Teen Titans París

París​

Una joven se encontraba sentada frente a una fuente, en el parque. Su pelo negro brillaba intensamente bajo unos rayos de sol muy fuerte. Sus ojos color azul índigo escudriñaban el ambiente, buscando una mirada familiar.
-¿Me estabas buscando? –Ella miró a su alrededor buscando esa voz que la llamaba pero no lograba encontrar la fuente.
-Por aquí Raven. ¿O debería decir Rachel? –Ella buscó desesperadamente al joven que le hablaba mas seguía sin encontrarlo.
-Basta de juegos. ¿Qué quieres?
-Vamos a otro lugar, un lugar un poco más privado. –De mala gana, se levantó del sitio en el que se encontraba y se dirigió a un pequeño callejón.
-¿Este lugar te parece bien? –Preguntó, aún, al aire.
-No. ¿Qué dirías si vamos al lugar en el que nos conocimos? –Ella puso cara de incredulidad.
-Suponía que no lo recordarías. Borré tu memoria. Además, hace mucho frío ahí y por si no te has dado cuenta, no traigo mi abrigo.
-Entonces vamos a un lugar más… Interesante. –De pronto alguien la levantó del suelo. Ella se sujetó fuerte del cuello de la persona que la iba cargando y vio todo moverse a gran velocidad. De repente, la persona la depositó suavemente en un pequeño sillón y se sentó frente a ella. Detrás de él, se podía ver un panorama muy hermoso y que era reconocido en todo el mundo, por ser la llamada ciudad de las luces y, también, del amor.
-Y… ¿Bien? –Ella salió de su ensimismamiento y miró a la persona sentada frente a ella. Llevaba un traje rojo con botas amarillas y un símbolo con forma de rayo en el pecho. -¿Te gusta?
-¿Qué es lo que quieres de mí, Wallace? –Preguntó cortante.
-¡Eh! ¡Calma! No voy a hacerte nada y lo sabes. Sería incapaz. –Un dejo de tristeza llenaba su voz. –Sólo, me preguntaba… ¿Por qué dejaste a Garfield? –La tensión se produjo en unos instantes.
-Ha cambiado y además, yo no parezco importarle más. –Él se bajó la capucha del traje, dejando ver un cabello pelirrojo y unos ojos de un color verde esmeralda muy profundo.
-No te engañes a ti misma. Sabes que le importas pero aún así lo dejaste.
-Hay veces en que simplemente no hay razón, Wallace. –Su mirada se fijó en la del pelirrojo pero la apartó rápidamente, al darse cuenta de la pregunta que estaba por venir.
-Sé que no es necesario que leas mi mente, ni mis sentimientos para que sepas lo que estoy por preguntar, pero aún así pienso formular la pregunta ¿Conmigo tampoco hubo razón? –El silencio se hizo por unos segundos. Ella apretó sus labios, como queriendo evitar que las palabras fluyeran de su boca. -¿Por qué no volviste a mí cuando ya podías sentir? cuando… ¿Cuando ya podías ser feliz junto a mí?
-Porque… -Su voz salió como un leve ronquido pues le faltaban las fuerzas para decirle la verdad –Porque no deseaba arruinar tu felicidad.
-Pero… ¿Acaso no lo comprendes? A pesar de todo, de todas mis relaciones, de Linda… De mis hijos… Yo siempre te amé y fuiste la única persona en mi mente y quizá, en parte, aún lo eres… -El silencio se mantuvo por unos minutos. Él apartó su mirada, y una vez más, al igual que varios años atrás, lloró sinceramente, por ella. Ella sintió su dolor, como hace tantos años atrás, y también, le dolió. La única diferencia era, que, ahora, él estaba casado, tenía gemelos y ¿Ella? Ella había vuelto al cuerpo de una adolescente de diecisiete años y podía sentir, no sólo las emociones de los demás, sino las suyas propias, y, por un momento, se dio cuenta de que, el dolor que sentía, no sólo era de él sino el suyo propio.
-Wallace… -De pronto se rompió el silencio y él la miró tristemente. –Termine con Garfield porque ya no lo quería. En cambio, junto a ti, siempre me siento tan segura y tan cómoda, un poco… Un poco menos fría. Antes de conocerte en la montaña, ya te había visto. Había entrado en tu habitación. Tú llorabas amargamente por una novia… Nath. Yo acababa de llegar a la tierra y al sentir todo ese dolor… Todo ese amor… Quise saber lo que se sentía y en un impulso me enamoré de ti y expresé mis emociones hacia ti, causando que tú te enamoraras de mí, aunque eso ya hubiera pasado en la montaña, antes de hacerte olvidar… Antes de introducir de nuevo esos pensamientos en ti. Pero hasta ahora me doy cuenta, y es justo aquí, en París, que me percato de cuanto, en realidad, te amo.