Reflexiones (2)

A apenas cinco días del diagnóstico definitivo de mi madre, no puedo dejar de pensar en como extraño colocar el árbol de Navidad y el Belén. Miro el comedor... tan vacío. Y siento como si hubiera perdido algo.
Pienso en como extraño aquellos días donde estas fechas significaban reunión, confort y alegría para mí. Cuando sentía que mis días no eran tan monótonos. Cuando no me sentía tan vacía.

Ahora sólo me traen tristeza. Cuando acaba el año y miras a tu alrededor... y ves que ya no está la gente que antes estaba contigo. Que antes reía, cantaba y comía a tu lado, y brindaba con tus padres por un próspero y feliz año nuevo o se reunía a cantar villancicos con una guitarra vieja.

Juntos.

No me gusta la navidad. Ya no.

No por el hecho de ser atea, sino porque el paso del tiempo y las desgracias borraron todo su significado.

Sin risas. Sin villancicos. Sin grandes cenas y charlas sobre intrascendencias pero que igual te llenaban de ese calor tan especial que sólo te dan los tuyos. Riéndote cuando alguien se comía las uvas durante los cuartos... o cuando mi tía tenía que quitarle las semillas para que mis primos no se ahogasen con las uvas. Cuando nos reuníamos frente al televisor y después lanzábamos petardos en mitad de la plaza para celebrar otro fantástico año juntos.

Todo eso se siente tan nostálgico. Tan... irreal. No sé.

El año pasado, cuando mi tío murió en Octubre... Tuvimos que ver películas grabadas en el DVD para no escuchar las Campanadas de las 12. Para no sentir que ya no éramos una familia tan unida. En 2012 con la muerte de mi abuela las escuchamos entre lágrimas.

No quiero que se repita.

Un año.
Y otro.
Y otro...

No quiero ver como esos días felices no vuelven.