Microrrelato El Ser Solitario

Muchas almas ilusionadas con todo lo relacionado a lo místico afirman que muy cerca de la luna, habita un ser que alguna vez supo ser un hombre. Todo aquél que quiera conocerlo, deberá salir en su búsqueda en una noche de tormenta, preferentemente en otoño. Se cuentan muchos obstáculos que el audaz aventurero ha de superar para alcanzar su feérico cometido.

Primero se debe escalar la montaña donde moran las personas que nunca sonríen, para una vez en la cima, ubicar la escalera que une la tierra con el cielo. Los caminos que atraviesan el vasto océano de estrellas conforman el siguiente tramo a completar, una tarea sumamente complicada, puesto que es inevitable distraerse al presenciar sitios tan maravillosos como el cementerio de esperanzas que no pudieron prevalecer, o los parajes donde se oyen los ecos distantes que desconciertan el alma.

Nadie sería capaz de permanecer indemne a todas las situaciones, ciertamente surreales e indescriptibles, que allí suceden. Espíritus errantes, entidades que escapan a la concepción de todo cuanto conforma el pensamiento humano, lugares extraños y siniestros, sensaciones que nunca nadie podría experimentar en el plano existencial; son los elementos que conforman el reto a vencer para llegar al final.

El ser que alguna vez fue un hombre continúa esperando, sumido en una angustia que jamás hallará una cura. Y es imperante aclarar que los visitantes no son para nada bienvenidos, por lo que hay que obrar con suma cautela, llegado el caso.
Varios caminantes de cuestionable confiabilidad han dicho que lo han encontrado, que fueron capaces de conocerlo, pero eso es poco probable.

Se dice que él permanece aislado en su abandono, sufriendo por algo tan trivial como poéticamente trágico: un amor que quizá nunca se concretó, algo que no pudo ser. Los rumores se dispersan, anunciando que su aparente exclusión no sería un castigo, sino una arbitraria imposibilidad: el hombre que ya no es y que regentea los dominios de la luna, nunca podrá caminar entre nosotros, porque se ha enamorado perdidamente de la soledad. Un amor no correspondido, teniendo en cuenta que él siempre se halla en compañía de su inoportuna tristeza.