¿Una noche para recordar?

¿Una noche para recordar?​

Los recuerdos vienen a tu mente con constancia durante toda tu vida, pero mucho más cuando te encuentras lejos de aquellos con quienes los compartes, y esas aventuras y vivencias que tuviste con esas personas queridas y especiales, se vuelven más importantes de lo que imaginaste e inundan tus memorias con una alegría enorme y al mismo tiempo un sentimiento de nostalgia te invade en su totalidad. No obstante, hay ocasiones en las que no siempre deseas recordar algunas cosas y no porque sean necesariamente tristes, dolorosas o desagradables, sino porque muchas incógnitas se mantenienen en tu cabeza que no pueden ser respondidas ni con el pasar de los años.

Este día compartiré, con los que lo deseen, este pequeño relato de mi infancia, cuando tenía cerca de nueve años.

Era una noche tormentosa, la lluvia arreciaba y los relámpagos y truenos se veían y oían por toda la ciudad. Ese día, mis hermanos y yo estábamos en la habitación mía y de mi hermana jungando videojuegos con nuestro primo Rafa, a quien llamamos Rafita de cariño y que tenía unos diez años en aquel entonces. Ese día mi tía, la hermana de mamá, había decidido hacernos una visita y como cada vez que lo hacía, Rafita la acompañó. Nos hallábamos por demás entretenidos en la tarea de prestarle nuestra completa atención a la pantalla para pasar el juego de Super Mario Bros, cuando Rafita perdió el interés y propuso que contaramos historia de terror.

Nos burlamos de él. Era obvio que no quería seguir jugando si estaba siendo el perdedor número uno de la habitación y a pesar de que se molestó un poco e intentó defenderse, pensamos que era mejor no seguir hiriendo su orgullo, por lo que aceptamos su propuesta y comenzamos con las historias terroríficas. Nos acurrcamos en el final del espacio que se formaba entre la cama de mi hermana y yo. Al cabo de un par de historias, Rafita temblaba de miedo e intentaba correr a la puerta, que se mantenía cerrada, con la intención de salir del cuarto en inumerables intentos fallidos cuando mi hermano menor lo tomaba de la camisa y lo volvía a sentar en la cama. Nuevas risas salieron de nuestros labios. ¡Era increíble que quien tuvo la idea no la soportara!

No obstante, el momento divertido se fue cuando, al inicio de otra historia, la luz de la habitación dejó de funcionar y logró sacarnos un grito de susto a los cuatro. Corrimos a la puerta como si nuestra vida dependiera de ello en tanto tratábamos de convencernos que no era más que un apagón general. Dado el tiempo, era la opción más lógica; que un gran relámpago hiciera de las suyas y fundiera los fusiles. Para nuestro desconsuelo, al abrir la puerta vimos con nerviosismo que la luz de la cocina, que estaba frente a la recámara y donde se encontraban mamá y mi tía, estaba encendida. Ellas nos miraron con cierta confusión y sorpresa al mirar nuestros rostros llenos de pánico y pálidos.

Nos preguntaron qué pasó y le contamos cómo la luz se había ido de pronto, asustándonos. “No se precupen”, nos dijeron ambas. “Se fundió el bombillo, es todo”. Respiramos aliviados al escucharlas. ¿Cómo no se nos ocurrió esa obviedad? Definitivamente nuestra mente se había nublado por completo. Regresamos al cuerto dispuestos a declarar veraces las palabras de las adultas al presionar el interruptor una y otra vez para ver que el foco no se encendería. Con terror descubrimos que la luz se encendió y se apagó al tiempo que presionábamos el aparato incrustrado en la pared. Nos miramos entre nosotros sin aliento, preguntándonos en silencio con nuestras expresiones aterradas y perplejas, qué demonios había pasado allí. Sólo estábamos los cuatro en el cuarto y nos manteníamos como a dos metros del interruptor. ¿Quién lo apagó?

Lo que restó la visita de esa noche, no volvimos a entrar a la habitación y los cuatro hicimos un pacto de que no volveríamos a contar historias de terror jamás. Pasó el tiempo y no tocamos el tema de esa noche otra vez, y a pesar de que han pasado diez años desde aquello y de que no veo más a Rafita, con quien no mantuve una relación muy estrecha en mi adolescencia, con preturbación sigo teniendo la misma incógnita silente que surgió entre nosotros. ¿Qué pasó esa noche? Confieso que es una buena anécdota para relatar, mas también admito que no me gusta recordarla muy a mendo y es de las pocas memorias que desearía eliminar de mi mente por completo.