regresó a la sonrisa de antes—. Ah, y me llamo Taichi, es un gusto... —Me miró—. ¿No vas a presentarnos, Yunyun?

Qué ganas de joder, de verdad.

—¿Algún problema con que la dama hable por sí misma? —repliqué, moviendo la mano hacia Katherin en señal de que le cedía la palabra—. ¿O sólo planeas tocarme los huevos?

Otra risilla inocente.

 

—¡Oh! Eres extranjera. —Taichi alzó las cejas al recibir el nombre de Manson y su semblante se iluminó—. Qué divertido, cierto que esa escuela es como internacional, ¿no? Debe haber un montón de gente de todas partes. ¿Y tú de dónde eres? ¿Cuándo viniste a Japón? ¿Te gusta estar aquí?

Ah, la noble metralleta. Soltó el interrogatorio como si nada, sin perder la sonrisa, y le eché un vistazo a mi móvil en lo que Manson preguntaba lo que haríamos luego. Taichi alzó la mano como si estuviese en clase y pidiera la palabra.

—¡Es viernes! —aseveró, muy contento—. Tenemos que acabar los preparativos del fin de semana.

Podría haberle mentido y ya, la verdad, aunque su respuesta también fue bastante ambigua. Sonaba a... una fiesta, o algo así, ¿no? Suspiré con ligereza y regresé ambas manos a los bolsillos, móvil incluído.

—Organizamos torneos con los chicos —aclaré, tranquilo—. Hay... un poco de todo, puede resumirse como una tradición a secas.

Taichi asintió un par de veces, muy entusiasmado.

—¿Qué sueles hacer los fines de semana, Rinrin? —le preguntó a Manson; ¿y ese apodo?—. ¿Te gusta salir de fiesta y esas cosas? Tienes pinta de que... te gusta... ¡hacer deporte! ¡Y los smoothies!

Había entrecerrado los ojos y se había estirado mientras ponía a trabajar sus dotes de adivinación, y al hacer su apuesta volvió a sonreír.