Lágrimas de alegría

Solía impacientarme cada tarde con la obsesiva idea de que cayera la noche para saber si me acompañaría esa vez.

Y no entiendo a que venía tanta preocupación. Ella nunca faltaba, cada, noche siempre estaba ahí, como si de una promesa se tratase.

Cada noche en la que me sentía sola (que no eran pocas), ella estaba.

Suspiraba cada vez que asomaba la vista por la ventana y veía iluminar el cielo con su tenue luz. Entonces podría recostarme algo más tranquila y sin dejar de mirarla me iba adormeciendo hasta caer rendida.

La verdad, hasta llegué a temer el echo de dormir. No había ni un solo día en el que aquella pesadilla no me atormentara. Y no se acababa hasta que no revivía aquel día entero. Aquella mano que intentó protegerme, salvarme, y no pudo.

Ahí todo se volvía negro y me levantaba sudando y gritando. Suspiraba intentando calmarme para no temblar. Me quedaba sentada esperando a que un renito apareciera alterado por mis gritos. Pero pasaba el tiempo y nadie aparecía. Esa era la cruda realidad.

Una lágrima resbalaba por mi mejilla hasta llegar a mis labios. Pasaba la lengua para limpiarla y notaba el sabor salado y amarco recorrer mi boca.

Miraba al cielo en busca de ayuda y encontraba la serenidad. Confiada de nuevo volvía a acostarme. Pero no podía dormir, claro que no.

No podía dormir sin mirarla, porque os juro, que al mirarla a ella era como si os mirase a vosotros. Y cuando ella sonreía era como si vosotros sonrieseis.

Y entonces me sentía viva y llena de felicidad. Las lágrimas volvían a recorrer mis mejillas agitadas por la emoción a gran velocidad como si se estuviera disputando una carrera. Pero esas lágrimas ya no eran amargas. Eran lágrimas saladas pero de felicidad.

Os juro, que os sentía a mi lado, aquí, con migo. Casi notaba mi corazón explotar de los nervios tan solo de pensar que pudierais estar tan cerca. Aunque no fuera así, yo me lo creía y con eso sobrevivía.

Las noches de tormenta lo pasaba realmente mal. Los nubarrones me tapaban la esperanza y no desprendían ninguna cálida luz a la que aferrarse.

Puede parecer una tontería, porque aunque supiera que podríamos volver a vernos en dos años, se hacían eternos. Cada día era como si fueran dos.

Y descubrí que os necesitaba más de lo que habría pensado (a algunos más que otros). Nunca se me llegó a pasar por la cabeza que montaría semejante alboroto cada noche.

Exageraba demasiado, lo se. Pero todo hubiera sido muchísimo más fácil si no hubiera tenido aquellas pesadillas. De verdad, me jugaron una mala pasada.

Y ahora, por fin, estoy con vosotros de nuevo. Ya no tengo casi pesadillas, y si vuelven alguna noche, estáis ahí conmigo.

Nunca me había sentido tan protegida hasta ahora y aunque intento ocultarlo, ahora mi felicidad desborda los límites.